sábado, 5 de septiembre de 2020

RECLAMA EN LOS DESPACHOS, NO EN LAS CONSULTAS

Los casos positivos se multiplican. Pero mucho más lo hace, el número de quienes sospechan haberse contagiado. Las consecuencias: centros desbordados de llamadas, pacientes enfadados (muchas veces con razón) por sentirse desatendidos, y unos profesionales de atención primaria sobresaturados. No solo pasamos la consulta, sino que a los positivos que permanecen en sus domicilios se les realiza el seguimiento, y los contactos deben ser localizados por los rastreadores. Tampoco nos ayuda en que sea eficaz nuestro trabajo, el retraso en la realización de las PCR, ni el retraso en disponer de su resultado.
A pesar de que todo lo anterior es una realidad, constatable y documentada, pocos ciudadanos quieren ver el problema de su asistencia personal en toda su dimensión. Los árboles impiden ver el bosque, y como ya es una costumbre nacional, la solución más sencilla e inmediata, es designar culpable al primero que se encuentran: los vagos de los sanitarios que no quieren trabajar. Tampoco de la extensión de la pandemia son responsables sólo los ciudadanos. Pero pocos son los que se paran a analizar todos los elementos, para averiguar dónde está el nudo gordiano del problema. Hagamos al menos un intento por conseguirlo.
En los centros de salud de todo el país, se planificaron las vacaciones de su personal, unos profesionales agotados de hacerle frente a la primera ola, y necesitados de un merecido descanso. Se planificaba así, porque todo apuntaba, a que los rebrotes llegarían en octubre con el frío, y hasta en eso el coronavirus nos ha sorprendido. La segunda parte de la ola (o la segunda ola) se ha adelantado, y en la segunda quincena de agosto y la primera de septiembre, el virus ha encontrado los centros con un tercio de su personal de vacaciones, de por sí un problema reiterado por la falta de sustituciones, al que añadir los aislamientos de sanitarios sospechosos de contagio, y de los sanitarios con contagio confirmado ya en aislamiento y en tratamiento.
Además, esta ola llega cuando estábamos organizando el trabajo de retomar la asistencia a los pacientes crónicos, y todo se ha vuelto a complicar. No solo nos ha afectado a la atención primaria, porque el grado de complicación en primaria, es directamente proporcional al incremento de la demanda en los servicios de urgencias, que están sufriendo la sobrecarga de quienes no son atendidos en su centro de salud, o que ni tan siquiera han podido contactar con su MAP telefónicamente. En ese escenario, hay que comprender que muchos pacientes están asustados, y eso contribuye a esa sobrecarga.
No ser atendidos en una situación de síntomas (con demasiada información, mucha de ella confusa, cuando no contradictoria), no es algo fácil de entender para el común de los mortales. Que el acceso telefónico a los centros de salud está resultando una tortura, es algo evidente y comprobable. Pero lo cuestionable es que esto ocurra, cuando desde los sistemas de salud se había apostado por la teleconsulta, como la mejor alternativa a la consulta presencial que en la pandemia resulta peligrosa para pacientes y sanitarios. Apostar por la teleconsulta es lo lógico, como lógico es, que los pacientes, tras varios intentos por contactar con su centro sin conseguirlo, acudan a su centro de salud sin tener cita previa, o acaben acudiendo a los servicios de urgencias. En el primer caso se encuentran con dificultad para acceder al centro, por las medidas impuestas para evitar que los pacientes no Covid coincidan con otros enfermos Covid, y puedan existir contagios. En el caso de ir a urgencias, los pacientes deberán permanecer sin ningún acompañante por los mismos motivos. Ambas situaciones son desaconsejables.
Sabido es que partíamos en una situación deficitaria de recursos en primaria, cuando nos llegó la pandemia; que los recortes post crisis del 2008 habían debilitado el sistema. Pero esta segunda oleada tampoco nos ha llegado en las mejores condiciones, y el motivo de ello no hay que buscarlo en los sanitarios. El compromiso de las diferentes administraciones de dotar de recursos la atención primaria, ha sido y está siendo sistemáticamente incumplido. Puede entenderse la dificultad para disponer de recursos en esta crisis que también es económica, pero es un problema de gestión, el hecho de que tampoco se haya planteado la redistribución de los recursos existentes, para poder dar respuesta a las necesidades. Seguimos comprobando que nuestro mapa sanitario, que se realizó hace 31 años, no se ha revisado, y vemos como hay profesionales con un número limitado de pacientes, junto a otros con unos cupos inmensos, a los que les resulta materialmente imposible darles la respuesta adecuada a su demanda, sea por la pandemia como por la cronicidad de muchos pacientes.
El resultado global es que la situación de hoy no es mejor que la que existía a mediados de marzo. Y la disputa política agrava esa situación, porque no tiene explicación y es triste comprobar, como por ejemplo, no se aprovecha la oferta de los rastreadores de sanidad militar por algunas CCAA, mientras que vemos que son sus profesionales de los consultorios locales los que por necesidad y profesionalidad han asumido el papel de rastreadores. Puede entenderse que no haya posibilidad de sustituciones ante la escasez de profesionales en algunos campos asistenciales, especialmente médicos, pero eso no justifica hechos como que en la época de las nuevas tecnologías, para recoger la confirmación de una ILT (el conocido como parte de baja), sea necesario acudir al centro salud a retirarlo (algunos incluso siendo pacientes oncológicos) a riesgo de contagiarse, o ver que volver a prescribir fármacos que precisan visado para un paciente, requiere de varias gestiones para hacer posible su dispensación en farmacia, siendo un tratamiento para varios años en la mayoría de los casos, y siendo el médico de atención primaria tan especialista como el médico hospitalario que lo prescribió de inicio.
