Hoy
conmemoramos el día de la mujer
trabajadora, una de esas celebraciones
que no deberían ser necesarias si realmente existiese la igualdad real entre
los sexos. Pero cuando se miran las estadísticas,
los datos reflejan que la crisis azota más a las mujeres que a los hombres, que
su salario es menor, y que de los cinco millones de desempleados más de dos
millones ochocientos mil son mujeres, se
entiende la necesidad de una llamada de atención reivindicativa. Un día 8
de marzo como este, pero de 1871 Rosa Luxemburgo murió asesinada.
Leyendo
ayer sobre este histórico personaje, junto
a la reseña de su figura, encontré una reproducción del Guernica de Picasso.
Tras un largo rato contemplándolo, entre sus trazos negros sobre fondo blanco,
he visto imágenes que sugieren la
brutalidad humana, el sufrimiento de los desvalidos, la violencia, y la muerte.
Puede que el nexo de unión entre el Guernica y la figura de esa luchadora
fuesen precisamente esas impresiones: la brutalidad humana, la violencia, o la
muerte.
Después,
la lluvia de la tarde golpeando machaconamente el cristal me ha hecho mirar por
la ventana. En la acera de enfrente de casa, mis ojos se han detenido en un
personaje enjuto y casi sin rostro definido, que se resguardaba del temporal en
la cornisa de una tienda. Era una mujer
algo mayor, no tenía aspecto de extranjera, y por sus ropajes modestos y por su
búsqueda entre los despojos, era seguro que tampoco nadaba en la abundancia.
Ha
encontrado en el contenedor un objeto metálico, la ha cogido en su mano, y ha estado
un rato mirándolo y remirándolo con la cara de satisfacción que puede poner
quien encuentra un pequeño tesoro. Mientras yo le daba un sorbo al café, ella
miraba reiteradamente al cielo, como si intentara adivinar cuando la tormenta le
daría una tregua que le permitiese llegar a su destino sin empaparse.
Las imágenes del
Guernica, de Rosa de Luxemburgo, y de la mujer del contenedor entre la lluvia,
me han hecho preguntarme qué maldición habría caído sobre este país, para que
cada vez sus imágenes sean más cercanas al dramatismo, y sobre todo, tan
crueles con las mujeres y más aún, con las mayores y con las desempleadas.
Viendo
eso, me ha sido inevitable repasar los más de treinta años de democracia de esta España nuestra, y el repaso nos
dice que hemos sido uno de los países desarrollados donde el acceso a la educación, a la formación, a la salud, al empleo, a los
derechos laborales, a un fortalecido papel social de la mujer, eran sinónimo de
un desarrollo humano envidiado por nuestros países vecinos.
Esta
España nuestra, estábamos empezando a
ser un país desarrollado socialmente veíamos fortalecerse los gobiernos
locales, revitalizarse la sociedad civil y emerger la cultura emprendedora, ponerse
las primeras piedras de una sociedad participativa, nacer nuevas iniciativas
empresariales, mejorar las infraestructuras, y como nos convertíamos poco a
poco en un estado de derecho y libertades.
Este
país que incluso había comenzado a darse
cuenta de la necesidad de proteger sus recursos naturales, del uso de energías
renovables, de los beneficios de la agricultura ecológica, y de que el
entorno es uno de los factores que condicionan nuestro nivel de salud, de pronto, de la noche a la mañana, todo se
ha ido por el sumidero creado por unas políticas impuestas desde Europa.
Muchos
reclamábamos contra la crisis más
Europa, pero no esta Europa de los mercados, que ha hecho que cuando más sentíamos su necesidad, más provocara
el rechazo de unos españoles y españolas, ciudadanos de esa Europa, que no podemos entender como todo nuestro
estado de bienestar se haya esfumado, no por vivir por encima de nuestras
posibilidades, sino por su empecinamiento en la austeridad.
En
las imágenes descritas, se entremezcla el
grito de casi tres millones de mujeres sin acceso al empleo, el sufrimiento de mujeres
desvalidas, la brutalidad policial frente a las reivindicaciones de igualdad,
la violencia machista, los abusos contra las mujeres, la explotación sexual, la
muerte de las desahuciadas que saltan por un balcón, y un montón de motivos más.
Por eso, aunque nos duela a quienes creemos en la igualdad con independencia de
sexo o creencias, sigue siendo necesario cada año un ocho de marzo
reivindicativo.
No me gusta que los
trazos de Picasso puedan estar recobrando actualidad. Desde este blog, expreso lo que sentimos muchos, que no queremos
esta España de desigualdades, donde las mujeres y los “nadies”, esos que no
valen ni el precio de la bala que los mata, siempre están en un segundo plano, a la hora del reparto de derechos, y
los primeros en el de obligaciones.
Militemos en el
optimismo convencidos de que querer es poder. Somos muchos y muchas, los que no nos resignamos a admitir que la suerte
está echada. Si nosotros pensamos,
nosotros decidimos.
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