sábado, 16 de febrero de 2013

Cargos públicos iguales. Pero con exigencias distintas


Desde que la corrupción se ha convertido en nuestro pan de cada día en los medios audiovisuales, el cargo público se ha transformado en pieza a cobrar en la cacería que los descontentos ciudadanos tienen derecho a organizar, puesto que son los ciudadanos quienes les han otorgado esa condición, y a su juicio deben someterse.

Interesadamente por quienes no creen en el sistema democrático sino en los autoritarismos, se intenta convencer a los electores de que todos los cargos públicos son iguales con independencia del partido al que representen en las instituciones. Y hay que decir bien alto que no es así ahora, ni lo fue nunca.

Y no es así, porque la maldad o la bondad no son patrimonio exclusivo de un solo partido, y encontramos buenos y malos en todos los rincones de nuestra política con independencia de las siglas que representan. Pero además, tampoco pueden ser todos iguales, puesto que los niveles de responsabilidad que cada uno ejercer son diferentes, y sería injusto meter en el mismo saco al concejal del pueblo de menos de mil habitantes junto al senador con cargo de tesorero en un partido mayoritario en el Estado.

Pero a quienes más se exige, y es bueno que así sea, es a los cargos públicos de los partidos de izquierda, tanto orgánicos como institucionales, que deben  acreditar que están para servir a los intereses de sus electores a través de sus hechos y comportamientos. Cuarenta años de franquismo han hecho que a la derecha se le permita lo que con la izquierda es una exigencia.
A quienes nos representan a los votantes de izquierda, hay que exigirles que sean capaces de vivir conformes a como pensamos, que no se acomoden a pensar conforme a cómo les gusta vivir. Y esto que solo parece una frase al uso, debe estar en la base de cualquiera de los cambios que planteemos en la refundación de una alternativa de izquierdas creíble para la ciudadanía.

Partiendo del cumplimento de esta máxima, lo demás debe resultarles bastante sencillo de realizar si a ese principio añaden un segundo: que están ahí al servicio de los electores y no al servicio de su partido que los propuso. Eso se entendería mejor con un sistema de listas abiertas.
También es importante comentar, que uno de los grandes déficits del ejercicio de la representatividad política, es que los cargos públicos suelen confundir con cierta frecuencia su actividad política con la gestión del servicio público, de tal manera que los propios ciudadanos los identifican más como funcionarios que como sus representantes en las instituciones. Hay que intentar diferenciar estas dos funciones porque es el cargo público quien debe marcar los criterios, las pautas, para que los responsables de los servicios públicos las ejecuten, y dedicar su actividad a percibir y resolver  las necesidades de la sociedad.

El ejercicio de un cargo público es una etapa en la vida de un profesional al que se encomienda desempeñar esa tarea. Cuando un cargo público se olvida de que es un representante ciudadano, casi inconscientemente pasa a convertir la vocación en profesión, y a partir de ese momento ´permanecer en el cargo se convierte en un modo de vida. A la derecha se le perdona, a la izquierda no, y es bueno que eso sea así, por eso debe ser la izquierda la más interesada en la limitación de mandatos.
Los ciudadanos solo nos ven a todos iguales si nos mostramos todos iguales. Y no lo somos, ni por principios ni por la forma. Y el cargo público de izquierdas que no lo entienda así, ya está tardando en dejar la silla.

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