La Europa que estamos construyendo no nos
sirve. Se ha convertido en un territorio lleno de vallas con concertinas, alambradas
de espino, muros, un mar inmenso y centros
de internamiento. Todo ello forma parte de una Europa insolidaria a la que personalmente me avergüenzo de
pertenecer.
El Mediterráneo, el mar más contaminado del
planeta y la cuna de las civilizaciones, se ha convertido en una enorme
frontera que miles y miles de personas intentan cruzar a la búsqueda de su
suerte o de su muerte. Saben que tienen muchas más posibilidades de alcanzar la
segunda, a que les sonría la primera, y aun así son constantes los intentos.
Las noticias de naufragios y de fallecidos intentando cruzarlo resultan
incontables también este verano.
Pero que eso se repita cada día desde hace
años, solo puede significar que algo muy grave pasa con la especie humana,
posiblemente sea que estamos perdiendo la humanidad que debería ser inherente a
nuestra naturaleza. Desde cada lado del mare nostrum se ven las cosas de una
manera diferente. Para los europeos es una amenaza a las economías de nuestros
países, mientras para ellos es una cuestión de supervivencia.
Desde el lado europeo sentimos que con la
llegada de refugiados se verá incrementada nuestra deuda, aumentaran las cifras
de nuestro paro, que pueden afectar a nuestras primas de riesgo, que pueden
provocar recortes que sufrimos en los servicios públicos. Curiosamente, nos
preocupa la corrupción de cerca, sin
imaginarnos que detrás de estas migraciones también está la corrupción y el
cinismo de la política europea.
Ningún medio de comunicación europeo nos
dirá, que detrás de esos intentos por llegar a Europa también están las
industrias europeas que esquilman sus países de origen, o que (según sus
intereses) Europa comete injerencia política en ellos, o que somos los europeos
los fabricantes de las armas con las que se matan después de que se las
vendamos, o de como la política económica europea es el mayor condicionante
para sus políticas sociales.
Resulta muy claro que para occidente,
nuestros intereses están siempre por encima de las vidas de quienes se
arriesgan a cruzar el mar. Los gobiernos europeos a través de los medios, nos
hacen pensar, que quienes intentan llegar a Europa en busca de una oportunidad
para mejorar sus vidas, son nuestros enemigos. Pero nos basta con rascar un
poco sobre la superficie del asunto, para darnos cuenta de que precisamente con
ellos tenemos en común los mismos enemigos.
Pero mientras, nos preocupa más que nos
manchen las calles o vivan de nuestra economía sumergida. La mentalidad de
“vivir en crisis” que el sistema financiero nos ha hecho asumir a los europeos,
les permite a nuestros gobernantes
dirigirnos para que actuemos contra los propios valores europeos. No hablo de
que debamos actuar de forma bondadosa, sino de que lleguemos a entender que
para nosotros solo es un asunto económico, y que para ellos es una verdadera
cuestión de supervivencia.
Nos estamos convirtiendo en una Europa cruel
y envejecida, y no somos consciente de que nuestro bienestar acabará
dependiendo de esas migraciones. La solución al problema debe ser conjunta de
toda la Unión Europea, que debe asumir el coste de mantener a todos los
refugiados en Europa. Si no es así, o cambia milagrosamente la mentalidad de
los europeos, o seguirá prevaleciendo la sensación de que quienes llegan a
nuestros países nos quitaran algo, y ese es el germen de la xenofobia que
interesa a la extrema derecha.
Ya se nos ha olvidado a los españoles o
italianos, que hace pocos años nuestros abuelos o padres si les iba mal aquí,
buscaban su futuro en otros países. Por eso no se entiende que hoy parezca que
no vemos como nuestros hijos se ven obligados a hacer lo mismo que hacen esos
que cruzan el Mediterráneo, solo que no lo hacen en pateras ni en colchonetas.
Podemos cerrar los ojos, pero existe un grave problema con la situación que
viven millones de personas en el sur del Mediterráneo, y esa situación solo
puede empeorar en los próximos años.
La cuestión no parece tan complicada de
abordar en su origen. O dejamos de vender armas a esos países y de actuar
pensando solo en nuestros intereses sin tener en cuenta los de ellos, o la
gente cruzará porque no le quedará otro remedio. Buscaran suerte o muerte, pero
estarán obligados a arriesgar sus vidas como hoy hacen, y cada vez lo harán en
mayor número si esto no cambia.
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