Esta mañana he leído en un medio, que como ayer yo exponía,
se piensa que posiblemente los nuevos ajustes
para nuestro país vayan dirigidos a disminuir las prestaciones y ayudas económicas
a los desempleados. Su justificación
teórica, compartida por los partidarios del modelo neoliberal, es que el parado se acomoda si recibe estas ayudas, y deja de buscar empleo.
Esta es una visión perversa de
los desempleados,
que es a diario desmentida por los hechos,
porque trabajar para salir de la pobreza es el mayor estimulo de cualquier ser
humano. Y si no es posible para muchos encontrar empleo, hay que mantenerles
esas ayudas porque el dinero es más útil
donde es más necesario, y hay que recordar que en España estamos en los
trece millones de ciudadanos que viven por debajo del umbral de la pobreza, y esa ayuda raya el concepto de limosna.
Ahora
que se habla de modificar la Constitución para recoger nuevos derechos
ciudadanos, parece que se nos olvida
cumplir antes con los derechos ya incluidos en la Carta Magna. Expresamente esta, recoge
el derecho de toda persona que quiera ganar el pan de su familia, que pueda tener
acceso a un puesto de trabajo.
Suelo
viajar, aunque ahora menos, por muchos pueblos de nuestro país, y raro es el lugar donde si se presta un poco
de atención, no se aprecian aspectos mejorables, tanto en infraestructuras como
en servicios. Por eso, en un país donde
hay tantas cosas para hacer, resulta incomprensible que tengamos a seis
millones de personas sin acceso al trabajo. No somos un país tercermundista,
y disponemos de los recursos, de los conocimientos
técnicos necesarios, y de un tejido
social suficiente para garantizar que en cada pueblo y ciudad españoles, desempeñar
un trabajo resulte socialmente útil a la vez que necesario y posible.
La
solución pasa por algo que ya he expresado en otros artículos, que deberíamos trabajar menos para conseguir que trabajemos todos. La redistribución social
del trabajo es cada día una necesidad más perentoria, que por fuerza habrá que plantearse
debatir. Es evidente que este
planteamiento mucha gente no lo compartirá,
pero la realidad es que con la llegada de la maquinaria, la industrialización y
la tecnología digital, producir cada vez precisa menos mano de obra, y tener
que reducir la jornada de trabajo para toda la humanidad, solo será una cuestión
que el transcurso del tiempo terminará por imponernos.
Disminuir
el tiempo de trabajo, nos hará
disponer de más tiempo para hacer otras cosas en la vida, y con ello mejorar el
bienestar de la población. No tiene porque conllevar una disminución de la riqueza del país, solo que esta se
generará en otros sectores vinculados a la cultura, el ocio y el tiempo libre.
Eso sí, se precisa un cambio de
mentalidad en los ciudadanos, que deberemos dar más valor al concepto de calidad
de vida que al hecho de disponer del mejor coche, el mejor chalet, o el último
modelo de electrodoméstico.
Lo
expuesto pueden parecer solo planteamientos etéreos, pero cada vez me parece más
constatable que basar el desarrollo solo
en las tecnologías destinadas a producir más, mientras aumenta la masa de personas
excluidas o en riesgo de serlo, conduce a la inestabilidad social. La desigualdad
que conduce a la pobreza, constituye la mecha conectada al bidón de gasolina,
que un día alguien hastiado puede prender. Y
aunque de desigualdad no se hable en el debate del estado de la nación, siempre
debe evitarla quien puede: un gobierno que practique la democracia
participativa, esa donde la solución a los problemas de todos, la aportamos
entre todos.
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