Si hoy habéis
escuchado los medios tanto escritos como audiovisuales, casi con seguridad habréis
tenido la misma sensación que yo: la
corrupción es un asunto que solo afecta al PSOE, vía Pepe Blanco, Bárcenas no
existe, y la foto de Rajoy con los secretarios generales de los dos sindicatos
de clase que nos anuncia la paz
social, y que además viene acompañada
del envoltorio de celofán del “ya hemos
empezado a salir de la crisis”.
Esta imagen triunfalista que se nos traslada
a los ciudadanos desde los medios afines al régimen, contrasta con la del domingo con manifestaciones contra la
corrupción, la política de recortes del gobierno, la vulneración de derechos
laborales, etc, etc, etc.
No se puede negar,
que con solo una pincelada, han conseguido
deformar la percepción de la realidad para el gran público. Si eso ocurre, es porque seguimos siendo el país de charanga y pandereta que
cualquier dictadorzuelo del tres al cuarto desearía en sus mejores sueños. Nuestra función es quejarnos, dar
soluciones es la función de nuestros políticos, y así nos va el pelaje nacional.
Somos el país que todo lo arregla en la barra del
bar de la esquina, que cuando sale a
manifestarse nadie nos gana a utilizar el tono más alto que nos sea posible, y
que si hace falta utilizar el insulto
contra los gobernantes, lo hacemos gustosos porque para eso el léxico y
nuestro diccionario son amplios. Pero eso sí, una vez insultado, vociferado, manifestado y dado una clase magistral
sobre economía detrás de una cerveza, nos vamos a casa a esperar que alguien
resuelva el problema, que nosotros ya hemos hecho bastante con denunciarlo
a los cuatro vientos.
Digo esto, porque me gustaría saber como canalizar ese espíritu
reivindicativo, saber por que después
de gritar juntos, que no revueltos, volvemos
a convertirnos en los otorgadores de carnets de izquierda pura, izquierda café con
leche, izquierda leche manchada, o izquierda desnatada, en lugar de una sola
izquierda. Mientras enfrente sigue la derecha nata, y como mucho la creme
de la creme de la derecha. Una derecha
grasienta pero en una organización única, frente a los miles de matices de una
leche que por no ser capaz de articularse en respuesta colectiva, ni en
organizaciones que aglutinen, por lo que acaba siendo leche agria.
Si esa palpable división ciudadana no existiera,
los partidos políticos, los sindicatos, los empresarios y hasta la banca, funcionarían
de otra manera. Nos guardarían el respeto que merecemos, porque nosotros, sin ellos, seguimos siendo ciudadanos, pero
ellos sin nosotros no son nada. La
unidad en la calle solo beneficia a la ciudadanía, pero no acaba de
entrarnos en la cabeza. Mientras, la creme de la creme campa a sus anchas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario