Difícil de entender, y lo peor, cada día más difícil. Me refiero a comprender
lo que nos está pasando
a los españoles como país. Somos conocedores de que la
realidad de la calle es otra totalmente distinta a la que se nos intenta hacer
ver. Nadie que sea
mínimamente objetivo, y con un mínimo de sentido común, puede creer a los que nos
anuncian que hemos entrado en la recuperación, mientras en la calle vemos cómo andamos
inmersos en una situación de deterioro social y político. Al menos es difícil
para mí.
Hemos pasado de que todo era culpa de Zapatero, a que desde hace dos años la culpable de todo es la situación internacional, y no de Rajoy que ha sustituido a Zapatero. Vemos como ante cualquier dificultad no se aportan soluciones y se sigue recurriendo a la justificación de la herencia recibida, como si antes de llegar este gobierno al poder, no conocieran la situación, y si no la conocían no debieron llegar por inútiles. La culpa aún es de los socialistas, aunque el tiempo ha demostrado que entre Comunidad y Ayuntamiento de Madrid, Comunidad Valenciana y Bankia concentraban más de la mitad del déficit del que se acusaba al gobierno socialista, eran gobernados por el PP y tenían los cajones llenos de facturas sin contabilizar, que aparecieron tras el 20-N.
Pero el punto de
inflexión del deterioro de nuestra joven democracia, ha sido el hecho de que desde hace dos años nos gobiernan con las promesas incumplidas sin que
ocurra nada. Nuestra realidad de país es la consecuencia de tolerar que se
acceda y permanezca en el gobierno con un programa que en su cien por ciento se
ha incumplido (parece que solo cumplirán la reforma de la Ley del aborto). El deterioro social que se está produciendo, hoy solo se atisba, pero se percibirá plenamente
mucho más tarde, cuando la recuperación sea casi imposible.
Hemos pasado de ser
un país de elite, a país mediocre casi por arte de
magia, pero
indudablemente por méritos propios. Hemos cedido al miedo, nos permitimos la
manipulación y la censura informativa, y hasta la desinformación. A nuestra indignación
y crispación, le respondemos ampliando nuestras tragaderas. Nos cabreamos y nos consolamos con agua. Asumimos sueldos
y derechos laborales más propios de países subdesarrollados que europeos,
con una sonrisa, asumiendo que más vale esto que nada.
La estrategia de la derecha gobernante ha sido fácil, convencernos de que el origen de este deterioro está en que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, habiendo conseguido que incluso los ciudadanos nos creamos culpables de la corrupción de ellos, que padecemos nosotros. La realidad es otra: unos pocos nos han robado por encima de nuestras posibilidades.
Se puede afirmar sin temor a equivocarnos que nuestro sistema de partidos está sucio, principalmente dentro del partido del gobierno. Está claro que en España hay políticos corruptos y entornos
institucionales que han favorecido la corrupción. Es innegable por demostrado, que el presidente del gobierno miente, y que tenemos unos
ministerios con una gestión pésima de sus competencias, prevaleciendo el
sectarismo sobre la razón y el consenso.
Tampoco a la corrupción escapan las
organizaciones empresariales ni los sindicatos. Los
primeros, aprovechando el trato de favor a las grandes empresas y los grandes lobbies
de las políticas del gobierno, en deterioro de la clase trabajadora inmersa en
la pobreza y la miseria. Los segundos cediendo a la tentación del ingreso fácil,
olvidando cuál es su papel en este sistema.
Un poder judicial que no garantiza la
justicia y que filtréa con el poder político, evidenciado en el trato desigual que reciben unos (los Blesa, Barcenás o Gurtel) frente al del resto de ciudadanos. Y si mencionamos el trato a la Casa
Real, entonces apaga y vámonos.
Tampoco se escapa al deterioro el papel de la oposición, que no ha dado muestras de buena práctica en su labor, ni como oposición, ni cuando la corrupción ha puesto la sospecha en sus filas. Y son oposición también, el tercer y cuarto partido y los nacionalistas, mirando su ombligo, en lugar de a los ciudadanos.
Puede resumirse todo lo anterior, en
la constatación de lo injusto que en nuestro país es el reparto de la riqueza,
el silencio que ante ello guarda la justicia, o la pasividad de los electores
ante la sistemática aniquilación de nuestros derechos y libertades, en nombre
de una recuperación económica que solo la perciben la banca y los grandes
oligopolios.
Difícil resulta tras lo expuesto no deducir, que es necesario un cambio del actual sistema y una
revisión a fondo de nuestro modelo de democracia, porque empieza a no parecerse
a una democracia. Y ese cambio es urgente, porque el descredito de la política que
la corrupción del sistema, está provocando entre los ciudadanos, permite que
llame a nuestra puerta la anti política.
No es verdad que todos los políticos sean corruptos, impútese y castíguese
a los que lo sean. Permitir
la llegada de la política de la anti política, es entrar en un callejón con una
sola salida, la del populismo, la del salvador de la patria, la de los Franco, Mussolini
o Hitler. La de la no democracia.
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