Uno de los efectos de los
atentados de París, es comprobar como miles de ciudadanos han decidido anular un
viaje a esa ciudad, o a cualquier otra, o cambiar de destino vacacional sin que
haya una justificación concreta para hacerlo. Parece que los seres humanos deberíamos
tener asumido que para encontrar la muerte solo es necesario estar vivo, y que
esta puede sobrevenir en cualquier momento, en cualquier lugar y con el
matiz que queramos incorporar al hecho del óbito. Al parecer no acabamos de
entender esta regla vital.
Otra cara de esa moneda post
Paris, la representan los dirigentes políticos, afanados en arreglar lo que no
han hecho en años, legislando de prisa para recortar libertades con la coartada
que el miedo colectivo tras una acción terrorista les otorga. Tampoco eso
debería extrañarnos si el comienzo del siglo XXI abrió la puerta a un alud de
alarmismo, terror y miedo provocado por los medios de comunicación, en base a
falacias sobre la proximidad del final de milenio y del mundo.
Más parecido a lo vivido estos
días, son las sensaciones tras el atentado de las Torres Gemelas en septiembre
de 2001, que también trajo como consecuencias el miedo, el temor, la inseguridad
y la sensación de vulnerabilidad de una sociedad occidental que se creía
intocable. Esa sensación pareció poner en cuestión a todo el sistema socioeconómico,
hasta ese momento garante de la confianza individual y social en los sistemas
de seguridad de los estados, como ahora vemos tras los sucesos de Paris ocurrir
entre los diversos estados miembros de la vieja Europa, reprochándose un mal
funcionamiento de sus sistemas de seguridad.
El 11 M en Madrid, los atentados de Londres y
el de ahora en París han vuelto a poner sobre la mesa el papel que en la
sociedad desempeña el miedo. A diferencia de los fanáticos islamistas capaces
de inmolarse, los occidentales tenemos terror a la muerte. En que esa vulnerabilidad
se a mayor o menor, no solo juegan un papel los servicios de inteligencia de
los países, sino que en este mundo globalizado, el papel de los medios de
comunicación también se convierte en fundamental. Ese papel ha cambiado, porque
hoy los medios han dejado atrás su carácter exclusivamente informativo, para convertirse
en un verdadero instrumento de poder.
Ese poder utilizar la ansiedad,
el miedo y el temor, para alcanzar sus objetivos. En estos días, comprobarlo ha
resultado fácil para cualquiera que haya querido estar informado sobre los
recientes atentados. Por el lenguaje utilizado para hacernos llegar la
información, han producido miedo y han potenciado la idea de que estamos
indefensos ante un enemigo oculto, capaz de vulnerar nuestra seguridad personal
y poner en riesgo a nuestras familias. Sin pretender quitar importancia a la
realidad de esa amenaza, no es menos cierto que crear esa sensación forma parte de la nueva estrategia
del poder para estar presente en el subconsciente colectivo de los ciudadanos, mostrándose
como imprescindible.
Los medios de comunicación ejercen
así como instrumentos de un poder no visible, y actúan como agentes coercitivos
y controladores ideológicos del pensamiento colectivo, haciendo que cualquiera
pueda sentir la sensación de encontrarse amenazado incluso por sí mismo, si no
se ajusta a un canon establecido, incluso cuando las noticias reflejadas en
esos medios, no nos afecten directamente. Algunos sociólogos describen esto
como una nueva versión de las denominadas “guerras de baja intensidad”. Hoy su
repercusión es aún mayor, puesto que un sencillo toque en “compartir”, traslada sus publicaciones o videos a las
redes sociales que ejercen un efecto multiplicador de sus mensajes.
Comento esa constatación, porque
para los seres humanos, el hecho de que las cosas tengan una explicación, hace
que nuestra tranquilidad sea mayor, lo
que refuerza que una información veraz es el primer elemento para hacer frente
a la sensación de miedo que estos hechos producen. Un atentado o una amenaza
terrorista buscan precisamente provocar que actuemos no de acuerdo a la lógica
racional, sino de una manera irreflexiva, lo que hace que nos convierte en
mucho más vulnerables. Cuando los hechos carecen de una explicación racional,
mayor es nuestra sensación de miedo.
Ser prudentes y actuar con el máximo
rigor a la hora de dar información o de comunicar sensaciones resulta
fundamental. El papel de los responsables políticos en esa transmisión es primordial
para transmitir serenidad,, pero el cómo los medios de comunicación pueden contar
los acontecimientos no es secundario. El riesgo a transmitir una sensación de
peligro que no se corresponde con la realidad, y que la dimensión de esa
percepción sea incontrolable (el miedo es libre y cada uno toma el que quiere)
está a la orden del día. No hablo del miedo individual, sino del miedo
colectivo que afecta a muchos ciudadanos, y que cada uno asume de manera
diferente.
Pensar que un atentado puede
acontecer en tu ciudad, genera incertidumbre, y eso impide actuar con normalidad. Si dejamos que
el miedo nos supere, nos encarcela, y debemos ser conscientes de que el miedo
es una emoción de las más básicas que tenemos los hombres, pero que los medios
de comunicación y las redes sociales pueden multiplicarlo. Tampoco se debe
olvidar que el miedo es imprescindible para la supervivencia, porque sin el
seriamos temerarios. Presente en todas las culturas, en muchas ocasiones
desagradable porque nos hace mostrarnos indefensos, tiene su lado positivo
porque nos aleja de aquellos hechos para los que no estamos preparados.
Queramos o no, estamos condenados
a intentar vivir cada día a pesar de nuestros miedos.
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