miércoles, 19 de agosto de 2020

Diario del coronavirus 193

Este miércoles son 3.715 nuevos casos de covid-19. Si ayer se notificaron 2.128, hagan la cuenta y salen casi 1.600 hoy. En total de ayer iban 364.196 y hoy son 370.867. Han fallecido 131 personas con PCR positiva en la última semana, mientras que el martes eran 63 lo que hace un total de 28.797 personas muertas desde el inicio de la pandemia en España con PCR positiva. Esta semana han ingresado en el Hospital 1.336 pacientes por la enfermedad y son 84 los de las unidades de Cuidados Intensivos (UCI).
Me resulta difícil por triste,escuchar los gritos del domingo “¡Falsos positivos, falsos test!”“Gobierno genocida”, “¡Queremos respirar!” .
Seguro que los 131 que se han ido, también querían respirar.

El coronavirus no solo se ha llevado demasiadas vidas, aunque ese sea el número que parece más nos duele. Sobre todo nos ha robado los sueños. El sueño de la igualdad entre sexos, del que los españoles nos estamos despertando ahora, pero mucho más desiguales de lo que éramos antes de llegar el bicho. Nos ha arrancado el sueño de luchar contra la pobreza, ese en el que imaginábamos una sociedad más justa y equilibrada. Nos despertamos del sueño en que creíamos ver un planeta más limpio por el confinamiento, con un freno al cambio climático que amenazaba con destruirlo y pintar de gris oscuro el futuro de las nuevas generaciones de humanos, pero todo fue eso, solo sueño efímero e iluso.
Pero sobre todo se ha llevado por delante el sueño de mejorar nuestra salud y los sistemas con los que que intentábamos salvaguardarla. La salud ha sido convertida en esa niña que corría desnuda, desvalida y abrasada por el napalm, en el casi olvidado documental de la guerra de Vietnam. La actitud negligente de gobiernos y tribus negacionistas, unos por omisión y los otros por acción, están contribuyendo a una eutanasia sórdida de los mayores. Sus residencias levantadas para una falsa conciliación familiar, se han convertido en fuente de desconsuelos. El recién nacido estado de bienestar, se ha convertido en esa sombra que siempre encontramos al doblar el cabo de la desesperanza.
El arte y la cultura como tales, han sido arrasados, y solo aún sobrevive la inmortal cultura del dinero. Lo único que sigue siendo válido como sueño, es el dinero. El amasarlo, el disponer de él a espuertas. Olvidando que, como el agua o la energía, ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Como si ignorásemos que para ver mi espuerta llena, no fuese necesario que estuviese vacía la del otro.
A los románticos, y a los soñadores, solo nos queda contar la verdad, aunque solo sea la nuestra. Porque de no hacerlo, de poco habrán servido los años de lucha en la España de la paz de cementerios, que parece empeñada en regresar.

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