La pandemia del Covid 19, ha puesto a prueba a nuestro sistema sanitario. Hoy ya pocos discuten, que ha existido una falta de recursos para el diagnóstico de los casos sospechosos, y una falta de previsión general. Hemos constatado que son muchas las carencias que existen, tanto de estructura sanitaria, como organizativas. La cuestión que hoy debería preocuparnos no es lo ya acontecido, sino cuánto hemos aprendido de esa experiencia. Si en una segunda oleada se repiten los mismos errores, incluso ahora ya con los brotes que están surgiendo, entonces nadie podrá negar que estaremos ante una negligencia por parte de las administraciones. Si alguno de nuestros gobernantes no es consciente de la urgente necesidad de reforzar el sistema sanitario, en las actuales circunstancias, lo mejor que puede hacer es marcharse a su casa.
Los profesionales de la salud debemos poner especial énfasis en aquello que hoy si tiene evidencia científica: las medidas de higiene (lavado de manos, evitar tocar superficies en espacios públicos, uso de alcohol gel como alternativa al lavado de manos, evitar tocarse la cara) deben ser seguidas por todos especialmente por los pacientes crónicos y sus familiares con los que convivan. Las mascarillas son un elemento con el que debemos acostumbrarnos a convivir como con las gafas, o un reloj, y más cuando su uso en espacios en donde no se puede mantener la distancia es una recomendación de la Organización Mundial de la Salud. Pero pensar que esto se va a arreglar con solo mascarillas o sanciones a quienes incumplan las normas dictadas, es convertirse en cómplice de un desastre anunciado.
No son iguales las situaciones en todas las Comunidades, pero lo son menos aún, en cómo se están abordando los rebrotes. Los rebrotes no son el problema, son el aviso de lo que la llegada del invierno puede traer sobre los sanitarios. Han funcionado mejor los profesionales sanitarios que las consejerías y al Ministerio que actuaron con retraso., y, o somos capaces de actuar al unísono, o el futuro será gris tirando a oscuro.
Si no queremos saturar la capacidad de nuestros hospitales debe reforzarse la atención primaria todo lo que sea posible. Ayer en la Conferencia de Presidentes, el señor Page ha planteado que España “asuma el objetivo como país” de destinar, al menos, el veinticinco por ciento de su gasto sanitario global a la Atención Primaria. Ya está tardando en empezar por aplicarlo en la región donde él tiene capacidad de decisión para hacerlo posible, y según el reciente informe de Amnistía Internacional en Castilla La Mancha representa un 16,96% del total. Pero no será suficiente solo con la contratación de más rastreadores, (que parece ser la panacea de soluciones al problema). También es muy importante, que los profesionales hagamos especial hincapié en la realización de todas las pruebas PCR que consideremos necesarias, que pequemos por exceso y nunca por defecto. El objetivo es muy claro: la detección precoz de los casos. Si ello implica reforzar los laboratorios para posibilitar su realización y agilizar los resultados, debe hacerse sin dilación.
Y también deben articularse fórmulas, que faciliten el intercambio de información entre las zonas de salud, porque es imperdonable que en la era de las comunicaciones, la colaboración y comunicación entre profesionales no se dé en la medida que la dimensión del problema que afrontamos requiere. Equipamientos para protección a los profesionales, formación en el abordaje clínico de la enfermedad, tampoco pueden olvidarse. No puede volvernos a sorprender la segunda ola, como lo hizo la primera. No se pueden afrontar ya los rebrotes con defectos en los rastreos, porque eso hace que una segunda oleada, con patologías respiratorias estacionales añadidas, a los profesionales de primaria ya nos de miedo solo imaginarla.
En estos meses hemos comprobado que la excesiva politización de todo en nuestro país, ha hecho que la actuación de las administraciones no haya sido tan eficaz como necesitábamos que hubiese sido. Se desbordaron los hospitales y se infrautilizó la atención primaria, posiblemente por un hospitalo-centrismo que es necesario desterrar, sobre todo de la mentalidad de los usuarios, que parecen educados en que la solución a sus problemas de salud se encuentra exclusivamente en los servicios de urgencias hospitalarios. Se necesita que muchas cosas se revisen, y se camine hacia profesionalizar la gestión de la sanidad, a reorganizar la asistencia, a dotar de más recursos. Y algo que en los últimos años solemos dejar en un segundo plano: a permitir que el centro del sistema sanitario lo ocupe el paciente y no los profesionales.
