Durante la feria de Albacete se ven las
cosas de manera muy diferente por los albaceteños y albaceteñas. Aunque sea
gallego, ese espíritu ha debido alcanzar también al presidente del gobierno,
que esta semana ha cambiado de manera drástica su percepción sobre el asunto de
los refugiados. De entenderlo como un
problema inasumible para nuestra economía, ha pasado a contemplarlo como una
oportunidad para conseguir algunos votos.
A estas alturas, afirmar que este Gobierno está obsesionado con que existe un
riesgo real de que pueda perder las
próximas elecciones generales, resulta algo obvio. Para intentar que eso no
les ocurra, Rajoy y sus muchachos son capaces hasta de vestirse de hermanitas
de la caridad, y eso es lo que en este caso han hecho, presentándose para ello como
personas semejantes al común de los mortales, con piel y hasta con sensibilidad.
De la noche a la mañana han cambiado su inicial
discurso xenófobo, pero sin dejar los
principios del PP de toda la vida, porque rectificando cumplen con aquella afirmación
de Fraga, que señalaba que su partido
"solo acierta cuando rectifica".
A la declaración de la reina madre, Angela Merkel, dispuesta a acoger
hasta medio millón de refugiados, junto a la buena acogida que les han
dispensado los alemanes, y a la disposición a colaborar de otros países
europeos, se ha sumado la puesta en marcha de una red de ciudades de acogida en nuestro país, y todas estas
situaciones han sido claves para producir
un cambio en la postura de nuestro gobierno, desde un posicionamiento
inicial no solo impopular sino hasta ridículo.
Con ese cambio sin explicaciones, una vez
más el gobierno nos demuestra que en la
política española, hoy se puede decir una cosa y mañana la contraria, sin que
aparentemente ello le suponga ningún desgaste en las urnas. Ni la postura inicial
del gobierno respondía a un análisis preciso y serio de la realidad, ni tampoco
ahora ha necesitado realizar un análisis correcto. Su cambio de posicionamiento se debe al miedo a una reacción social que
le ha quitado la iniciativa.
Esa respuesta ciudadana les ha obligado a
cambiar, buscando agradar a un
electorado que desconfía de ellos tanto por su derecha como por su
izquierda. Han debido llegar a la conclusión de que si la sociedad se activa frente a ellos, electoralmente no tienen nada
que hacer, y más conociendo que tras una gestión antisocial de la crisis no
las tienen todas consigo y que su situación es bastante más vulnerable de lo
que los medios afines nos quieren hacer creer.
En su intento por reconciliarse con un
sector de la población, Moncloa ha
viajado sin un argumento creíble, del “imposible que venga ningún refugiado
porque tenemos mucho paro”, a ver a todos nuestros ministros llorando por las
esquinas de esos medios de comunicación por el impacto que dicen les ha
causado la foto del pequeño sirio
ahogado en una playa europea. Parece que los otros cientos de miles de muertos de esa guerra (niños, mujeres,
jóvenes, adultos y ancianos) hasta ahora
no han existido o eran desconocidos para estos genios de la política derrochadores
de bondad cristiana que componen el gabinete mariano.
El impacto ha debido ser tal, que ahora afirman que aceptaremos todos los refugiados
que nos diga la UE. Hasta ahora para nuestros hoy tan humanitarios
gobernantes, la crisis de los refugiados
solo era un problema económico. Sin embargo, tras la intervención de Juncker (otro que también de la noche a la mañana se ha
humanizado por arte de magia), unido a
que Rajoy cada vez se muestra más servil con la Comisión Europea por carecer de
un discurso propio, han bastado para corregirle el rumbo. Eso sí, con alguna disensión interna, puesto
que no hace ni dos días, Margallo afirmaba que “no acoger refugiados para
nuestro país era debido a una cuestión presupuestaria”. Hoy ya somos de nuevo un país rico.
Lo cierto es que ha bastado la movilización social ante las imágenes en las
fronteras de Europa, para que el
gobierno quiera ser el niño en el bautizo y el muerto en el entierro. Las
elecciones han vuelto solidarios a Rajoy, Sorayita, Margallo, Montoro, y toda
la corte celestial que rodea al desde hoy conocido como Mariano Primero el
sensible. Ya sabemos que en España la
proximidad de las elecciones obra milagros, y este es uno más, por eso se
han colocado al frente de la manifestación.
Si alguien solo ha seguido este asunto en la
última semana, acabará convencido de que nuestro gobierno estaba esperando a
los refugiados con los brazos abiertos desde que llegó a la Moncloa. Claro que
como en otros muchos asuntos la
hemeroteca les traiciona, y no pueden borrar las frases como las de su
candidato en Cataluña y otras lindezas de miembros del PP rallantes con lo
xenófobo, no hace tanto tiempo, aunque hoy traten por todos los medios a su
alcance que nadie las recuerde. Más que la gavota, su símbolo debería ser el
camaleón, porque en el PP son
camaleónicos y les ha bastado un cambio en el estado emocional de los
ciudadanos para cambiar su percepción sobre esta situación y a prometer lo que
antes rechazaban.
Pero no hay problema con ese cambio, para el capitalismo lo importante sigue
siendo el dinero. Por eso les ha faltado tiempo para anunciarnos que solucionaran
el problema de los refugiados bombardeando sus países de origen. Y por si los
beneficios en el negocio de la exportación de armamento no les resultan pingües,
hay están Rosell y la CEOE para recordarnos que los refugiados pueden representar una nueva oportunidad para abaratar
nuestra mano de obra, y mejorar nuestra competitividad empresarial.
En cualquier caso, si las desorbitadas
cifras de paro garantizaban la movilidad exterior de nuestros jóvenes, o las inundaciones
suponían agua para nuestros embalses,
ahora nuestro gobierno ha decidido que con refugiados o sin ellos en época
electoral a ellos les salen las cuentas. El
PP en campaña, cada vez se muestra más como dúctil y maleable, pero pese a que ahora se presenten
como los abanderados de la solidaridad, ese
cambio solo genera una pregunta y es sobre economía ¿Cuánto vale un refugiado
para el PP?
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