La Semana Santa ha servido de bálsamo al
Partido Popular. Un vistazo a los medios de comunicación hace parecer que esta semana solo ha existido la corrupción
relacionada con el caso ERE en Andalucía, y que la financiación ilegal del
PP es un azucarillo disuelto entre procesiones y tambores. Algunos dirán que
antes solo se hablaba de Bárcenas, pero la respuesta a estos es fácil: que exista el caso ERE no ha hecho
desaparecer por arte de magia la Gurtel o a Bárcenas.
Hemos visto en días anteriores, como las portadas de los medios de
comunicación se olvidaban de la pésima gestión
económica de nuestro gobierno para centrar sus titulares en la corrupción
política. Ni la prima de riesgo, o la caída del PIB importaban nada ante
las cuentas en Suiza. Ahora se ha hecho algo parecido, olvidarse de la banca helvética para machacar a Griñan y a los
sindicatos, dando la sensación de que esto
es algo que a todos afecta, lo que hace menor el problema del PP. Nuestro
sabio refranero dice que mal de muchos
consuelo de tontos, y por tontos
deben de tomarnos a los ciudadanos y ciudadanas porque este es el método con
el que unos y otros tratan de afrontar los casos que les afectan.
Cada vez es más raro, encontrar un ciudadano de este país que no comparta
la idea de que la corrupción política es
posiblemente el principal factor que nos dificulta la salida de la crisis económica,
por la desconfianza que proyecta sobre
los gobernantes, y consecuentemente sobre sus acciones de gobierno que
pasan a estar bajo sospecha, sean estas cuales sean.
Quizás sea bueno intentar ver las
causas que permiten la existencia de la
corrupción en nuestro sistema político y administrativo, sin olvidar que también está ligada al sector privado. Con
seguridad la primera causa de la
corrupción está en la falta de valores y de una conciencia social que preconice
el que no todo vale. Estas carencias mezcladas
al materialismo y a la baja autoestima personal, conforman un coctel de difícil
manejo.
Pero sin duda, lo que más propicia
los comportamientos corruptos y las grandes y pequeñas corruptelas, es el sentimiento generalizado de vivir en la impunidad
que existe entre los corruptos. Posiblemente se sienten amparados en la complejidad
de un sistema de administración desconocido para la mayoría de ciudadanos, poco
eficiente, poco transparente y donde el funcionario público se ve como
poseedor de un poder difícilmente incuestionable.
Otro factor que me parece destacable como causa de
la corrupción, es que estamos en un país
donde los salarios son demasiado bajos y eso propicia que corruptelas que permitan llegar más holgados a fin de
mes, no se entiendan como corrupción sino como parte de nuestra idiosincrásica picaresca
hispana.
Se nos repite a menudo a los ciudadanos que son los medios de comunicación los que sacan a la luz los casos de corrupción,
lo que resulta cierto. Pero no lo es menos que sobre esos medios existe un control de determinados intereses económicos que propician que a la
luz salgan determinados casos, mientras otros son silenciados por esos
medios, o aparecen o desaparecen de los noticiarios según las directivas de sus
propietarios a esos medios.
En cualquier caso la corrupción
socava la democracia, cuestiona el imperio de la ley, erosiona las instituciones,
hacer perder legitimidad a los gobiernos, provoca intolerancia entre los
ciudadanos, causa ineficiencia en la acción de gobierno, aumenta los costes de
servicios e inversiones, o facilita la destrucción del medioambiente.
Últimamente podemos añadir a esta lista de efectos, como también la ayuda humanitaria se ve socavada por la
corrupción, y queda limitada a aquellos que tienen conexiones o pagan
sobornos, haciendo aplicable el principio de que la corrupción trae más
corrupción. Tampoco está exento de
corrupción el deporte, ni las organizaciones no gubernamentales, ni las
organizaciones religiosas.
Parece por tanto evidente, que para nuestro país permitir que exista la corrupción, es asumir un lastre para la economía
y su recuperación. Pero sin embargo no parecen los partidos políticos en su
conjunto dispuestos a dar las respuestas adecuadas a este fenómeno. No basta con grandes frases y
declaraciones, lo que se necesitan son soluciones, y no es esa la impresión que se
transmite desde los gobernantes a los gobernados.
El tráfico de influencias,
o la obtención de favores ilícitos a cambio de dinero u otros favores, suponen la vulneración del derecho a la igualdad ante la ley que
tenemos reconocido todos, y una
vulneración de los principios democráticos. No sé lo que gustaría hacer a
los militantes de otros partidos ante la corrupción propia, pero a todos los socialistas nos gustaría que la
lejía y el aguafuerte se usen cada vez que encontremos el menor rastro de
suciedad en el nuestro, porque tampoco podemos estar absolutamente exentos
de un problema hoy generalizado.
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