Dos de las tres personas más importantes en mi
vida se han marchado esta mañana para pasar las vacaciones. Lo han hecho
tranquilas, porque saben que viajan libres de contagio por coronavirus, pero a
la vez inquietas, porque saben también, que nadie está libre del riesgo
de poder contagiarse.
Yo no puedo acompañarlas porque me quedo aquí
trabajando. Y a la inversa de ellas, yo he pasado unos días intranquilo
por el riesgo que poder contagiarlas, y ahora más respiro más relajado,
al saber que ya no seguirán corriendo
ese riesgo junto a mí, algo implícito al ejercicio de mi profesión y a nuestra convivencia.
Esa situación de incertidumbre se ha
producido, porque en estos días atendí a una paciente que resultó ser positiva
en su PCR, y me he visto obligado a hacerme esa prueba, y descartar así la
posibilidad de ser un foco de contagio para mis pacientes y mi familia. Mi
resultado negativo en el test PCR ha sido tranquilizador, y no solo en lo
personal y familiar. Tengo asumido, que aunque digan que lo que pesan son los
kilos y no los años, en mi caso, si sufro un contagio por coronavirus, pesarían
los años que ya tengo bastantes. En lo familiar, un contagio lo llevaría bastante
mal.
Por otra parte, de haber sido positivo el
resultado, hubiese afectado a otros compañeros médicos de mi centro y a mis
pacientes. Hubiera supuesto no poder pasar las dos consultas que haré hoy
lunes. No poder atender el próximo martes la residencia de mayores. Pero
también habría obligado al regreso de alguno de mis compañeros que ayer han
iniciado sus vacaciones, al no existir posibilidad de encontrar un sustituto
que haga la suplencia.
Pero darle vueltas a la situación que se podía
haber creado de ser positivo, me ha hecho volver a comprobar, que siguen siendo
muchas las cosas que hay que revisar y cambiar en el modo de funcionar de la
atención primaria. Porque lamentable resulta, que con la de médicos/as formados
en nuestras universidades y hospitales, nuestro país no disponga de ellos
cuando les necesitamos, por la falta de una oferta de empleo público (que la
pandemia ha visibilizado como imprescindible), pero ya denunciada con anterioridad.
Si queremos que el sistema sanitario público no haga aguas, toca evitar esa
marcha de profesionales fuera, con un empleo de calidad aquí, y una estabilidad
laboral que hoy no se ofrece en el sistema público de salud.
Como
lamentable es que por esa falta de médicos/as en bolsa de empleo, se obligue a
limitar el número de los profesionales que pueden tomar sus vacaciones en
periodo estival. Pero mucho más lamentable lo hace el hecho, de que ese ratio
de un máximo de personal de vacaciones, no se aplique de igual manera, también
a los responsables de las gerencias, donde es frecuente encontrar como en
verano la mayoría toman sus vacaciones, con independencia a si se está en
situación de pandemia o sin ella. Parece que como dice el refrán, no recuerda el cura cuando fue sacristán.
Tampoco es admisible, que no se haya
sustituido al personal de administración de los centros de salud, porque en esa
área si hay bolsa de trabajo y podría haberse contratado. Esa falta de personal
de administración, colapsa la atención telefónica e impide la teleconsulta. El
mostrador es la puerta de entrada del paciente a la asistencia, y un
funcionamiento deficitario del mismo, deteriora la imagen de los centros de
salud y de sus profesionales ante los usuarios. Si la teleconsulta es la forma
más útil de atender las demandas en la actual situación, debe garantizarse su
buen funcionamiento, porque para un paciente conseguir hablar con sus
sanitarios no puede convertirse en calvario o una lucha por conseguir una línea
telefónica libra para hacerlo. No solo faltan respiradores, hay más cosas que
adquirir para un funcionamiento correcto.
Algunos ingenuos, creíamos que se iba a
aprender mucho de la pandemia, pero parece que los únicos obligados a aprender,
siempre somos los de abajo, que arriba deben estar convencidos de que ya saben
bastante. A los sanitarios del primer escalón, tanto de atención primaria como
hospitalaria, siempre nos toca ser y ejercer de responsables. A nadie parece
importar el desasosiego y la presión emocional que nos provoca, tener que
acudir cada día a trabajar, a cumplir con nuestra obligación, con la presión
personal y familiar que ello supone. Lo hacemos de buen grado, o ya habríamos
arrojado la toalla.
Pero ello no es óbice, para que nos duela y
nos hiera, ver como quienes son autoridad (en sus distintos niveles de
responsabilidad), en el desempeño de sus obligaciones, no se apliquen los
mismos criterios que nos exigen cumplir a los demás. No deberían limitarse a
hacernos recomendaciones generales, sino que deberían ser adoptadas por ellos
mismos para servirnos de ejemplo.
Todos tenemos derecho a disfrutar de nuestro
tiempo de ocio, pero en el país de las desigualdades, la mejor forma de
predicar la lucha por la igualdad, no es con grandes palabras, sino predicar
con el ejemplo. Un dirigente no tiene ganado el respeto por ser dirigente,
debe ganarlo por cómo actúa con sus dirigidos.
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