Sé que este artículo no es políticamente correcto porque, ante la situación de necesidades que vivimos todos debemos echar una mano, y muchos pensaran que sin la labor de las organizaciones que se dedican a la solidaridad, muchos españoles no podrían tener en su mesa ningún alimento en estos días. Esa labor es indudablemente de agradecer, pero siempre he creído que lo peor que nos puede ocurrir es que los arboles nos impidan ver el bosque.
En una sociedad solidaria como la española, cuando las cifras de paro se han hecho insostenibles y ha aumentado el número de personas en situación de pobreza, la solidaridad, o si algunos prefieren llamarla caridad, ha aparecido con más fuerza que nunca. Siempre ha existido la pobreza, pero en los últimos años ser pobre está al alcance de cualquiera hasta sin quererlo. Los “nuevos pobres” son los trabajadores que, aun teniendo empleo, perciben sueldos de miseria, y una parte de la clase media, sin trabajo, y que no puede acceder a las prestaciones sociales.
Los datos de recogida para los bancos de alimentos muestran cifras muy llamativas. Este año han superado sus previsiones y han alcanzado más de 20.000 toneladas recogidas. Es un sistema infalible que combina la solidaridad de los ciudadanos laicos, con la caridad de quienes profesan creencias religiosas. Hasta ahí todo parece plausible, pero un aspecto desconocido por la sociedad, es el doble papel que desempeñan en las donaciones las grandes superficies comerciales.Antes valía con el “sienta un pobre en tu mesa”. Hoy la expresión de nuestra solidaridad, está en el crecimiento experimentado por organizaciones como Caritas y los denominados bancos de alimentos. Con ellos se ha potenciado el papel que desempeña la iglesia católica, puesto que ambas organizaciones están vinculadas a ella. No cuestiono que se nutran de la solidaridad y del altruismo de muchos españoles, y no niego que desarrollan un papel imprescindible en una situación de crisis como la que sufrimos. Pero tampoco se puede negar que estas organizaciones están ocupando el espacio que deberían atender las administraciones públicas.
Desconocido, porque pocos españoles saben que las grandes empresas inciden sobre estas donaciones a través de la Fundación Lealtad, una institución sin ánimo de lucro constituida en 2001, y cuya misión es fomentar la confianza de la sociedad española en las ONG’s en general, y en los bancos de alimentos en particular, para lograr un incremento de las donaciones. Esto da una nueva vertiente de mercado, a algo aparentemente tan solo solidario.
Mientras por un lado criticamos el trato fiscal favorable para las grandes compañías, porque sabemos que muchas de ellas tienen residencia en paraísos fiscales e incluso eluden su fiscalidad, desconocemos que con nuestra solidaridad contribuimos a que su mecanismo de ahorro de impuestos se vea potenciado. A través de esa Fundación vinculada a las ONG´s, son esas mismas empresas las que animan a donar, porque ellas serán las que gestionando nuestra solidaridad, utilizando mecanismos legales con los que consiguen reducir sus impuestos.
Desde una óptica comercial, es un negocio para esas superficies que a la vez que eliminan su stock y sus excedentes, se ahorran los gastos que les supondría la distribución de esos productos. Todo esto sin mencionar, como consiguen mejorar socialmente su imagen las empresas que así actúan. Por lo tanto, la gran recogida solidaria tiene el componente de ser a su vez una gran venta de productos por las grandes superficies.
Aquí aparece la, a mi entender, injusta fiscalidad de nuestro país. Hace unos días aparecía la noticia de que el dueño de una empresa como Zara, había donado al banco de alimentos cuatro millones de euros y otros veinte millones a Caritas, a través de su Fundación. Todos reaccionamos con un sentimiento de simpatía hacia la marca comercial, pero no pensamos que al donarlo vía Fundación, le supone un beneficio del 35% sobre su base de cotización y una importante deducción de impuestos que podrá repercutir a conveniencia en varios ejercicios fiscales.
En paralelo a la labor de Caritas y los bancos de alimentos, en nuestro país cada vez conocemos más iniciativas municipales, que coincidiendo con determinadas fechas como las navideñas y otras vinculadas a ideas altruistas y solidarias, consisten en poner en marcha recogidas de alimentos o ropa o juguetes. En comparación con las cifras de Caritas y los bancos de alimentos, los resultados que obtienen son nimios respecto al importe de las compras que realizamos en los grandes supermercados y que luego donamos en esa misma superficie para los bancos de alimentos.
En Albacete provincia, nuestros municipios en la mayoría de casos, realiza la recogida para apoyar a las familias necesitadas de ese mismo pueblo. Luego viene la utilización partidista de esa solidaridad articulada sutilmente, haciendo que el reparto de lo recogido se realice por la trabajadora social, para posteriormente lanzar el mensaje subliminal al receptor de que es el alcalde quien ha decidido que el envío del donativo sea a esa casa.
De esos dos modos, nuestra solidaridad sirve de un lado para alimentar la picaresca del pícaro político local y de otro para que las grandes empresas donantes se ahorren impuestos. Resulta hiriente, que nuestros donativos de alimentos o las monedas que damos a quienes mendigan en las calles, computen como parte de nuestra buena fe, mientras que en sus donaciones las grandes empresas encuentran una forma de ahorrarse impuestos.
Una gran reforma de la fiscalidad en España es imprescindible para que pague más, quien más tiene, pero también para que se proteja la solidaridad. Visto lo visto, hasta en las donaciones hay quien encuentra un nicho de negocio. Mientras esa reforma llega, el Estado debería impedir que se le suplante, porque lo que hace es dejar que nos engañen a todos. Es la fábula del lobo que se disfraza con piel de cordero.
Pero mientras las cosas cambian, será mejor que practiquemos la solidaridad
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