Esta
semana comienza el curso escolar en la mayoría de CCAA. Pocos
discuten, que la educación presencial ayuda a la salud física y
mental de los niños, porque favorece la percepción de estímulos
continuos por ellos, y no es comparable con el aprendizaje que se
reciba mediante la permanencia en casa frente al ordenador. Algunos
parecen haber olvidado, los perjuicios que para la salud implica el
exceso de horas frente a las pantallas digitales. Curioso que muchos
de ellos ahora critican también la formación presencial. En
cualquier caso, los niños necesitan para su salud actividad física
con mayúsculas.
Debemos
darnos cuenta, de lo socorrido que nos resulta a los seres humanos el
miedo. Nos sirve para justificar con él todas nuestras acciones y
siempre impide hacer un análisis sosegado de cualquier situación y
adoptar las mejores decisiones. Lógico el temor y la sensación de
inseguridad que causa el covid-19 en los padres, pero por si solo no
justifica negarse a llevar los niños al colegio. Seamos serios y
busquemos causas objetivas para justificar que no vayan a clase. Si
el niño sufre una enfermedad, el asunto es diferente y lo
justificaría, pero si no es así, y no tiene una enfermedad de
riesgo, la causa del absentismo será difícil de justificar. Puede
ocurrir que quien tenga una patología de riesgo sea algún
conviviente con el niño, y cada caso habrá que analizarlo
individualmente.
Pero
en este país nos hemos enorgullecido de que la enseñanza fuese
obligatoria a partir de los seis años, y nuestra legislación define
que sin una causa justificada, el absentismo escolar es un delito.
Aunque es bien cierto, que en el aspecto jurídico sigue habiendo más
dudas que respuestas, y que consultada la fiscalía, su contestación
es muy ambigua, porque ¿Qué es una justificación clara y
terminante para no llevar a mi hijo a clase? Aunque esa respuesta
deja la pelota en el tejado, lo cierto y real es que hay pocas
alternativas legales a la no escolarización.
Estamos
ante un comienzo de curso atípico. Atípico es que no puedan
abrazarse dos amigos, después de no verse en meses, y tendrán que
contarse las aventuras del verano desde la distancia, corta pero
distancia. Atípica resultará para muchos y muchas, afrontar unos
sentimientos y unas emociones difíciles de gestionar. Emoción
contenida en los niños e incertidumbre en los mayores. Sensaciones
justificadas, porque al conjunto de la comunidad escolar, no se lo
han puesto fácil las CCAA, que aún siendo suyas las competencias, y
sabiendo desde junio que el curso empezaría en septiembre, han
esperado a última hora para afrontar una realidad: la diversidad de
equipamientos en sus colegios. Todo ha originado demasiadas dudas
sobre lo adecuado de las instalaciones, o sobre si el riesgo de
contagio es mucho, poco, muchísimo o ninguno. Toda la comunidad
escolar, (conserjes, personal de limpieza y mantenimiento incluidos),
están ante un auténtico reto.
Personalmente,
creo que va a ser fundamental la sensación que perciban los padres
en los profesores. Si se muestran inseguros o transmiten miedo, los
padres la percibirán y se sentirán inseguros. O son capaces los
docentes de afrontar la apertura de los colegios e institutos en
positivo, o también sus alumnos lo notarán de inmediato. No me
gusta el concepto de "nueva normalidad", porque esto no es
la normalidad, y en esta situación su papel como enseñantes no será
igual, como no lo es, ni el de los sanitarios, ni para los cuidadores
de mayores, ni en la hostelería, ni el de nadie en medio de la
pandemia. Todos, independientemente de nuestra profesión, estamos
afrontando algo desconocido, y el profesorado ha de hacerlo también.
Es un desafío, y todos los desafíos deberían representar una
oportunidad de mejora. Una mejora que nuestro sistema educativo
necesita desde hace tiempo, y que quien más la ha reivindicado es el
profesorado.
Las
movilizaciones sindicales están justificadas, sobre todo en las CCAA
que no han hecho sus deberes y los dejaron para el último día, para
septiembre. La reducción de la ratio de alumnos por aula y la
contratación de más personal en los colegios, fueron propuestas
aceptadas pero hay lugares donde siguen siendo aún una asignatura
pendiente de la administración, que como en todo lo que rodea a esta
pandemia, parece empeñada en llegar tarde. No se debe recurrir por
los gestores del sistema educativo, a la justificación fácil de que
las movilizaciones son fruto de la excesiva politización de
cualquier asunto. Lo que sí existe ciertamente en este asunto, es
demasiado partidismo o un juego partidista en que salga de una manera
o de otra, según convenga a sus intereses. Pero eso es algo que no
debería sorprender en un sector donde cada cambio de gobierno supone
un cambio legislativo. También las medidas de conciliación para los
padres están en el centro de esa pugna.
