martes, 8 de septiembre de 2020

LA VUELTA AL COLE

Esta semana comienza el curso escolar en la mayoría de CCAA. Pocos discuten, que la educación presencial ayuda a la salud física y mental de los niños, porque favorece la percepción de estímulos continuos por ellos, y no es comparable con el aprendizaje que se reciba mediante la permanencia en casa frente al ordenador. Algunos parecen haber olvidado, los perjuicios que para la salud implica el exceso de horas frente a las pantallas digitales. Curioso que muchos de ellos ahora critican también la formación presencial. En cualquier caso, los niños necesitan para su salud actividad física con mayúsculas.

Debemos darnos cuenta, de lo socorrido que nos resulta a los seres humanos el miedo. Nos sirve para justificar con él todas nuestras acciones y siempre impide hacer un análisis sosegado de cualquier situación y adoptar las mejores decisiones. Lógico el temor y la sensación de inseguridad que causa el covid-19 en los padres, pero por si solo no justifica negarse a llevar los niños al colegio. Seamos serios y busquemos causas objetivas para justificar que no vayan a clase. Si el niño sufre una enfermedad, el asunto es diferente y lo justificaría, pero si no es así, y no tiene una enfermedad de riesgo, la causa del absentismo será difícil de justificar. Puede ocurrir que quien tenga una patología de riesgo sea algún conviviente con el niño, y cada caso habrá que analizarlo individualmente.
Pero en este país nos hemos enorgullecido de que la enseñanza fuese obligatoria a partir de los seis años, y nuestra legislación define que sin una causa justificada, el absentismo escolar es un delito. Aunque es bien cierto, que en el aspecto jurídico sigue habiendo más dudas que respuestas, y que consultada la fiscalía, su contestación es muy ambigua, porque ¿Qué es una justificación clara y terminante para no llevar a mi hijo a clase? Aunque esa respuesta deja la pelota en el tejado, lo cierto y real es que hay pocas alternativas legales a la no escolarización.
Estamos ante un comienzo de curso atípico. Atípico es que no puedan abrazarse dos amigos, después de no verse en meses, y tendrán que contarse las aventuras del verano desde la distancia, corta pero distancia. Atípica resultará para muchos y muchas, afrontar unos sentimientos y unas emociones difíciles de gestionar. Emoción contenida en los niños e incertidumbre en los mayores. Sensaciones justificadas, porque al conjunto de la comunidad escolar, no se lo han puesto fácil las CCAA, que aún siendo suyas las competencias, y sabiendo desde junio que el curso empezaría en septiembre, han esperado a última hora para afrontar una realidad: la diversidad de equipamientos en sus colegios. Todo ha originado demasiadas dudas sobre lo adecuado de las instalaciones, o sobre si el riesgo de contagio es mucho, poco, muchísimo o ninguno. Toda la comunidad escolar, (conserjes, personal de limpieza y mantenimiento incluidos), están ante un auténtico reto.
Personalmente, creo que va a ser fundamental la sensación que perciban los padres en los profesores. Si se muestran inseguros o transmiten miedo, los padres la percibirán y se sentirán inseguros. O son capaces los docentes de afrontar la apertura de los colegios e institutos en positivo, o también sus alumnos lo notarán de inmediato. No me gusta el concepto de "nueva normalidad", porque esto no es la normalidad, y en esta situación su papel como enseñantes no será igual, como no lo es, ni el de los sanitarios, ni para los cuidadores de mayores, ni en la hostelería, ni el de nadie en medio de la pandemia. Todos, independientemente de nuestra profesión, estamos afrontando algo desconocido, y el profesorado ha de hacerlo también. Es un desafío, y todos los desafíos deberían representar una oportunidad de mejora. Una mejora que nuestro sistema educativo necesita desde hace tiempo, y que quien más la ha reivindicado es el profesorado.
Las movilizaciones sindicales están justificadas, sobre todo en las CCAA que no han hecho sus deberes y los dejaron para el último día, para septiembre. La reducción de la ratio de alumnos por aula y la contratación de más personal en los colegios, fueron propuestas aceptadas pero hay lugares donde siguen siendo aún una asignatura pendiente de la administración, que como en todo lo que rodea a esta pandemia, parece empeñada en llegar tarde. No se debe recurrir por los gestores del sistema educativo, a la justificación fácil de que las movilizaciones son fruto de la excesiva politización de cualquier asunto. Lo que sí existe ciertamente en este asunto, es demasiado partidismo o un juego partidista en que salga de una manera o de otra, según convenga a sus intereses. Pero eso es algo que no debería sorprender en un sector donde cada cambio de gobierno supone un cambio legislativo. También las medidas de conciliación para los padres están en el centro de esa pugna.
Los padres de alumnos, también deben entender, que su papel es diferente en esta nueva situación. Para empezar no todos lo ven igual, como no todos los padres han entendido su papel de la misma manera en la pandemia. Los hay que han mantenido con sus hijos una actitud de prudencia y realizado con ellos un cumplimiento tenaz de las recomendaciones de prevención (distancia, mascarillas, higiene de manos, evitar aglomeraciones o contactos innecesarios de sus hijos). En estos, que no son todos y puede que ni sean mayoría, es lógico que vean la vuelta a clase de sus hijos con un cierto temor, más que justificado porque el riesgo cero no existe.

