martes, 12 de marzo de 2013

Mentalidad española: yo protesto, dar soluciones no es mi obligación


Si hoy habéis escuchado los medios tanto escritos como audiovisuales, casi con seguridad habréis tenido la misma sensación que yo: la corrupción es un asunto que solo afecta al PSOE, vía Pepe Blanco, Bárcenas no existe, y la foto de Rajoy con los secretarios generales de los dos sindicatos de clase que nos anuncia la paz social, y que además viene acompañada del envoltorio de celofán del “ya hemos empezado a salir de la crisis”.
Esta imagen triunfalista que se nos traslada a los ciudadanos desde los medios afines al régimen, contrasta con la del domingo con manifestaciones contra la corrupción, la política de recortes del gobierno, la vulneración de derechos laborales, etc, etc, etc.

No se puede negar, que con solo una pincelada, han conseguido deformar la percepción de la realidad para el gran público. Si eso ocurre, es porque seguimos siendo el país de charanga y pandereta que cualquier dictadorzuelo del tres al cuarto desearía en sus mejores sueños. Nuestra función es quejarnos, dar soluciones es la función de nuestros políticos, y así nos va el pelaje nacional.
Somos el país que todo lo arregla en la barra del bar de la esquina, que cuando sale a manifestarse nadie nos gana a utilizar el tono más alto que nos sea posible, y que si hace falta utilizar el insulto contra los gobernantes, lo hacemos gustosos porque para eso el léxico y nuestro diccionario son amplios. Pero eso sí, una vez insultado, vociferado, manifestado y dado una clase magistral sobre economía detrás de una cerveza, nos vamos a casa a esperar que alguien resuelva el problema, que nosotros ya hemos hecho bastante con denunciarlo a los cuatro vientos.

Digo esto, porque me gustaría saber como canalizar ese espíritu reivindicativo, saber por que después de gritar juntos, que no revueltos, volvemos a convertirnos en los otorgadores de carnets de izquierda pura, izquierda café con leche, izquierda leche manchada, o izquierda desnatada, en lugar de una sola izquierda. Mientras enfrente sigue la derecha nata, y como mucho la creme de la creme de la derecha. Una derecha grasienta pero en una organización única, frente a los miles de matices de una leche que por no ser capaz de articularse en respuesta colectiva, ni en organizaciones que aglutinen, por lo que acaba siendo leche agria.
Si esa palpable división ciudadana no existiera, los partidos políticos, los sindicatos, los empresarios y hasta la banca, funcionarían de otra manera. Nos guardarían el respeto que merecemos, porque nosotros, sin ellos, seguimos siendo ciudadanos, pero ellos sin nosotros no son nada. La unidad en la calle solo beneficia a la ciudadanía, pero no acaba de entrarnos en la cabeza. Mientras, la creme de la creme campa a sus anchas.

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