sábado, 23 de febrero de 2013

Trabajar menos para trabajar todos


Esta mañana he leído en un medio, que como ayer yo exponía, se piensa que posiblemente los nuevos ajustes para nuestro país vayan dirigidos a disminuir las prestaciones y ayudas económicas a los desempleados. Su justificación teórica, compartida por los partidarios del modelo neoliberal, es que el parado se acomoda si recibe estas ayudas, y deja de buscar empleo.

Esta es una visión perversa de los desempleados, que es a diario desmentida por los hechos, porque trabajar para salir de la pobreza es el mayor estimulo de cualquier ser humano. Y si no es posible para muchos encontrar empleo, hay que mantenerles esas ayudas porque el dinero es más útil donde es más necesario, y hay que recordar que en España estamos en los trece millones de ciudadanos que viven por debajo del umbral de la pobreza, y esa ayuda raya el concepto de limosna.

Ahora que se habla de modificar la Constitución para recoger nuevos derechos ciudadanos, parece que se nos olvida cumplir antes con los derechos ya incluidos en la Carta Magna. Expresamente esta, recoge el derecho de toda persona que quiera ganar el pan de su familia, que pueda tener acceso a un puesto de trabajo.

Suelo viajar, aunque ahora menos, por muchos pueblos de nuestro país, y raro es el lugar donde si se presta un poco de atención, no se aprecian aspectos mejorables, tanto en infraestructuras como en servicios. Por eso, en un país donde hay tantas cosas para hacer, resulta incomprensible que tengamos a seis millones de personas sin acceso al trabajo. No somos un país tercermundista, y disponemos de los recursos, de los conocimientos técnicos necesarios,  y de un tejido social suficiente para garantizar que en cada pueblo y ciudad españoles, desempeñar un trabajo resulte socialmente útil a la vez que necesario y posible.

La solución pasa por algo que ya he expresado en otros artículos, que deberíamos trabajar menos para conseguir que  trabajemos todos. La redistribución social del trabajo es cada día una necesidad más perentoria, que por fuerza habrá que plantearse debatir. Es evidente que este planteamiento  mucha gente no lo compartirá, pero la realidad es que con la llegada de la maquinaria, la industrialización y la tecnología digital, producir cada vez precisa menos mano de obra, y tener que reducir la jornada de trabajo para toda la humanidad, solo será una cuestión que el transcurso del tiempo terminará por imponernos.

Disminuir el tiempo de trabajo, nos hará disponer de más tiempo para hacer otras cosas en la vida, y con ello mejorar el bienestar de la población. No tiene porque conllevar una disminución de la riqueza del país, solo que esta se generará en otros sectores vinculados a la cultura, el ocio y el tiempo libre. Eso sí, se precisa un cambio de mentalidad en los ciudadanos, que deberemos dar más valor al concepto de calidad de vida que al hecho de disponer del mejor coche, el mejor chalet, o el último modelo de electrodoméstico.

Lo expuesto pueden parecer solo planteamientos etéreos, pero cada vez me parece más constatable que basar el desarrollo solo en las tecnologías destinadas a producir más, mientras aumenta la masa de personas excluidas o en riesgo de serlo, conduce a la inestabilidad social. La desigualdad que conduce a la pobreza, constituye la mecha conectada al bidón de gasolina, que un día alguien hastiado puede prender. Y aunque de desigualdad no se hable en el debate del estado de la nación, siempre debe evitarla quien puede: un gobierno que practique la democracia participativa, esa donde la solución a los problemas de todos, la aportamos entre todos.

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