Los
padres de alumnos, también deben entender, que su papel es diferente
en esta nueva situación. Para empezar no todos lo ven igual, como no
todos los padres han entendido su papel de la misma manera en la
pandemia. Los hay que han mantenido con sus hijos una actitud de
prudencia y realizado con ellos un cumplimiento tenaz de las
recomendaciones de prevención (distancia, mascarillas, higiene de
manos, evitar aglomeraciones o contactos innecesarios de sus hijos).
En estos, que no son todos y puede que ni sean mayoría, es lógico
que vean la vuelta a clase de sus hijos con un cierto temor, más que
justificado porque el riesgo cero no existe.
Pero
otros no deberían sentir ese temor, cuando no lo han tenido antes.
Sus hijos han estado en parques y jardines jugando, sin ningún
control por su parte de si usaban mascarilla y si lo hacían
correctamente, si era segura su práctica deportiva colectiva, si los
juegos en la playa eran un riesgo de contagio, si eran seguros los
cumpleaños de los amigos, si alguien supervisaba las reuniones de
compañeros, etc. Todo eso ha estado presente durante estos meses
tras el estado de alarma, justificandolo en la falsa creencia de que
los niños no enfermaban igual que los mayores, o sencillamente no
enfermaban. La BBC (bautizos, bodas y comuniones), siguen siendo
habituales ya en esta segunda ola, y no nos han parecido
concentraciones preocupantes ni focos de contagio, cuando está
documentado que esos eventos familiares han sido el origen del mayor
número de brotes en todo el país. Puede causarnos respeto la vuelta
al cole, podemos considerarla un riesgo mayor que estar encerrados en
casa, pero no tiene explicación, que para algunos, la vuelta a clase
les parezca llevar a sus hijos al matadero.
Este
es un problema a afrontar entre todos. Toca apelar al optimismo
frente a la dificultad. Cierto que la comunidad escolar se enfrenta a
lo desconocido, pero sus miembros no son los únicos que han debido
hacerlo, porque antes lo han hecho los sanitarios, las fuerzas de
seguridad, los centros sociosanitarios, o algunas ONGs, etc.
Fundamental va a resultar que todos seamos capaces de actuar con la
tranquilidad y con el compromiso que una situación que no
controlamos requiere. Hay que adaptarse a ese nuevo escenario,
sabiendo que, al igual que en el centro del sistema sanitario no debe
estar el profesional sanitario, sino el paciente, en el sistema
educativo ese lugar le corresponde ocuparlo al alumno, que es el
protagonista del proceso de aprendizaje, y ese protagonismo no le
corresponde a ningún otro miembro de la comunidad educativa. El
médico orienta al paciente en los cuidados de su salud, y el maestro
orienta al alumno en el proceso de aprender, pero ni médico ni
maestro son el objetivo del sistema.
Es
el momento de demostrar la profesionalidad por parte de los
profesores. De demostrar la responsabilidad de los padres
responsables. Pero nada es generalizable, porque ni todos los niños
son iguales, ni todos los profesores son iguales, ni todos los padres
lo son tampoco. Toca que aprendamos, que solo poniendo todos de
nuestra parte, esto puede salir bien, seguro que con algunos
sobresaltos. Solo si todos los miembros de la comunidad escolar son
capaces de sumar y no de dividir, se podrá convivir con la pandemia.
Si los padres piensan en sus dudas y sus situaciones personales, si
los profesores además de su situación personal añaden la laboral,
y no se antepone la importancia del aprendizaje de nuestros hijos a
todos esos intereses legítimos, esto no podrá salir bien. Como
tampoco saldrá bien, si la administración no asume su obligación
de proteger los derechos de todos los ciudadanos, y admite esa
diversidad de situaciones personales que existen, y que deben
analizarse de forma individualizada para poder protegerlos.
Todo
apunta a que este puede ser el curso escolar de las intermitencias:
abro, cierro; abro cierro. Si no fuera seguro, los pediatras no
abogarían por la vuelta a las aulas. A los más puristas, que
entienden que lo ideal sería hacer a cada niño una PCR diaria, como
si de deportistas profesionales se tratase, hay que decirles que esas
medidas van encaminadas a proteger a los más mayores y no tienen ese
mismo sentido para con los niños. Tampoco parece acertado exigir
instalar barracones en los colegios, mientras otros padres se quejan
precisamente de que sus hijos estudien en barracones. En lo único
que parecen existir coincidencias es en buscar desde el principio un
culpable de la situación, incluso antes de que se haya cometido el
crimen. Así empezamos mal.
Si
las víctimas de la mala política somos el conjunto de los
ciudadanos; de la mala praxis médica son los pacientes; aquí las
víctimas de no adaptar el sistema educativo a esta nueva situación,
serán esos locos bajitos, y con ellos a este país no le quedará
futuro. Somos unos maestros en la queja y en escaquearnos
cuando toca arrimar el hombro. Sin generalizar, naturalmente.
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