domingo, 20 de diciembre de 2020

Toca asumir que juntarnos en Navidad es una actividad de alto riesgo

Ayer viernes Sanidad comunicaba 11.815 nuevos contagios y 149 fallecidos en las ultimas 24 horas. España se acerca al 1.800.000 pacientes confirmados y supera los 48.000 fallecidos con test realizado. Hay una incidencia en crecimiento de 214, 12 por cada 100.000 habitantes. No somos únicos en el universo, porque el coronavirus ha llegado a casi todos los países del mundo. España lo hizo en marzo, pero ya son mayoría los gobiernos obligados a imponer restricciones y reducido de forma drástica las actividades de ocio como mejor formula para intentar contener el virus.

En las conversaciones, comentarios o debates en nuestros medios de comunicación, se impone algo muy hispano: mirarnos el ombligo convencidos de ser el centro del universo. Pasamos de ser el mejor sistema sanitario del mundo al peor, de tener a los sanitarios por héroes a verlos como villanos, de presumir de campeones del mundo a creernos incapaces de marcarle un gol ni al arco iris. Quienes así opinan se olvidan de que solo somos uno más entre el conjunto de países. Quizás esa forma de actuar es la causa de que no hayamos entendido aún, que este es un problema mundial donde no vale poner de ejemplo la gestión de los demás para machacar la nuestra, o ensalzar la nuestra para dilapidar la de los demás. La realidad es que cada país lo hace lo mejor que sabe o puede, y no es lógico pensar que todos los gobiernos quieran hundir sus economías, acabar con la restauración.
Sencillamente todos los países utilizan aquello que está en su mano, porque no hay un método infalible para frenar esta pandemia. Y a pesar de eso, el numero de fallecidos en el mundo ha superado el millón en septiembre y puede que este mes veamos doblada esa cifra. Y hablo de cifras oficiales, porque son muchos los países donde morir es lo habitual e importa poco en sus estadísticas si fue el coronavirus o lo devoró una fiera. Y a pesar de esos datos de tragedia, parece que no ha sido suficiente una primera ola para hacer entender a la humanidad el riesgo que corre la salud y la economía mundiales. Ahora estamos en mitad de una segunda que ha engrosado el registro de fallecidos a un mayor ritmo que la anterior ola primaveral, pero solo parece importante que ya disponemos de vacunas y que eso hace innecesario adoptar medidas de restricción más estrictas.
En nuestro país, la pandemia se ha convertido en un arma política arrojadiza, Si se actúa, malo porque se actúa. Si no se hace, malo porque no se hace. Se ha calificado al Gobierno de dictador por adoptar un mando único; si se delegaron las decisiones en las CCAA, entonces es desentenderse del problema, y se pide al Gobierno que asuma el mando único. Demasiado tufo a populismo, cuando no a puro cinismo oportunista, demostrando que los fallecidos importan solo si suponen votos y desgaste al rival político. Como si lo que pueda suceder a un vasco, no le importase a un manchego, a un catalán o un madrileño, y a la reciproca. Todos los demás países son modelos de gestión menos el nuestro, aunque fuera si se alabe nuestra gestión. El tiempo está acabando por evidenciar que ningún modelo garantiza ser infalible ante el virus, salvo las medidas de confinamiento.
Basta revisar la situación que hoy viven los países modelo a seguir, para constatar lo afirmado. Corea del Sur había acabado con el virus, esa misma Corea que tres días consecutivos ha superado los 1000 contagios, y hoy anuncia restricciones estrictas como las nuestras de marzo; Alemania, donde hemos visto días de cerca de 30.000 contagios y superar los 900 fallecidos; Dinamarca, que tras un récord de 4.500 contagios en un día, cerró sus centros comerciales el jueves, y el lunes clausurará escuelas, peluquerías y fisioterapeutas, solo abren supermercados y farmacias, hasta el 3 de enero; Portugal con restricciones de movilidad con 366.952 positivos pero de ellos 70.000 casos activos, y 6.000 fallecidos; la República Checa ha cerrado bares, restaurantes y hoteles; Reino Unido, registraba 20.263 nuevos casos de coronavirus; Italia con un rebrote que le ha obligado a suspender las fiestas de Navidad; Francia con cierres totales de la restauración desde hace días y horarios de toque de queda; Estados Unidos que supera las 300.000 muertes por COVID-19 y una ciudad emblemática como Nueva York no descarta otro "cierre total"; Países Bajos, los que no admitían un reparto de fondos para hacer frente a la pandemia, porque era algo que no iba con ellos, y que hoy es un país confinado hasta mediados de enero.
