viernes, 19 de abril de 2013

Mi aventura como ciudadano


Si algo parece incontestable hoy, es que la teoría de la mano invisible de Adams Smith, que cree en la capacidad auto reguladora de los mercados, ha resultado un rotundo fracaso y la actual crisis es la prueba evidente de ello. Y otra conclusión clara es que sin la regulación del Estado los propios mercados se tornan en caníbales con tendencia a auto destruirse. El ciudadano es solo un pelele sin capacidad de respuesta a sus designios.
Parece por lo tanto necesario, que nos dotemos de nuevas reglas, y que las ya existentes se modifiquen para adecuarse a los cambios que la globalización ha supuesto en todos los aspectos de las economías real y financiera. Entre estas nuevas reglas,. Hay una imprescindible, que el que la haga la pague como en Islandia. Y es que empezando por las hipotecas basura, y terminando por las preferentes, los responsables de estos estropicios (incapaces de mover un dedo por los demás mientras se beneficiaban de ellos), no pueden irse de rositas como lo están haciendo aquí, en Italia, Grecia o Portugal.
El gran batacazo que nos hemos dado, apunta a que de nuevo hay que colocar al Estado en el centro de la economía, si se la quiere poner esta a su servicio, o lo que es lo mismo, al servicio del conjunto de la ciudadanía, y no de una exclusiva elite. Se debe volver a los postulados de Keynes, donde las dimensiones de Estado y mercado son complementarias, y donde se repartan beneficios y pérdidas entre todos, no solo las pérdidas entre todos en conjunto, y los beneficios entre unos pocos.
Es un clamor popular que así no es posible seguir, y los más reacios a grandes cambios, son hoy sus mayores defensores. La ciudadanía debe ejercer un poder, del que ver como el gobierno se ha reído de la tramitación de la ILP contra el actual sistema hipotecario, ha demostrado que carecemos, y eso que estaba respaldada por un millón y medio de firmantes. Si eso no es motivo para cambiar hasta la Carta Magna, pocas cosas pueden serlo.
Los grandes perdedores de este modelo que nos impusieron Reagan, Thatcher, y aquí el gobierno Aznar, son nuestros jóvenes, que no solo se ven obligados a buscar trabajo lejos de su casa pese a su nivel de formación, sino que han de soportar las políticas de precarización del empleo y los eufemismos de una ministra que raya el esperpento cada vez que abre la boca.
Pero no solo la juventud paga esta factura neoliberal, también las clases trabajadoras, esas que pensaban que el piso o el coche les habían convertido en clase media. De sopetón, han chocado contra la cruel realidad de que son sencilla y llanamente obreros, al servicio de unos patronos que con el apoyo del gobierno manejan los hilos de sus derechos laborales a su antojo.
Y por último, tampoco se han librado los partidos políticos, denostados por su comportamiento, pero imprescindibles para elaborar políticas por mucho que a algunos les pese. En su pecado llevan la penitencia, porque en los partidos no pueden imperar quienes tienen pánico a salir del poder, porque les supondría no ser nadie, y eso los partidos lo han consentido.
La cuerda aprieta, y se ve llegar el momento de hacer cambios culturales y sociales profundos, de una nueva ley electoral con limitación de los mandatos, de la expulsión de los parásitos sociales, del fin de la cultura del pelotazo, de acabar con el amiguismo, con la especulación, con la corrupción, y con tantas otras cosas nefastas para los ciudadanos.
Renovarse o morir. Que llegue el momento de la solidaridad, la igualdad y la libertad. Más de lo mismo, no, gracias.

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