viernes, 23 de abril de 2021

La admirada transición inadmirable

Que tiempos aquellos los de nuestra envidiada transición. Cuando murió el dictador, se abrió una posibilidad de convivencia y no se podía desaprovechar. Eran demasiados años bajo el yugo (y otros pocos además bajo las flechas), como para no apostar por transigir, aunque hubiese que aparcar lo que hasta ese momento pensábamos que era inaplazable. Y lo hicimos. Sin embargo, cuando compartíamos la barra de un bar una noche post exámenes, seguíamos contemplando que éramos diferentes, porque mientras nosotros cantábamos el himno de la alegría de Miguel Rios, ellos entonaban el “cara al sol”. Era el café de los muy cafeteros, pero nos conformamos porque al menos era café. Siempre tuvimos la piel fina en este lado, y ellos tenían callo. Y el tiempo pasa, y nos vamos poniendo viejos, y transigir para convivir no lo recuerdo como ayer. No rompimos, tranzamos; no cambiamos, re modelamos. Y aquellos polvos nos trajeron estos lodos, y ahora nos duele ver signos que deberían ser de todos, pero que los morenos de tanto mirar al astro rey, han convertido en símbolos franquistas y hoy lucen con orgullo aquellos que con un salario de miseria viven en barrios obreros, y que, aunque ellos no lo noten, cada vez se parecen más al concepto de zonas marginales. Nos duele ver a pobres apoyando en las urnas a sus amos. Pero asumamos que todo ha sido y es fruto nuestra tolerancia. De tolerar una demagogia convertida en norma de gobierno de populismo estéril para el pueblo; de permitir que actitudes mafiosas se conviertan en toleradas más que en tolerables. Duele un discurso ruidoso, y radical, al que se le opone un silencio de paz de cementerio como el de antes. Duele ver como siempre golpea el mismo, mientras aplaude el rival caído en la lona, más que el publico que presencia el combate. Duele la chulería, el desafío, eficaz para dividir la sociedad, ante la sonrisa de quien más pierde por la polarización. Nos duele que no se exijan propuestas de gobierno, ni que en el centro de las políticas económicas no esté el dinero sino los individuos. Todo concluye en tristeza. En un final inevitable. La chulería sale rentable en esta España nuestra. La estupidez no tiene precio para quien te cree estúpido, si el que la padece tiene la faca clavada en sus tripas y no lo sabe. No da pena, da vergüenza. 

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