Pero otros no deberían sentir ese temor, cuando no lo han tenido antes. Sus hijos han estado en parques y jardines jugando, sin ningún control por su parte de si usaban mascarilla y si lo hacían correctamente, si era segura su práctica deportiva colectiva, si los juegos en la playa eran un riesgo de contagio, si eran seguros los cumpleaños de los amigos, si alguien supervisaba las reuniones de compañeros, etc. Todo eso ha estado presente durante estos meses tras el estado de alarma, justificandolo en la falsa creencia de que los niños no enfermaban igual que los mayores, o sencillamente no enfermaban. La BBC (bautizos, bodas y comuniones), siguen siendo habituales ya en esta segunda ola, y no nos han parecido concentraciones preocupantes ni focos de contagio, cuando está documentado que esos eventos familiares han sido el origen del mayor número de brotes en todo el país. Puede causarnos respeto la vuelta al cole, podemos considerarla un riesgo mayor que estar encerrados en casa, pero no tiene explicación, que para algunos, la vuelta a clase les parezca llevar a sus hijos al matadero.

Este es un problema a afrontar entre todos. Toca apelar al optimismo frente a la dificultad. Cierto que la comunidad escolar se enfrenta a lo desconocido, pero sus miembros no son los únicos que han debido hacerlo, porque antes lo han hecho los sanitarios, las fuerzas de seguridad, los centros sociosanitarios, o algunas ONGs, etc. Fundamental va a resultar que todos seamos capaces de actuar con la tranquilidad y con el compromiso que una situación que no controlamos requiere. Hay que adaptarse a ese nuevo escenario, sabiendo que, al igual que en el centro del sistema sanitario no debe estar el profesional sanitario, sino el paciente, en el sistema educativo ese lugar le corresponde ocuparlo al alumno, que es el protagonista del proceso de aprendizaje, y ese protagonismo no le corresponde a ningún otro miembro de la comunidad educativa. El médico orienta al paciente en los cuidados de su salud, y el maestro orienta al alumno en el proceso de aprender, pero ni médico ni maestro son el objetivo del sistema.

Es el momento de demostrar la profesionalidad por parte de los profesores. De demostrar la responsabilidad de los padres responsables. Pero nada es generalizable, porque ni todos los niños son iguales, ni todos los profesores son iguales, ni todos los padres lo son tampoco. Toca que aprendamos, que solo poniendo todos de nuestra parte, esto puede salir bien, seguro que con algunos sobresaltos. Solo si todos los miembros de la comunidad escolar son capaces de sumar y no de dividir, se podrá convivir con la pandemia. Si los padres piensan en sus dudas y sus situaciones personales, si los profesores además de su situación personal añaden la laboral, y no se antepone la importancia del aprendizaje de nuestros hijos a todos esos intereses legítimos, esto no podrá salir bien. Como tampoco saldrá bien, si la administración no asume su obligación de proteger los derechos de todos los ciudadanos, y admite esa diversidad de situaciones personales que existen, y que deben analizarse de forma individualizada para poder protegerlos.

Todo apunta a que este puede ser el curso escolar de las intermitencias: abro, cierro; abro cierro. Si no fuera seguro, los pediatras no abogarían por la vuelta a las aulas. A los más puristas, que entienden que lo ideal sería hacer a cada niño una PCR diaria, como si de deportistas profesionales se tratase, hay que decirles que esas medidas van encaminadas a proteger a los más mayores y no tienen ese mismo sentido para con los niños. Tampoco parece acertado exigir instalar barracones en los colegios, mientras otros padres se quejan precisamente de que sus hijos estudien en barracones. En lo único que parecen existir coincidencias es en buscar desde el principio un culpable de la situación, incluso antes de que se haya cometido el crimen. Así empezamos mal.

Si las víctimas de la mala política somos el conjunto de los ciudadanos; de la mala praxis médica son los pacientes; aquí las víctimas de no adaptar el sistema educativo a esta nueva situación, serán esos locos bajitos, y con ellos a este país no le quedará futuro. Somos unos maestros en la queja y en escaquearnos cuando toca arrimar el hombro. Sin generalizar, naturalmente.
 






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