Ayer daba comienzo una nueva
legislatura en nuestro parlamento. Lo hacía con un aire nuevo, más viva,
incluso diría que hasta más emocionante por la incertidumbre con la que el
multipartidismo la envuelve. Es un parlamento en el que los que afirmaban no sentirse
representados, ya tienen dentro a sus representantes. Esa pluralidad solo
significa algo muy importante, que el Parlamento empieza a cumplir su primera
función: representar al conjunto de los españoles con toda nuestra diversidad
de pensamiento, creencias, estilos de vida y maneras de vestir. Todo rezuma ese
nuevo aire, señal inequívoca de que, pese a quien pese, estamos en un tiempo
nuevo.
Quienes consideran que lo de ayer
fue solo un espectáculo, han debido olvidarse que es el pueblo español el que toma
la palabra a través de sus representantes, sean del partido que sean. Aunque
algunos quieran argumentar que ese cambio es malo, utilizando el común miedo a lo diferente en
beneficio de sus postulados, lo único que vienen a demostrar con esa actitud,
es que rebozan intolerancia, y que aún no han asumido lo que los partidos
emergentes anunciaron desde su principio, que venían a la política española
para cambiarla. Y cualquier votante, lo primero que debe exigir a su
representante político, es que tenga coherencia con su discurso.
Podremos calificar que este
cambio de la imagen del parlamento español, lo es para bien, o lo es para mal,
pero es indudable que si es reflejo de nuestra variopinta sociedad. Se puede estar
en desacuerdo con las formas de algunos, pero no se puede dudar ya, que ha
llegado para quedarse la nueva forma de hacer política. Es un parlamento
distinto con más jóvenes, más mujeres, y en el que nunca tuvimos tantos diputados
y diputadas con título universitario. Y que no se nos olvide lo más importante,
que todos están ahí porque les hemos votado los ciudadanos, hasta a los que
tiene deudas pendientes con la justicia.
A quienes les gustan los
diputados con chaqueta y corbata los tienen en el hemiciclo. A los que no somos
muy amigos de la chaqueta y la corbata, también. Todos son representantes públicos,
y por primera vez en nuestro parlamento, se aplica la vieja máxima de que “el
hábito no hace al monje”. Y su primera obligación como representantes de los
ciudadanos, es empezar por respetarse entre ellos, porque todos representan el
voto de los españoles, aunque a alguna no le gusten las rastas aun estando
limpias. Su obligación es demostrar que tienen suficiente talante democrático y
capacidad renovadora, para estar ahí en nuestro nombre. Si no lo tienen bien
harían con volverse a sus ciudades de origen.
Si algo desde ayer les es
exigible, es que no pierdan ni un minuto en tirarse los trastos a la cabeza
entre ellos. Que se pongan sus señorías a trabajar en serio, que con cuatro
años de recortes y sacrificios de los ciudadanos, tienen tajo para repartir. Trabajen
contra el desempleo galopante que sufrimos, contra la precariedad laboral,
contra la desatención de las necesidades que día a día soportan miles de
personas sin ninguna protección,. Cambien de una vez las políticas que nos han traído
hasta aquí, y propongan desde sus escaños las que crean que son sus soluciones.
Para esos les hemos votado a todos y todas, para que acuerden en nuestro
nombre, no para que cada día nos recuerden cuáles son sus líneas rojas.
Debería darnos igual, si ayer asistimos
a la constitución de nuestro parlamento como un acto serio, o como parte de un espectáculo,
o si algún diputado no cumplía las normas de decoro recomendadas en las Cortes,
a las que apelaba Bono años atrás. Eso tocaba comentarlo ayer. Hoy es hora de
que se aparquen las poses para quedar bien ante las cámaras o los micrófonos.
Es hora de que empiecen a trabajar, que para quien está en dificultades, seguro
que ya están tardando.
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