domingo, 5 de abril de 2020

Diario del coronavirus 39


Oía música. Sonó el teléfono. Era un amigo, que me contó una historia. Soy de lápiz (o teclado) fácil, y no puede resistirme y escribí. Esta es la historia
NUESTROS MAYORES Y SUS CUIDADORES
Tras la revolución cordobesa, que depuso al califa Hisham II en 1009, el califato de Córdoba se dividió en los taifas,que significa en bandos o facciones, aunque el califato no desapareció en ese momento. Oír a los diferentes presidentes autonómicos en los distintos medios, es darse cuenta de que el virus ha supuesto una nueva revolución cordobesa, y de que nuestro país parece estar dividido en taifas.
Grotesco resulta, ver a cada uno en su reino (da igual el partido al que pertenezca), convertido en el mayor estadista, el mejor epidemiólogo entendido en test, el mayor experto en mascarillas, máster en ingeniería de respiradores, etc. Parece que ninguno de ellos teme al ridículo. Porque solo como “ridiculez” puede calificarse, hablar ex cátedra de lo que se .ignora en profundidad. Pero sobre todo resulta ridículo el uso, por todos ellos, de una frase mágica en sus intervenciones: “no acuso de nada a nadie, solo hago una constatación”.
Es el viejo truco de “tiro la piedra y escondo la mano”. Es la demostración de que piensan primero en su sillón y luego en los afectados. Una amiga me daba una definición que describe muy bien lo que nos está ocurriendo: falta de previsión y falta de provisión. Está claro que el poder de contagio del virus no fue previsto por nadie, y que tampoco se nos ha provisto de los materiales de protección, diagnostico y tratamiento necesarios para hacerle frente. Pero no puede valer lanzar la piedra a la ventana del Estado, y esconder la mano disimulando. La imprevisión y la des provisión autonómica también ha existido en sus taifas.
Es fácil realizar la prueba del nueve. Si todos los sanitarios nos quejamos de lo mismo, con independencia a donde ejercemos la profesión, y las sanitarias son competencias transferidas, creo que un poco de autocritica no estaría de más por parte de las CCAA. El gobierno central tiene su parte en el duelo, pero todas y cada una de las autonomías también. Hay varios culpables, pero no se vislumbran absolutos inocentes.
Doloroso es lo sanitario, pero si algo es sangrante en esta crisis, es la situación de las residencias de mayores, tanto de sus internos como de sus cuidadores. Curiosamente, también una competencia transferida y, por lo tanto, todo lo que en ellas acontece, es de la absoluta responsabilidad y competencia de las distintas CCAA en sus respectivos territorios. Aquí no vale escurrir el bulto, y en ese ámbito socio sanitario, va a costar mucho dar la cara y no recibir algunos improperios.
En España existen aproximadamente 5.400 residencias de mayores, muchas públicas, y la mayoría de carácter privado, pero en ambas formulas de gestión, supervisar su funcionamiento y control compete a las CCAA. La situación es difícil de valorar, por una carencia generalizada (cuando no ocultación) de datos fehacientes y constatados sobre ellas. Las CC miden sus datos cada una con unos criterios diferentes a las otras, y cuando el Ministerio les recaba una unificación de criterios, alguna esgrime no hacerlo por invasión de sus competencias.
Lo cierto y verdad, es que no sabemos cuántas personas han fallecido en esos centros; ni si la causa de su muerte ha sido el coronavirus o una enfermedad previa que padecían; ni si los fallecidos recibieron toda la asistencia y cuidados posibles que necesitaban; ni si murieron solos o acompañados, etc. Alguien debería informar individualmente a cada familia de todos esos aspectos. En muchos casos, sobre todo en las grandes ciudades, algunos familiares incluso han tenido que realizar un peregrinaje para localizar los cuerpos, de una morgue a otra, o de un tanatorio a otro. Eso se debe aclarar por los que ya no están, y por sus familias, que tienen derecho a un duelo y a recordarles.
Sobre los que aún permanecen internados en ellas, también desconocemos cuantos hay positivos; a cuantos se les ha realizado un test (que ya sé que los rápidos llegarán mañana) pero a algunos se le ha realizado la PCR por su traslado a un centro hospitalario y la familia desconoce el resultado; que medidas de aislamiento se tomaron, se están tomando, o se piensan tomar, etc. Que se realicen los test rápidos a internos y cuidadores, no es prioritario, es crítico, para despejar muchas dudas que nadie aclara.
Y pongo en tercer lugar a los cuidadores. Sé como medico de un pueblo pequeño, la importancia que tiene la cercanía, la confianza, el afecto personal y el calor humano en el trato a los mayores en sus cuidados de salud. He visto como esa cercanía, esa confianza, y ese cariño, se multiplica aún más en los cuidadores de mayores de estos centros. Porque para ser cuidador de mayores hay que valer. No basta con necesitar un empleo. Si no tienes vocación, no duras dos días. Esa vocación profesional, multiplica aún más la situación de desconsuelo que muchos cuidadores han vivido y están viviendo.
Son ellos los que dan la cara y comunican la mala noticia alas familias; se ven obligados a sustituir a los familiares en el confinamiento; viven agotados por el exceso de trabajo (las bajas no se cubren siempre); y un día tras otro, vuelven a casa frustrados por querer que alguien resista, pero ven como se les escapa. Sin olvidar el pánico personal al contagio, y al riesgo de contagiar a sus familias.
Creo que en lugar de tanto preocuparnos de la ansiedad y el shock psicológico de los confinados en casa (que también), haríamos bien en priorizar la atención a esos cuidadores, a los que la presión asistencial les provoca ansiedad; su impotencia les empuja a la depresión: y muchos de ellos ya han sufrido el trauma de lo que sus ojos han tenido que contemplar.
Puede que la falta de previsión o la falta de provisión con el tiempo se olviden. Lo que será difícil de olvidar, es el calvario que muchas familias han vivido en estos días, con su ser querido en aislamiento, con la noticia de que falleció, con la incertidumbre de la causa de su muerte, o no saber en qué condiciones vio por última vez la luz. Eso ha sido lo, tristemente, común en muchas residencias, sin distinción de su titularidad.
Eso será la factura pendiente que habrá que abonar, por parte de las administraciones a los administrados que lo han sufrido en sus carnes. No se podrá compensar con dinero, solo con una información veraz. Pero las CCAA (y en esto menos que en nada), pueden limitarse a decir eso de “no acuso de nada a nadie”, porque la constatación de su responsabilidad ya está hecha. Me temo que muchos familiares están dispuestos a que lo que se colapsen, no sean los servicios de urgencias, sino las ventanillas de las fiscalías de cada provincia. Al tiempo. Y no debieran mirar al Estado, en vez de preocuparse de la invasión de competencias, harían mejor en ejercer las que ya tienen, garantizando su cumplimiento.
Mientras, pensemos en los que aún viven en ellas y en quienes los cuidan. Para hacerlo, los test de diagnostico, ayer mejor que hoy.

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