La muerte violenta de dos mujeres jóvenes en
Cuenca, ha vuelto a poner sobre la mesa esa eterna cuestión que nunca se
solventa: cómo podemos prevenir estas
situaciones. Como en el caso del niño atropellado, y el semáforo que se
coloca después, aquí cada año mueren más de sesenta mujeres y no acabamos de
colocar el semáforo. Lo que parece ser evidente
es que el sistema actual para prevenir
estas situaciones no funciona.
Fueron muchos los avances logrados durante los gobiernos de Zapatero que ahora parecen haberse frenado, si nos
atenemos al repunte estadístico de
muertes de estos últimos años. No es de extrañar que nos preguntemos si este es un asunto prioritario para el gobierno, o considera
más urgentes otros. Podemos poner sobre la mesa muchas medias que contribuirían a frenar esta violencia, pero para
aplicarlas se necesita presupuesto y
voluntad política, ambas cuestiones dependientes de quien nos gobierna.
Parece imprescindible para mejorar la situación, que antes identifiquemos las causas de este tipo de violencia, porque sin
conocerlas resultará imposible combatirla. Y debemos tener claro que no toda la
violencia tiene el mismo origen y necesitamos identificarla en cada caso, lo
que da complejidad al problema. Los datos de encuestas sobre la violencia en
nuestras universidades, indican que debe
ser el sistema educativo el primer eslabón desde el que abordar este problema,
sobre todo en lo referente al rol social de hombres y mujeres, porque este es
un problema no de un género, sino de la sociedad en su conjunto. Va desde mujeres incapaces de identificar lo que es
el maltrato, pasando por familiares
y amigos que sabiendo de su existencia miran
hacia otro lado, hasta llegar a medios de comunicación en cuyas informaciones
a veces se justifica al agresor o se culpa a las mujeres.
Seguimos sin protocolizar como actuar en cada caso, dejando a la interpretación personal de los profesionales que
intervienen en la prevención, la detección y la persecución de estos delitos, que
se debe hacer en cada caso. ¿Cuántos errores se han de cometer hasta tener un
protocolo consensuado que se aplique de verdad en todo el país? La evaluación del riesgo en cada caso es
clave para la protección, y el criterio de evaluarlo no puede estar
condicionado por opiniones personales, de médicos, trabajadores sociales,
policías, etc.
También son necesarios cambios legales, no solo intentando aplicar condenas
enormes al agresor. Puede valer con aceptar
que una vez que la autoridad conozca la existencia de un posible delito, aunque
se retire la denuncia, lo que suele ocurrir en la mayoría de casos por
miedo a las represalias del agresor, el
proceso tenga que investigarse de oficio. Eso significa destinar recursos
para hacerlo, pero lo que no tiene sentido es que los destinemos cuando la
violencia ya se ha producido. Mientras deberían utilizarse al máximo los
recursos ya disponibles como por ejemplo el seguimiento con detectores del
maltratador, que hoy en ocasiones tampoco se utilizan.
En cualquier caso, en una sociedad moderna, todos sus individuos, y de manera especial las mujeres en estas
situaciones, deberían tener garantizado el acceso a la asistencia, a la atención
psicológica, a tratamiento o al acompañamiento por servicios públicos
especializados, independientemente de que exista denuncia judicial o no. La
sociedad no puede seguir como si no pasara nada, y hay que buscar soluciones
porque el problema existe y es muy grave. Su origen será cultural, jurídico,
criminológico, psicológico, político o social, pero mientras se identifica la etiología no vale cerrar los ojos y esperar que las estadísticas mejoren por la ciencia infusa.
Un médico de familia atiende a todos sus
miembros, y en ocasiones resulta llamativo
ver a madres que no son conscientes de que su actitud potencia el machismo de sus
hijos, o escuchar la eterna historia
de mujer contra mujer, porque
una ha osado no guiarse por los esquemas tradicionales impuestos socialmente. Los cambios cuestan, y a las
mujeres mucho más.
No es raro encontrarnos a familiares del agresor que fomentan el odio
sobre la víctima. En estos crímenes en Cuenca,
ha sido al contrario y reconforta el contenido de la nota de condena de la
familia del presunto agresor. Con ella abren una puerta a la esperanza de
que los seres humanos aún tenemos remedio, pese a que (sabiéndolo en ocasiones
y en otras no), entre nosotros habiten alimañas, que merezcan todo el peso de
la ley.
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