sábado, 11 de abril de 2020

Diario del coronavirus 48

Buenos días.
A petición de una amiga anoche, he intentado imaginar cómo debería o como puede ser, el día después. Ese en que saldremos de este socavón en el camino, en el que nos caímos sin esperarlo. No será así las próximas semanas, es un relato, y tal vez tampoco nada de lo imaginado se corresponda con la realidad. Disponer de una vacuna será basico para que todos tengamos inmunidad frente el virus, lo que hará disminuir nuestro miedo aunque no lo haga desaparecer por completo. Veremos salir de nuevo el sol, no desde las ventanas, sino en las calles. Este es el resultado, más novelesco que científico.
Cuesta mucho pensar cómo será todo después de la pandemia. Algo es seguro, que, termine cuando termine, nada será ya igual.
Nuestros pueblos y ciudades serán diferentes porque sus habitantes lo seremos. Los aplausos de cada noche de ahora, para sanitarios, bomberos, policía, o empleados de supermercados y servicios esenciales, deberían transformarse en ese momento en un aplauso que nos hemos dado nosotros mismos , por haber sido capaces de estar juntos frente a un rival de todos. Esos aplausos de hoy deben servir, sobre todo, para no separarnos más como pueblo.
Nos tocará arrimar, a todos y todas, el hombro desde el primer día. Como si no hubiese un mañana, sin descanso, y hasta el último día. Debemos levantar lo que haya quedado dañado en esta etapa negra del mundo. Pero también tendremos descansos, en los que saldremos a tomar el café o el almuerzo de media mañana a cualquier establecimiento que esté abierto. Puede que muchos que bajaron su persiana hace unas semanas, ya no las vuelvan levantar. Pero habrá cafés, con medidas anti contagio, pero cafés al fin y al cabo. Y bares, porque no se imagina una España sin bares, pero con medidas que deberían ser estrictas por nuestra parte, sin que el establecimiento tuviese que imponer las, porque sabremos lo que nos jugamos al no cumplirlas.
Y nos saludaremos con los amigos, porque a pesar de la mascarilla, sabremos quién es quién. Al volver a casa también muchas cosas serán diferentes. Nos lavaremos siempre al llegar, algunos hasta compulsivamente ,por el miedo a llevar a casa lo que quienes convivan con nosotros no tengan. Desinfectaremos las suelas de nuestros zapatos con lejía. Lavaremos la compra antes de guardarla y las botellas antes de beber su contenido. La ducha ya no será solo un placer, sino un placer obligatorio.
Puede que este tiempo de confinamiento, a nuestros hijos les haya cambiado su vocación de siempre. Sería normal que así fuese, porque la situación que han vivido debería haberles abierto sus ojos. Ya no será tan importante que se decidan por una profesión por reconocida socialmente, sino porque sea útil. Puede que ahora si nos haya quedado claro, eso que nuestros mayores siempre nos dijeron, pero pocos creímos, que la salud es lo único que importa, que de nada sirve ser el más rico del cementerio.
Estabamos tan entusiasmados con las bondades de la globalización, que no nos hemos preocupado en pensar, si la posibilidad de un coronavirus era también parte de esa globalización, o una respuesta del planeta a la agresión que ha recibido de nuestra ambición de progreso económico sin pensar en el daño que le estábamos haciendo. 
La deslocalización de las empresas, ya tampoco tendrá tanto sentido, porque el coste de la mano de la producción no será tan diferente de un lugar a otro. Puede que retorne la solidaridad de los seres humanos, que continue una civilización deshumanizada, o que sea aún menos amable de lo que hoy es.

Tal vez el segundo país con más turistas del mundo, tenga que pensarse si le merece la pena seguir siendo eso. , un parque temático de ocio, habitado por camareros y limpiadores, o sus ciudadanos tengan mayor altura de miras. Habrá que utilizar más la cabeza de lo que hasta ahora lo hemos hecho. Se debería pensar en anteponer la conservación de los recursos naturales a su explotación sin control. En recuperar los litorales de sus ríos y mares, para compartir con la naturaleza nuestra propia naturaleza humana.
La ciencia debería recuperar el lugar que nunca debió perder en nuestro país. La investigación ser reconocida como vital para un país porque eso garantizará soluciones propias a problemas que sean de todos, en lugar de buscar las soluciones que tienen otros para solventar nuestros problemas. La atención primaria y los servicios de urgencia, no solo deberán ocuparse de lo de siempre, sino que también deberán convertirse en los centinelas que nos alerten de todo lo que no sea habitual en la salud. Habrá que volver a la vieja idea que nunca debimos aparcar, que más vale prevenir que curar. El enfoque de los cuidados a nuestros pacientes crónicos deberán ser revisado así como la importancia de su gratuidad.
El bienestar de nuestros mayores habrá de replantearse. No es buen destino para quien peleo toda su vida por ti, acabar depositado en un centro de mayores, donde lo importante sea solo que esten bien alimentados y limpios. Lo ocurrido debería enseñarnos,que además de eso, se merecen un rato de cariño, ese tiempo que hasta ahora hemos gastado, en nosotros o en atender a otras personas por interés laboral o económico, y a quien iempre le deberemos bastante menos que a ellos.
Tendremos que acostumbrarnos, a que la enseñanza en todos sus escalones, deberá ser mixta, con parte presencial y parte a distancia. Para la casa debe quedar la educación, y con ella la instrucción para hacer posible el aprendizaje a distancia. La forma de vivir la cultura cambiará. Desde las visitas a un museo, la asistencia a un concierto, a un teatro, o a un evento deportivo. Todo será diferente y habrá que asumir muchos cambios en las costumbres y hábitos. Ya no nos parecerá tan atractivo quedarnos en casa viendo una película. Incluso puede que hacer esa propuesta, a alguno le produzca hasta miedo.
El orden mundial también será distinto, y nosotros mismos como sociedad, seremos diferentes. La lección aprendida ha sido terrible. Hemos debido asumir, que la vida es demasiado valiosa para no vivirla o malgastarla. Antes queríamos lo que no teníamos, ahora seremos capaces de echar de menos lo que siempre tuvimos. Eso que parecía carecer de valor y que se habrá convertido en una joya inmaterial de un valor incalculable.
Sobre todo hemos aprendido lo preciada que es la libertad de movimientos, y el castigo que supone su pérdida. Alguno hasta, entiende ya que es peor la cadena perpetua que la pena de muerte. Seguro que añoraremos lo que era la normalidad. Nos conformaremos con poder correr o pasear solos, y le daremos la importancia que eso tiene y no lo sabíamos. Y sobre todo resultará un paseo impagable , si lo hacemos, juntos aunque separados, con quienes más nos importan.
Toca saber, que si se quiere, se puede. Porque lo que ayer nos parecía utópico, el coronavirus lo ha puesto ahí, al volver la esquina.
Seguro que no será exactamente así, ni falta que hace, pero lo importante es que seamos capaces de aprender la lección que nos está dando vivir una pandemia. La humanidad ha vivido a lo largo de la historia guerras y grandes desastres de los que no aprendió nada, y ha repetido sus mismos errores a lo largo de los siglos. Ojala está vez sea distinto y saquemos algunas enseñanzas.
Buen sábado

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