Quienes seguimos a diario los medios de comunicación en España, sentimos
un hedor nauseabundo por lo que está ocurriéndole a nuestra sociedad. La
percepción es que mucha gente parece haber perdido todos los escrúpulos
relacionados con la ética y la decencia. Ya sé que pasaron los tiempos del apretón
de manos de nuestros abuelos, que significaba el respeto entre personas de honor,
pero al menos, debería seguir en vigor la decencia.
La corrupción de nuestro país, tiene su raíz en la falta de ética y de
moral de algunos individuos pero también de la sociedad en su conjunto, y no
solo de sus políticos o empresarios. Eso convierte, a quienes no participamos
directamente de la corrupción, en cómplices de estos delincuentes de cuello y
guante blanco, queramos o no. Como cualquier tiempo de crisis, es el momento de
los codiciosos y los avaros, el momento del auge de un deseo incontrolado de
bienes y riquezas.
Pero esto es un ciclo cerrado, donde para que unos tengan más, otros han
de poseer menos, y lo triste es que eso, parece no importar ni a los que
carecen de lo básico para la subsistencia. Es cierto que políticos y
banqueros se llevan la palma de esa rapaz actitud, pero si ellos actúan con impunidad
es por el silencio de quienes vemos sus desmanes y no reaccionamos. Aunque nos
duela admitirlo, somos tan delincuentes como ellos, ellos por acción y nosotros
por omisión al no actuar denunciando.
En esos medios de comunicación nacionales y locales, cada día aparece una
relación interminable de nombres de imputados o condenados por corrupción. Cada
día una trama nueva o un imputado nuevo, mucho más sonoras las de corruptos entre
los servidores públicos, pero también de corruptos en la empresa y en los
negocios privados. Es gente que no tiene límite moral, pero que tampoco encuentra
un límite legal que les impida lograr sus objetivos. Son maestros en traicionar
a sus colaboradores o perjudicar a cualquiera sin ningún tipo de remordimiento,
si con ello alcanzan su propósito.
Lo más grave de esta situación afecta al ámbito público, porque los
partidos, que en teoría deben ser los defensores de la sociedad frente a esta
lacra, se convierten en el amparo de estos individuos por el mero hecho de
pertenecer a sus filas o simpatizar con ellos. Para estos expoliadores,
no existe la miseria material, pero atesoran enormes cantidades de miseria
humana.
Puede que esa tolerancia para con los corruptos, se deba a una estructura
anticuada de los partidos de nuestro país, pero también a que vivimos en un
modelo económico europeo, que fue diseñado para una sociedad centro europea en
la que el individuo corrupto es una rara avis, y que parece no ser el más adecuado
para la mayoría de países mediterráneos que también somos Europa, donde la
picaresca es parte de nuestra identidad.
Por eso, si el modelo económico europeo pensado para una sociedad de
individuos decentes, sirve de amparo a estos individuos, urge su reforma, de
un lado para impedir su actividad corrupta, y de otro para conseguir que se
equilibren los sacrificios de todos, y no sólo caigan sobre la parte más débil
de la sociedad europea. En España, al
ver las cifras que alcanza el expolio cometido por algunos, hasta podemos preguntarnos si esto acabará, o si es que aún
no les parece suficiente lo robado para frenar en sus desmanes, porque muchos
no podrán gastar lo que ya poseen aun
viviendo varias vidas.
Pero sobre todo, como sociedad española, deberíamos preguntarnos porque gentes que han obtenido incluso
apoyo y reconocimiento social, y considerada por sus conciudadanos como
aparentemente normal, puedan transformarse en delincuentes de un día para otro.
Lo que es seguro es que en algo estamos fallando, y esta sociedad que estamos
fraguando en base a la competitividad entre los individuos, en lugar de hacerlo
sobre la cooperación entre todos, debería tener los días contados por su propio bien.
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