Hoy
si escribiré del debate sobre el estado de la nación. Y empezaré diciendo, que
al contrario que en años anteriores, y lo digo desde una apreciación personal y
de la de mis amigos más cercanos, la
mayoría de ciudadanos no ha aguantado delante del televisor el debate en su
integridad. Trozos de algunas intervenciones sí, pero la totalidad debemos
admitir que era demasiado para el cuerpo, y el personal se ha dedicado a otras
cosas más interesantes.
Compartiréis
conmigo muchos y muchas, que este año el debate puede calificarse como mínimo de aburrido. Ni Rubalcaba ha dicho todo lo que esperáramos
que dijera; ni Cayo Lara que inicia con
un amago de intervención contundente para acabar por el etéreo cielo del
Congreso de los Diputados porque no hay nubes en el hemiciclo; ni Rosa Diez más
interesada en mostrarse como la prima donna que en fajarse; y unos nacionalistas
preguntando qué hay de lo mío, más que por lo que no hay ni de lo suyo ni de lo
nuestro.
Y
no se me olvidaba Rajoy, que lo he dejado para el final: un plasta. Un
presidente que no sabe lo que ocurre en su casa, pero que se permite dar lecciones
a todos porque para eso tiene la mayoría absoluta, porque para este presidente
de devoción mariana, la democracia se circunscribe a un día, el de las
elecciones, los otros cuatro años son para recordar que ese día él ganó.
El
único atisbo que tuve de que se estaba hablando de política, se produjo cuando Rubalcaba reclamó el derecho a
rectificar, o dicho de otra manera, cuando el líder socialista asumió el”me
equivoque o nos equivocamos” frente a un Rajoy envuelto en la soberbia del
dictador venido a menos, que se presentaba convencido de poseer la verdad absoluta y de que para salir de la
crisis solo hay una fórmula: la suya.
Muchas
veces he comentado que quien se cree en posesión de la verdad absoluta no da
seguridad, da miedo. Rajoy se pasa el día
hablando de la herencia recibida como su gran argumento de defensa, y si alguien
menciona la corrupción del PP, responde con que para él lo importante son las medidas
que propone para que no exista de aquí en adelante, olvidándose de la corrupción en la que nada. No se da cuenta que esa es
la herencia que recibiremos de él, bastante peor que la de Zapatero.
Trasladando el debate a nuestra
provincia, recuerdo
que cuando planteamos un manifiesto por
la regeneración interna en el PSOE provincial, comenzábamos resaltando la necesidad de pedir perdón por
los errores cometidos a toda la ciudadanía. Este planteamiento solo encontró el rechazo de la actual dirección
provincial tanto en el Congreso, como posteriormente en el Comité Provincial.
Que ahora el gesto lo haga el Secretario General Federal, solo supone que
pronto el perdón por los errores será una práctica habitual de nuestra
Ejecutiva provincial, por la necesidad
de mimetismo con Rubalcaba.
Confieso
que al oírle, comenté en voz alta ¡ya era hora! Solo haré una matización sin querer caer en la
verdad absoluta a lo Rajoy, y es decir a
esa dirección que hemos perdido un año para darnos cuenta de que asumir errores
y reclamar el derecho a rectificar era necesario.
Pero
en el fondo lo peor de este debate es
que las propuestas que se han hecho son pan para hoy y hambre para mañana. Ni los servicios sanitarios, educativos y
sociales han ocupado en el debate el tiempo que los ciudadanos necesitamos que
hubiesen ocupado, porque son lo que más interesaba oír, en un país donde poder
recibir esas prestaciones es como tener un sueldo en especie, ahora que seis
millones de españoles no lo tienen.
Hablar
de frenar los desahucios solo se ha hecho para decir que de dación en pago
retroactiva nada de nada. Y si eso son las cosas que interesan a la gente de la
calle y de eso no se habla, el debate solo puede calificarse de aburrido.
Hace
un rato miraba en la prensa si para unos ha ganado Rajoy, para otros Rubalcaba,
para otros IU o la señora de UPyD. Visto lo visto, sin querer ser pesimista y
pecando de realista, en mi opinión no ha ganado ni el uno ni el otro, ni aquel
o aquella.
En
una situación como la que vivimos, los
que ganan o pierden no son los que intervienen en el debate, sino los
ciudadanos y ciudadanas, y creo que hemos nosotros, todos y todas, hemos perdido
esta vez. Y sobre todo, también hemos
perdido la oportunidad de reconciliarnos con quienes nos representan.
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