A pesar de esos datos de crecimiento de contagios y de esas medidas estrictas en los llamados países a imitar, curiosamente aquí no acaban de saltar las alarmas. Cada CA va por libre, y no solo no parecen ver en la pandemia un problema mundial, o de todo el Estado sino algo regional que se soluciona con medias regionales y restricciones a la carta. Parecen no querer ver que una pandemia no sabe fronteras, de patrias, ni de colores políticos, y que no se combate con medidas más orientadas a hacer su agosto electoral que a tomarse en serio que o se tomar medidas drásticas o la tercera oleada la tendremos a mediados de enero. En vez de hacer una propuesta alternativa seria, escuchar al líder de la oposición identificando como el gran problema es que el problema es que el presidente no llora como Merkel, o que le exija un mando único estatal, mientras alienta las medidas dispares de cada una de las CCAA donde su partido gobierna. El nivel de nuestra política está alcanzando las más bajas cimas de su historia.
Hay un empeño nacional en no aprender de lo vivido. Llevamos en subida desde el día 9, siguiente al puente de la Constitución, y hoy ya no hay duda que la tendencia ha cambiado y que aún no hemos visto todas las consecuencias de ese puente en las cifras. En 10 CCAA está subiendo (en cuatro la incidencia está por encima de los 250, es decir, de riesgo extremo: Baleares (322), Madrid (262), País Vasco (256), C. Valenciana (254) y Castilla-La Mancha (251). Y en las otras siete, junto con Ceuta y Melilla, se ha estabilizado. Lo cierto es que, si a ese puente le añadimos Navidad y Año nuevo, nos iremos a mediados de enero viendo las cifras elevarse sin freno hasta finales de enero.
La pregunta es ¿seremos suficientemente responsables para tener celebraciones seguras? Si dudados de la respuesta, entonces estamos contestando con un NO. Siguen siendo los mayores de las residencias los que mas fallecen, pero no se puede obviar que en cada hogar de nuestro país hay personas mayores, o conviven personas que tienen factores de riesgo a los que un contagio pondría en riesgo sus vidas. Pero el riesgo es extensible a la población en general, porque incluso quienes ya tiene anticuerpos por haber pasado la infección, desconocemos a ciencia cierta que están libres de no volver a contraerla. Muchos países no celebrarán sus navidades. Pregunta ¿Tan difícil nos resulta a los españoles plantearnos que estas Navidades, ni pueden ni deben ser como las anteriores? ¿Tan difícil nos resulta asumir que juntarnos es una actividad de alto riesgo? Siempre me gusto prevenir, debe ser por deformación profesional, y por eso os comentaré algo ocurrido recientemente. A finales de octubre yo me encontraba en Asturias, y la incidencia era baja, pero empezaba a crecer sin llegara a ser alarmante esa tendencia. A mi regreso a Albacete, las cifras seguían en la misma tendencia y el gobierno asturiano pidió autorización al gobierno central para realizar un confinamiento domiciliario y cerrar las actividades no esenciales en todo el Principado. Se le denegó, y la tercera semana de noviembre Asturias vio sus hospitales saturados, las actividades no esenciales han estado cerradas hasta diciembre.
No escuchar a los epidemiologos, y jugar a la ruleta rusa con medidas insuficientes para evitar una tercera oleada consecuencia de las fiestas de Navidad y Año Nuevo, es poner por delante de la salud de los ciudadanos, algo lúdico y consumista, sin darse cuenta que esto será pan para hoy pero hambre para mañana. Al tiempo.

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