viernes, 20 de noviembre de 2015

EL MIEDO IMPRESCINDIBLE



Uno de los efectos de los atentados de París, es comprobar como miles de ciudadanos han decidido anular un viaje a esa ciudad, o a cualquier otra, o cambiar de destino vacacional sin que haya una justificación concreta para hacerlo. Parece que los seres humanos deberíamos tener asumido que para encontrar la muerte solo es necesario estar vivo, y que esta puede sobrevenir en cualquier momento, en cualquier lugar y con el matiz que queramos incorporar al hecho del óbito. Al parecer no acabamos de entender esta regla vital.

Otra cara de esa moneda post Paris, la representan los dirigentes políticos, afanados en arreglar lo que no han hecho en años, legislando de prisa para recortar libertades con la coartada que el miedo colectivo tras una acción terrorista les otorga. Tampoco eso debería extrañarnos si el comienzo del siglo XXI abrió la puerta a un alud de alarmismo, terror y miedo provocado por los medios de comunicación, en base a falacias sobre la proximidad del final de milenio y del mundo.

Más parecido a lo vivido estos días, son las sensaciones tras el atentado de las Torres Gemelas en septiembre de 2001, que también trajo como consecuencias el miedo, el temor, la inseguridad y la sensación de vulnerabilidad de una sociedad occidental que se creía intocable. Esa sensación pareció poner en cuestión a todo el sistema socioeconómico, hasta ese momento garante de la confianza individual y social en los sistemas de seguridad de los estados, como ahora vemos tras los sucesos de Paris ocurrir entre los diversos estados miembros de la vieja Europa, reprochándose un mal funcionamiento de sus sistemas de seguridad.

 El 11 M en Madrid, los atentados de Londres y el de ahora en París han vuelto a poner sobre la mesa el papel que en la sociedad desempeña el miedo. A diferencia de los fanáticos islamistas capaces de inmolarse, los occidentales tenemos terror a la muerte. En que esa vulnerabilidad se a mayor o menor, no solo juegan un papel los servicios de inteligencia de los países, sino que en este mundo globalizado, el papel de los medios de comunicación también se convierte en fundamental. Ese papel ha cambiado, porque hoy los medios han dejado atrás su carácter exclusivamente informativo, para convertirse en un verdadero instrumento de poder.

Ese poder utilizar la ansiedad, el miedo y el temor, para alcanzar sus objetivos. En estos días, comprobarlo ha resultado fácil para cualquiera que haya querido estar informado sobre los recientes atentados. Por el lenguaje utilizado para hacernos llegar la información, han producido miedo y han potenciado la idea de que estamos indefensos ante un enemigo oculto, capaz de vulnerar nuestra seguridad personal y poner en riesgo a nuestras familias. Sin pretender quitar importancia a la realidad de esa amenaza, no es menos cierto que  crear esa sensación forma parte de la nueva estrategia del poder para estar presente en el subconsciente colectivo de los ciudadanos, mostrándose como imprescindible.

Los medios de comunicación ejercen así como instrumentos de un poder no visible, y actúan como agentes coercitivos y controladores ideológicos del pensamiento colectivo, haciendo que cualquiera pueda sentir la sensación de encontrarse amenazado incluso por sí mismo, si no se ajusta a un canon establecido, incluso cuando las noticias reflejadas en esos medios, no nos afecten directamente. Algunos sociólogos describen esto como una nueva versión de las denominadas “guerras de baja intensidad”. Hoy su repercusión es aún mayor, puesto que un sencillo toque en  “compartir”,  traslada sus publicaciones o videos a las redes sociales que ejercen un efecto multiplicador de sus mensajes.

Comento esa constatación, porque para los seres humanos, el hecho de que las cosas tengan una explicación, hace que  nuestra tranquilidad sea mayor, lo que refuerza que una información veraz es el primer elemento para hacer frente a la sensación de miedo que estos hechos producen. Un atentado o una amenaza terrorista buscan precisamente provocar que actuemos no de acuerdo a la lógica racional, sino de una manera irreflexiva, lo que hace que nos convierte en mucho más vulnerables. Cuando los hechos carecen de una explicación racional, mayor es nuestra sensación de miedo.

Ser prudentes y actuar con el máximo rigor a la hora de dar información o de comunicar sensaciones resulta fundamental. El papel de los responsables políticos en esa transmisión es primordial para transmitir serenidad,, pero el cómo los medios de comunicación pueden contar los acontecimientos no es secundario. El riesgo a transmitir una sensación de peligro que no se corresponde con la realidad, y que la dimensión de esa percepción sea incontrolable (el miedo es libre y cada uno toma el que quiere) está a la orden del día. No hablo del miedo individual, sino del miedo colectivo que afecta a muchos ciudadanos, y que cada uno asume de manera diferente.

Pensar que un atentado puede acontecer en tu ciudad, genera incertidumbre, y eso  impide actuar con normalidad. Si dejamos que el miedo nos supere, nos encarcela, y debemos ser conscientes de que el miedo es una emoción de las más básicas que tenemos los hombres, pero que los medios de comunicación y las redes sociales pueden multiplicarlo. Tampoco se debe olvidar que el miedo es imprescindible para la supervivencia, porque sin el seriamos temerarios. Presente en todas las culturas, en muchas ocasiones desagradable porque nos hace mostrarnos indefensos, tiene su lado positivo porque nos aleja de aquellos hechos para los que no estamos preparados.


Queramos o no, estamos condenados a intentar vivir cada día a pesar de nuestros miedos.

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