Hemos vivido hace
unos días el debate sobre el estado de la Nación, con el que los partidos han
pretendido darnos el pistoletazo de salida para las elecciones
europeas, esas en las que realmente todos nos jugamos mucho. Pero sobre
todo, esas en las que los partidos se juegan mucho más, no tanto por
el número de escaños que obtengan, sino porque todos le
temen como a una vara verde, a un desinterés de los ciudadanos que puede
llevarles a abstenerse.
Unos
españoles manifiestan su enfado y disconformidad en las múltiples manifestaciones que hay en
nuestras calles, mientras para otros, no ir a votar se ha convertido en
su forma de protesta. La abstención es por tanto la demostración del
alejamiento ciudadano de una manera de hacer política en la que no se sienten
representados. Puede que muchos hayan seguido el
debate por el morbo del enfrentamiento, pero pasados unos días nadie recuerda
lo acontecido. Lo más grave es que el debate no ha servido para que los ciudadanos recuperen el
interés por la política.
Y es que no puede haber
debate, cuando el presidente del gobierno no ha acudido a debatir, sino a
escuchar su monologo. Todo lo dicho por los distintos
grupos de la oposición,
le resbala. Rajoy ni siquiera se molestó en escuchar antes el sentir de la
calle. Tenía muy claro que los medios de comunicación afines (mayoritarios),
disponían de portadas triunfalistas antes de que se
celebrase el debate, y por ello no ha dudado en utilizar datos reales junto a otros inexactos, de cualquier
manera el resultado se anunciaría triunfal.
El presidente acudió solo para hablar de economía, de su
reiterativa bajada de impuestos, y de su personal “España va bien”. La oposición aun
exponiendo lo que piensa la calle, hablaba con alguien que no les oye. Es el debate del estado de una nación herida por la crisis, y que en los
casi cuarenta años de democracia no ha vivido un momento de mayor debilidad de
la política. Estamos tan defraudados con los partidos por sus incumplimientos
electorales, que nos cuesta creer lo dicho por
cualquiera de los intervinientes.
Por si la sensación de que no nos decían
toda la verdad, con posterioridad al debate, nos enteramos de muchas cosas que nos han hecho convencernos de que por
nuestro gobierno se nos engaña: Bruselas dice que España no cumplirá el déficit previsto ni en 2013 ni en 2014; la economía destruyó el año pasado 265.000 puestos de trabajo,
y tenemos 1.500.000 parados más
con el PP; se ha producido un incremento insultante de la
pobreza que afecta sobre todo a la infancia; ponemos más dinero a la banca para tapar el feo asunto de las preferentes (del que al parecer nadie es responsable)
mientras ha continuado el hundimiento de las
hipotecas pese al rescate bancario; los desahucios
subieron en 2013, y en solo seis
meses hubo tantos como en 2012; la corrupción sigue
apareciendo en todos los rincones, y el jueves nos enteramos de que el PP también está implicado en el caso
de los ERE; estamos usando recursos que pagaremos dentro de cuarenta años;
la deuda se acerca al 100% del PIB; los salarios se redujeron un 2%, el pasado año; el INE informa que la economía en 2013 creció menos
de lo que nos habían dicho. Nada de esto se admitió por Rajoy que dibujo un
país paradisiaco gracias a sus dos años de gobierno.
Si de Zapatero
se decía que era un optimista compulsivo ¿Qué
habrá que decir de Rajoy después de oír su intervención? Ya
ha pasado lo peor, ya vemos los
brotes verdes, estamos saliendo de la crisis, y demás lindezas a las que
últimamente pretende acostumbrarnos. Puede que haya mejorado la situación para sus familiares y la
gente más próxima al gobierno; puede que lo hayan hecho las magnitudes
macroeconómicas" ¿pero a qué precio? Lo de Rajoy no es
optimismo, es cinismo.
Del debate sobre
el estado de la nación de 2014, solo quedará la metáfora de que con el PP ya “hemos pasado el Cabo
de Hornos”. ¿Cuántos españoles se han caído, y a cuantos el gobierno les arrojó
por la por la borda en su viaje solo porque le molestaban? Los dependientes, los
pensionistas, los estudiantes, los docentes, los funcionarios públicos y a los
trabajadores, los sanitarios o los enfermos, han sido el lastre arrojado al mar
por este gobierno en dos años, y al otro lado de su
cabo de Hornos solo han llegado vivos los bancos, los ricos, y los corruptos
financiadores.
En cualquier caso, el debate
ha vuelto a demostrar, que este modelo de hacer la política no interesa, y que la
ciudadanía ha de intentar que cambie radicalmente para sentirla cercana y
estimulada a participar. No nos esta forma de hacer política. La política
no es mala, la que es mala es esta forma de hacerla. No todos los políticos son
iguales, ni todos son malos, pero si son malos muchos de estos políticos.
Necesitamos partidos políticos, no maquinarias electorales y clientelistas. Los
parlamentos son necesarios, pero no parlamentos que funcionen como lo hace el
nuestro.
Y con esa sensación de que los
ciudadanos no pintamos nada, enfilamos hacia las urnas de las Elecciones al
Parlamento Europeo. Difícil animarse a participar en estos comicios tras un debate
que no es debate, sino teatro y puro teatro. Seguro que Europa debe ser la
solución, pero la Europa que tenemos ahora es solo el problema, pero si queremos
quejarnos habrá que expresar nuestra opinión e intentar cambiarla.