En los últimos tiempos vivimos una guerra sucia desde
los medios de información públicos y privados, contra el conocimiento de la
verdad. El objetivo no es otro que controlar a la opinión pública. Vale
todo, desde hacer ver que error y delito son cosas idénticas, a tergiversar informaciones,
sesgar declaraciones, e incluso, algo tan rechazable como mentir con alevosía. Todo
el espectro político de nuestro país sufre, esa manipulación, aunque
lógicamente en mucha menor medida quienes ejercen el poder. Se busca con
ello limitar, no solo la libertad de información, sino otros derechos que ya
creíamos consolidados.
Para desgracia del conjunto de los ciudadanos y desprestigio
de nuestra democracia, algunos entienden que la información es libre
solo si ellos gobiernan y la pueden controlar. Es la consecuencia de no
creer en el sistema democrático, y prueba de ello son las purgas en las
plantillas, despidos a trabajadores que no asumen que el jefe siempre tiene
razón, o el hecho de pasar una noticia digna de portada a páginas centrales. Detrás
de todo esto está el temor a que el impacto de la información cuestione la
torre de cristal de los propietarios de ese medio, o irrite en los aledaños del
poder amigo.
Como otras muchas profesiones hoy en España, el periodismo
muestra síntomas de enfermedad. En mucha mayor medida el vinculado a las
televisiones, porque son muchos más los espectadores que los lectores. Los
ejemplos en los informativos de RTVE, de Tele Madrid, o de RTV Castilla La
Mancha son una clara muestra de que cada vez parece que nos quedan menos
periodistas de los de verdad. Mientras en este país nuestro de cada día,
sigan existiendo millones de personas convencidas de que si algo sale en la
televisión es que es verdad, seguiremos así, y ese debe ser el motivo por
el cual el papel de tertuliano este tan bien remunerado, aunque muchos solo se
dediquen a llenar de frases prefabricadas y ocurrencias obvias los espacios en
los que intervienen, frente al profesional que solo da información.
Como nos ha ocurrido en otras profesiones, entre ellas la
médica, el periodismo ha dejado de ser una profesión vocacional para
convertirse en un medio de vida. Esa transformación de la profesión
ha ido acompañada del cierre de medios ( un ejemplo es Albacete) y la absorción
de los pequeños por los grandes, en busca del monopolio informativo, aún no
alcanzado, pero al que algunos no renuncian. La libertad de información en
una democracia debe asumirse como una cuestión de estado, y el uso
partidista de los medios de información se debería tipificar como un delito más
que implique inhabilitación, ahora que es delito protestar según la
reciente ley mordaza. Eso reforzaría la profesionalidad frente al salario como
objetivo primordial.
La crisis económica se utiliza para intentar acallar las
voces críticas, por quienes están convencidos de que ellos son quienes marcan
la línea que separa la actuación del profesional de la de quien actúa solo como
estómago agradecido. Los periodistas han de unirse por el bien de su
profesión, pero defender la dignidad profesional siempre requiere ir acompañada
de la acción política. La clase política, con independencia de los
partidos debe conocer cuáles son las líneas rojas que nunca deben cruzar,
porque si hoy se cruzan para denostar al rival, mañana se cruzaran para hacerlo
contigo.
Pero no es fácil que alguien se rebele contra esa
manipulación. El desempleo en la profesión periodística es inconmensurable,
y salvo unos pocos, calificables como privilegiados, la inmensa mayoría tiene
bajos salarios, jornadas sin límite, y sometidos a los deseos de quien le
paga. No se puede pedir que levante la voz a quien está en paro,
o con bajo salario, o con la espada de Damocles del despido sobre su cabeza.
Lo que es meridianamente claro es que no lo harán quienes cobran un sueldo
astronómico, precisamente por su sumisión a quien se lo paga. La realidad es
que en España la profesión de político y la de periodista están cada día más
denigradas.
Mucho más sangrante es la actitud social, que damos por
hecho que la manipulación existe, y permanecemos impasibles. Con los medios
privados podría llegar a entenderse, porque puede ser suficiente cerrar el
grifo que los financia para dejar al periodista sin el chusco que llevar a la
mesa de su casa. Pero que también acontezca en lo público sin la menor queja
social, hace este asunto mucho más bochornoso y dice poco a favor
de nuestra calidad democrática. Para dar opinión ya están los artículos de
opinión, y hacerle llegar al ciudadano una información veraz, es algo
diferente.
Si esto continúa, y parece que así será, deben ser las
urnas las encargadas de castigar a quienes así actúan, y apoyar a quienes
opten por la absoluta independencia informativa de quienes ejercen una
profesión tan digna e imprescindible como es el periodismo de información.
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