En algunas Comunidades las cosas no funcionan como debieran, y quienes tenemos contacto con profesionales de varias de ellas, conocemos situaciones que no son propias de un país que ya debería haber escarmentado tras más de cuarenta mil fallecidos. Los sanitarios tendremos más trabajo, aunque no aumenten los casos, porque habrá que hacer mucho más diagnóstico diferencial y eso requiere de un tiempo del que con los actuales recursos no vamos a disponer. Está claro, que el calor no ha atenuado el virus, y por lo tanto tampoco puede afirmarse que el invierno lo agravará, pero la obligación del sistema sanitario es estar preparado para cualquier situación.
Los centros deben volver progresivamente a recuperar su actividad, priorizando la atención de los pacientes crónicos a los que su asistencia se aplazó por la Covid 19, y para eso basta con aplicar los protocolos y las guías de las que disponemos los profesionales. Solo es necesario darles cumplimiento para que funcione el sistema. La telemedicina se ha revelado como un instrumento de gran utilidad que debe ser potenciado, pero la asistencia presencial no puede cuestionarse. Telemedicina y asistencia presencial deben complementarse con una reestructuración de lo que es la asistencia a domicilio de los pacientes mayores y de riesgo, que debería ser programada y sólo a demanda en caso de urgencia.
Y de nuevo debe plantearse la situación de los centros socio-sanitarios y sus residentes mayores. Ya fueron donde más se cebó la pandemia. Creo que no es descabellado plantear, que si se han restringido las salidas de los residentes y las visitas de los familiares a esos centros, el retorno de los cuidadores tras sus vacaciones debería estar acompañado de la realización de pruebas PCR que garanticen que no han sido contagiados y regresan a sus centros de trabajo asintomáticos. Y una vigilancia especial por parte de los Centros de salud de AP a los que están adscritos los residentes, para facilitar la realización de exploraciones y seguimiento de los residentes en colaboración con los sanitarios de esos centros.
Si no se quieren repetir los errores cometidos, cuanto antes deben ponerse en valor las políticas de salud pública, despolitizar la sanitaria, contar con profesionales y pacientes en la toma de decisiones, disponer de planes de contingencia regionales en marcha y no solo en el papel, mejorar la coordinación entre los diferentes sistemas regionales y el Ministerio. Pero lo más prioritario es el refuerzo de la atención primaria, para posibilitar el diagnóstico precoz de los contagiados y su aislamiento, el seguimiento de los contactos. Y no cesar en repetir machaconamente la importancia de las medidas de protección. No son nuevas propuestas de reforma, porque todo lo expuesto son asignaturas pendientes planteadas hace tiempo.
Pero el instrumento clave en esta lucha sigue siendo la responsabilidad ciudadana. Cada vez es mayor la conciencia social respecto a las medidas de prevención (mascarilla, distancia social o higiene). Pero estos días estamos conociendo nuevos comportamientos incívicos e incomprensibles: ciudadanos que habiendo estado en contacto con casos positivos se niegan a realizarse la PCR y a aislarse; personal que atiende al público en establecimientos a los que se les indica que, por presentar síntomas y hasta que se disponga del resultado de la PCR, deben permanecer aislados y cerrar el establecimiento, pero se niegan a ello. Se necesita la colaboración de las fuerzas de seguridad como elemento imprescindible en estas situaciones.
Si sumamos todas esas carencias y déficit, puede que nos encontremos sentados sobre una bomba de relojería, desconociendo el momento en que estallará. Ni pueden relajarse las autoridades, ni los profesionales sanitarios, ni los ciudadanos, pero tampoco las fuerzas de seguridad. O actuamos todos a la vez y remamos en la misma dirección, o estaremos abocados al desastre colectivo y a una desolación aún mayor que la ya vivida en el inicio de la pandemia.
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