Si algo parece incontestable hoy, es que la teoría de la mano invisible de Adams Smith, que cree en la capacidad auto reguladora
de los mercados, ha resultado un rotundo
fracaso y la actual crisis es la prueba evidente de ello. Y otra conclusión clara es que sin la regulación del
Estado los propios mercados se tornan en caníbales con tendencia a auto
destruirse. El ciudadano es solo un
pelele sin capacidad de respuesta a sus designios.
Parece por lo tanto necesario, que nos dotemos de nuevas reglas, y que
las ya existentes se modifiquen para adecuarse a los cambios que la
globalización ha supuesto en todos los aspectos de las economías real y
financiera. Entre estas
nuevas reglas,. Hay una imprescindible, que el que la haga la pague como en
Islandia. Y es que
empezando por las hipotecas basura, y terminando por las preferentes, los
responsables de estos estropicios (incapaces de mover un dedo por los demás mientras
se beneficiaban de ellos), no pueden irse de rositas como lo están
haciendo aquí, en
Italia, Grecia o Portugal.
El gran batacazo que nos hemos dado, apunta a que de nuevo hay que colocar al Estado en
el centro de la economía, si se la
quiere poner esta a su servicio, o lo que es lo mismo, al servicio del
conjunto de la ciudadanía, y no de una exclusiva elite. Se debe volver a los postulados de Keynes, donde las dimensiones de Estado
y mercado son complementarias, y donde se repartan beneficios y pérdidas entre todos, no solo las pérdidas entre todos en conjunto, y
los beneficios entre unos pocos.
Es un clamor popular que así no es posible seguir, y los más reacios a grandes cambios, son hoy sus
mayores defensores. La ciudadanía debe
ejercer un poder, del que ver
como el gobierno se ha reído de la tramitación de la ILP contra el actual sistema hipotecario, ha demostrado que
carecemos, y eso que
estaba respaldada por un millón y medio de firmantes. Si eso no es motivo
para cambiar hasta la Carta Magna, pocas cosas pueden serlo.
Los grandes perdedores de este modelo que nos impusieron Reagan, Thatcher, y aquí el gobierno
Aznar, son
nuestros jóvenes, que no solo se
ven obligados
a buscar trabajo lejos de su casa pese a su nivel de formación, sino que han de soportar las políticas de
precarización del empleo y los eufemismos de una ministra que raya el
esperpento cada vez que
abre la boca.
Pero no solo la juventud paga esta factura neoliberal, también las clases
trabajadoras, esas que pensaban que el piso o el coche les habían convertido en clase media. De sopetón, han chocado contra la cruel realidad
de que son
sencilla y llanamente obreros, al servicio de unos patronos que con el apoyo del gobierno manejan
los hilos de sus derechos laborales a su antojo.
Y por último, tampoco se han librado los partidos políticos, denostados por
su comportamiento, pero imprescindibles
para elaborar políticas por
mucho que a algunos les pese. En su pecado llevan la penitencia, porque en los partidos no pueden imperar
quienes tienen pánico a salir del poder, porque les supondría no ser nadie, y eso los partidos lo han consentido.
La cuerda
aprieta, y se ve llegar el
momento de hacer cambios culturales y sociales profundos, de una nueva ley electoral
con limitación de los mandatos, de la expulsión de los parásitos sociales, del
fin de la cultura del pelotazo, de acabar con el amiguismo, con la especulación,
con la corrupción, y con tantas otras cosas
nefastas para los ciudadanos.
Renovarse o morir. Que llegue el
momento de la solidaridad, la igualdad y la libertad. Más de lo mismo, no,
gracias.
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