domingo, 2 de febrero de 2020

UN AMIGO EN LA HORA DEL ADIÓS


Domingo en casa. Esta mañana, una amiga y compañera de trabajo, me ha remitido un articulo de otro compañero de profesión, titulado “La muerte natural”. Su lectura ha inspirado esto comentarios que he querido titular “Un amigo en la hora del adiós”.

UN AMIGO EN LA HORA DEL ADIÓS 

Pocas percepciones son tan gratificantes para un medico de Atención Primaria, como esa que te transmiten los pacientes que sufren un proceso irreversible, cuando les visitas en su domicilio. Algunos familiares suelen comentar “Está mejor solo con que usted venga a verlo”. Suelen ser pacientes que, aunque sin quererlo admitir, conocen que el curso de su enfermedad les está acercando al final de su camino, y desconocen si deben resistir contra viento y marea, o asumirlo como inevitable. En las circunstancias difíciles, todos nos agarramos al clavo ardiendo para no dejarnos vencer, convencidos tal vez, de que los últimos avances científicos puedan ayudarnos. Es como si quisiéramos que la ciencia se impusiera a la naturaleza humana perecedera.

No hace tanto tiempo lo viví con un familiar, que, asumida su partida, me tomó la mano y me pidió que no le dejase solo. Pero esa misma petición la he vivido en varias ocasiones durante mi ejercicio como medico de familia, no solo por petición del paciente, sino también como petición de algún familiar cercano, que necesitaba sentirse acompañado en ese trance. No podemos gestionar la muerte, un proceso natural, irreversible e independiente de los avances científicos. Pero para nadie es fácil de asumir nuestra impotencia ante lo inevitable.

Una de las cosas que primero asumimos los profesionales sanitarios, es que quizás podamos evitar una muerte prematura, pero a los humanos nos toca caminar sobre la delgada línea que separa la resignación a un destino inevitable, de la vivencia utópica de la inmortalidad. Somos mortales, y por ello estamos sometidos a enfermar, sufrir, envejecer y morir. Morir no debería resultar para nadie una sorpresa, sabedores de que mientras vivimos estamos muriendo.

En esas circunstancias, para el medico de familia siempre surge la duda: hasta donde debemos ayudar al paciente en esa lucha por mantener la vida, y no retrasar la muerte tanto, que implique un sufrimiento inútil para el paciente y para su entorno. No es una cuestión a dirimir teniendo en cuenta solo la edad física del paciente, sino que ha de valorarse en conjunto de su estado físico y mental. Y esa disyuntiva, en ningún caso implica el planteamiento de adelantar la muerte, pero debemos ser conscientes, de que llegar a una situación limite, pensando en que se produzca “el milagro”, es un planteamiento ingenuo, ilusorio, y me atrevería a decir, que en el limite de la profesionalidad.

Tampoco se trata de afrontar el momento con resignación, ni de una renuncia explicita a las nuevas terapias de las que disponemos- Pero parece poco acorde al código deontológico, aferrarse a la prolongación de una vida innecesariamente. Nuestro sistema de salud, no se preocupa de preparar a los pacientes para asumir la muerte como algo natural. En nuestra educación, no nos enseñan que vivir implica prepararse para la muerte, que es el final lógico de una vida. El papel de los sanitarios que trabajamos en atención primaria, no es siempre salvar una vida, sino proporcionar al paciente en todo momento, una asistencia respetuosa con sus valores culturales ayudándole a que sus deseos sean respetados. En el momento final, el paciente nos siente más como un amigo, que solo como profesionales de la salud. Nuestra tarea no puede limitarse solo a prescribir fármacos, sino a acompañar.

Es muy importante la sensación de “fidelidad” que el paciente exige de los profesionales con los que habitualmente ha gestionado su salud de manera integral. Muchos pacientes, viendo una evolución tórpida de su proceso, aprovechan un momento de quedarse a solas contigo, para decirte “dígame usted la verdad”, otros simplemente te miran a los ojos, y si cruzas con ellos la mirada, no precisan preguntarte nada. Por eso estoy convencido, de que, si son esos profesionales de atención primaria quienes le transmiten la situación en que se encuentra, el paciente, es sabedor de que o no le van a mentir, o de que es imposible que ellos le engañen.

Hoy contamos con la ayuda inestimable de los compañeros de las unidades de paliativos que en muchas ocasiones informan al paciente, y lo hacen con una altísima profesionalidad, Pero el paciente prefiere la información de sus profesionales de primaria, porque saben que ellos conocen mejor que nadie los temores del paciente. Es uno de los momentos, sino el que más, adquiere importancia la relación de confianza medico-enfermo o enfermera-enfermo. La asistencia a estas situaciones ha de hacerse de forma integral, sabiendo atender a los deseos y valores del paciente, en las decisiones que debemos adoptar los sanitarios.

Hay que atender, acompañar y cuidar de una forma respetuosa al paciente, anteponiendo, ante todo, la singularidad que a cada persona nos es inherente. Es al profesional sanitario más cercano, al que nos corresponde asumir determinadas decisiones en este proceso. Solo nuestro papel de “amigo”, nos obliga a proteger sus decisiones, y es la confianza medico-paciente la que permite hacerlo, sin que ello nos impida, requerir el apoyo de otro personal sanitario para cumplir esa tarea.

La mayoría de los pacientes, no desean una muerte en una habitación de hospital. Desean permanecer hospitalizados mientras mantienen la esperanza de vivir. Pero cuando vemos que batalla ganada una o varias veces, no supone vencer en la guerra, todos preferimos decir adiós en nuestra cama rodeado de los nuestros.

Cuando uno trae a su memoria algunos de esos momentos vividos en muchos años de ejercicio, resulta triste contemplar, como (en la mayoría de los casos) el peso de todos los cuidados recae sobre los familiares, cuando no sobre instituciones residenciales, donde es necesario contar con profesionales que acompañen en ese momento. Es muy diferente para el paciente, cuando ese profesional o ese familiar, nos ha acompañado durante toda la vida, y su papel es el de acompañamiento y no el de un extraño que ha aparecido sin que el paciente lo haya elegido. Es un amigo en la hora del adiós.

No me parece acertada la opción de centros institucionalizados para el morir, salvo en un limitado número de situaciones y pacientes. Todos pacientes les gusta ser atendidos en esos últimos días por aquellos profesionales sanitarios más cercanos, a quienes conoce, como son los médicos y enfermeros de atención primaria.

Si el sistema sanitario y educativo español, no nos enseña a demandar los servicios de salud cuando realmente son necesarios, a asumir que el hecho de morir es parte de un proceso natural, y en nuestro curriculum formativo no nos enseñan que somos nosotros quienes debemos cuidarnos llevando una vida saludable, la muerte siempre nos sorprenderá. Pero también deberíamos cuestionarnos, de que nos sirve un sistema sanitario extraordinariamente dotado y que declara estar centrado en el enfermo, cuando en uno de los momentos más críticos de nuestra existencia, no siempre se respetan los deseos del paciente.

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