Encuesta tras encuesta, contemplamos
el ascenso del nuevo partido Podemos. Por mucho que arrecien las
críticas a sus componentes, o a sus metodologías, o a sus propuestas, no cambia
la tendencia de crecimiento que adquirió poco antes de las elecciones europeas,
y cierto es que aún no conocemos su techo.
Las razones de ese
crecimiento no están en que Podemos sea
inmune a las críticas, sus metodologías sean perfectas o tengan un programa
absolutamente creíble. Se debe a
que los dos grandes partidos ya no ofrecen propuestas en las que confiar, y en
el hartazgo ciudadano que provoca un caso de corrupción tras otro. Es más
fácil creer que un asno vuela, que creer que un político de ambos partidos es
honesto y nos dice la verdad.
A esto hemos de sumarle dos hechos. De
un lado, el rechazo que producen algunos titubeos con cambios en las líneas de
actuación del PSOE, y de otro, la obstinación del PP por continuar con la
política de austeridad de Merckel que nos ha traído hasta aquí. La
consecuencia de ese conjunto de circunstancias, es una situación en que la sociedad está cabreada con todo lo que huele a PP y
PSOE.
Aunque sean absolutamente
diferentes PP y PSOE, son percibidos igual como representantes de los mismos
intereses, y esa percepción en las redes sociales se transforma promulga el rechazo
ciudadano a los partidos tradicionales. Que
la oferta de Podemos tenga mayor o menor credibilidad, pasa a un segundo plano,
ante un objetivo ciudadano común: hay que quitar al PP del gobierno, y al PSOE
por haber gobernado antes. Podemos no necesita convencer, le basta con
dedicarse a arrimar el ascua a su sardina.
No debería sorprenderse el PP
por su caída en las encuestas, porque lo que hoy hace Podemos ellos lo hicieron
los últimos años de Zapatero: uso de la demagogia (prometieron el cielo),
acusaciones de corrupción y de ser el causante de las siete plagas, todo para
provocar la caída del PSOE. Lo que hoy le ocurre al PP es aquello de “donde las
dan las toman”. Hoy, esas mismas plagas
bajo su gobierno, las ven con origen en decisiones europeas o internacionales, y
nunca de Rajoy, y eso ayuda a que ahora nadie les crea.
Para los que nos sentimos socialistas, es sangrante que el PSOE no acabe de construir un mensaje de voluntad de
cambiar la realidad social, y seguimos preocupados obsesivamente por el resultado electoral para
alcanzar el poder en las administraciones. ¿El poder para qué? Solo se recuperará el gobierno
si se transmite confianza en que es para
cambiar la situación, sino es así, no encontraremos nuevos votantes.
Se puede cambiar de secretario general, de ejecutiva, de sede y hasta de
siglas, pero no lograremos que los
ciudadanos dejen de vernos como siempre, sino dejamos de verlos como
consumidores de discursos, que están obligados
a comprar cada cuatro años, el nuestro o el de otros, sin otorgarles el derecho de devolución sino les
gusta lo adquirido hasta dentro de cuatro años.
Alguien debe darse cuenta de que los
ciudadanos no están por la labor de comprar discursos ya conocidos, y menos si además
los pronuncian las mismas caras o caras nuevas que dicen lo mismo. Los
ciudadanos rechazan más las apariencias
de cambio que el inmovilismo, y socialismo es sinónimo de dinamismo, no
de cambiar para que todo siga igual.
Decencia, igualdad y justicia
siempre fueron principios socialistas, no posiciones extremistas. El PSOE
no solo se necesita un nuevo discurso,
sino que hay que acompañarlo de una limpieza que no deje el más mínimo atisbo
de corrupción. Ambas cosas no se consiguen solo con un cambio
generacional, sino incorporando a la política gente nueva, que si es posible, ya
ejerza un liderazgo social por su honestidad.
Este fin de semana hemos tenido la oportunidad de articular ese cambio, nuevo
discurso y aspiradora, a través de las elecciones primarias a las alcaldías. No hemos sido valientes para hacer primarias abiertas, limitándolas
en exclusiva a los afiliados. Hemos podido
presentar caras nuevas, pero algunas ya eran conocidas aunque cambiadas de
lugar, lo que no ayudará a transmitir que nos hemos tomado en serio el cambio.
Toda la suerte para los candidatos electos, seguro que son los y las
mejores. Pero eso no evitará que, por el
método de elección, aparezcamos como temerosos
a la participación ciudadana en la vida política, y que sigan las dudas sobre nuestro
compromiso con la honestidad. Y lo peor
es que algunos electos estén tentados de ejercer de vencedores, porque entonces
es que hay derrotados. Y eso, no es bueno entre gente de un mismo partido, y
les restará apoyos y credibilidad.
¿Esto tiene remedio en este nuevo PSOE? No solamente lo tiene y debe tenerlo, sino que hablar es el remedio,
aunque a veces se nos olvide.
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