En los cursos de gerencia hospitalaria se enseña, que la puerta de acceso al sistema es responsable en gran medida de la percepción de la calidad de la atención que tiene el usuario. El punto de acceso al sistema ha sido, hasta la llegada de la pandemia, el mostrador del centro de salud. Hoy su importancia es menor en la medida que ha ganado valor la atención por teléfono. Si la empatía y amabilidad de quien te atiende presencialmente, era básica para que la percepción del sistema asistencial por parte del paciente, fuese buena, mala o regular, la habilidad y empatía de quien atiende telefónicamente, hace que esa atención cobre mucha más importancia a la hora de que el paciente juzgue positivamente como es atendido.
Si para empezar, ya nadie te coge el teléfono, la percepción es pésima. Si quien te atiende no está formado para dar respuesta a muchas demandas, y por lo tanto la respuesta obtenida no es la correcta, malo además de una pérdida de tiempo. Si además, quien atiende no muestra ninguna empatía, ni comprende que la angustia y el miedo de algunos pacientes está más que justificada, mejor apagamos. Si por fin consigues que se te atienda en las condiciones adecuadas, y la respuesta es que le damos cita para que su médico le llame dentro de cuatro días, estamos contribuyendo a que además de vivir la pandemia, vivamos el caos.
Si las líneas no funcionan, o no hay personal para descolgar el teléfono, no puede calificarse como falta de previsión, sino como el fruto de una pésima gestión. La desescalada se ha realizado sin comprobar que los centros de primaria de los 17 sistemas regionales estaban suficientemente dotados de un equipamiento telefónico que permitiese atender más llamadas de manera simultánea; sin personal para esa atención telefónica formado para hacerlo de manera adecuada; sin una organización del triaje que haga que sea atendido por el facultativo quien realmente precisa de ese tipo de atención y no para una cuestión administrativa que puede ser realizada por otra cualificación profesional; sin suficiente personal de enfermería y equipamientos para la realización de las pruebas PCR que permitan identificar los positivos sintomáticos o asintomáticos; sin suficiente capacidad de los laboratorios para que esas PCR dispongan de un resultado en no más de 24 horas; sin personal para seguimiento de los positivos y sin personal de rastreo para una rápida identificación de los contactos; y con una aplicación informática estatal, que nadie entiende cómo en algunas CCAA, aún se está cuestionando su aplicación y difusión entre todos sus ciudadanos.
La decisión adoptada tras la primera ola, fue que los centros de salud serían el primer escalón asistencial en la pandemia. Serían los encargados de la detección precoz de los casos, de la adopción de las medidas de aislamiento, de la atención domiciliaria de la mayoría de casos, de recuperar la asistencia a los pacientes crónicos aplazada durante la primera ola, y de un largo etcétera de actividades. Lo cierto y verdad es que se empieza a notar el desbordamiento, porque los centros no se han equipado mejor para esa actividad, y las condiciones en las que trabajamos son similares a las de marzo. Con profesionales agotados desde entonces, intentando recuperarse del cansancio acumulado con unas vacaciones, sin ser sustituidos y con sus tareas asumidas por los demás compañeros de su centro, no es sencillo afrontar todo lo que implica ser el primer escalón frente a la pandemia, y a pesar de todo lo estamos haciendo.
Pero también es cierto que en esas condiciones, los sanitarios hacemos lo que podemos, porque en muchos casos sentimos haber llegado a nuestro límite. Ni que decir tiene, que esa situación empeora si le sumamos que hay un importante número de profesionales de baja. Pero algunos pacientes no parecen entender, que al centro de salud se debe acudir las menos veces posibles. A un centro acude quien se siente mal, y un paciente Covid es habitual que no se encuentre bien y acuda, aun con cita previa, lo que convierte al centro en el punto de mayor riesgo de contagio de un pueblo o un barrio. También el profesional sanitario se puede contagiar (en muchas CC sigue sin disponerse de suficientes equipos de protección como sería aconsejable), y convertirse en el contacto de riesgo para sus pacientes. Contagiarse por acudir a un centro de salud, ha pasado de ser fruto de una coincidencia, para convertirse en una certeza en esta situación. Lo que no tiene nada que ver con la calidad asistencial de los profesionales que sigue siendo la misma que mereció aplausos de los ciudadanos desde los balcones.
Por si aún no es suficiente la carga de trabajo que se soporta en los centros ya descrita, ahora nos toca también formar sobre Covid en los colegios y continuar haciendo frente al grave problema de las residencias de mayores muchas de ellas con recursos precarios. Creo injustificada la opinión, de que si no se recibe la atención que se demanda, el responsable está siempre en el centro de salud. La culpabilidad se reparte en porciones iguales, y son muchos los culpables, también en los centros de salud en algún caso, y en el propio paciente en otros. Pero que más de sesenta profesionales hayan perdido la vida en esta pandemia, es un dato lo suficientemente esclarecedor, como para entender quién está en primera línea y quién no. Todos cometemos errores, y nuestros errores profesionales pueden ser graves y debemos responder de ellos. Pero que la responsabilidad de una mala gestión es de los gestores y no nuestra. Antes de descalificar a tu sanitario, piensa que tu problema no nace en las consultas, nace en los despachos.

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