No es fácil para un profesional sanitario,
seguir callado viendo como progresivamente se deteriora la calidad asistencial
que damos a los pacientes. Aunque eso sea la punta del iceberg, el problema no
se limita a la falta de tiempo del profesional con cada paciente, ni a tener
listas de espera quirúrgicas o en atención por el especialista. Es un problema mucho
más amplio: es la necesidad de revisar todo nuestro sistema de salud y adecuarlo
a la realidad actual.
Parece que la salud depende de
tener un gran hospital, que es un elemento importante, pero olvidamos que la
piedra angular de nuestro sistema de salud es la Atención Primaria (AP) que,
aunque se suele ignorar, también se presta por médicos/as especialistas, y que mucho
personal de enfermería también está especializado. Si un edifico se tambalea,
es porque hay un problema en sus cimientos. Si el sistema de salud tiene
problemas básicos, su cimentación es la AP. Parece que nos olvidamos, al
permitir su deterioro sin levantar la voz, que estamos ante uno de los pilares
del Estado del Bienestar, y que eso convierte al sistema sanitario en un
elemento vertebrador de todo el país, que debemos defender como un derecho de
todos los españoles.
Tras la crisis económica, utilizada para
justificar recortes de servicios públicos, en el caso de la atención sanitaria
se ha añadido la visión neoliberal para convertir la salud en un negocio del
mercado, lo que ha hecho que la suma de ambas circunstancias haya dado como
resultado el deterioro del sistema de salud, que hoy necesita de la adaptación de
medidas urgentes para su subsistencia. No es acertado afirmar, que todo el
problema se reduce a una escasez de recursos, porque, sobre todo, estamos ante
las consecuencias de una carente o mala planificación en los últimos años, y que
corremos el riesgo de que esa mala praxis continúe en el futuro inmediato, si
no se implementan esas medidas. Claro que es necesario un incremento
presupuestario, pero mientras eso es posible, si se puede acometer una adecuada
redistribución de los recursos humanos hoy disponibles. En la mayoría de
Comunidades Autónomas (CCAA), la zonificación sanitaria se realizó hace treinta
años y hoy sus realidades demográficas distan mucho de ser las que existían
entonces. Hay zonas donde un facultativo atiende 250 cartillas y zonas donde el
cupo supera las 2000.
Pero si solo nos centramos en el
tiempo de consulta, o en el grave hacinamiento de pacientes en los servicios de
urgencia, puede que los arboles nos impidan ver el bosque. Donde más necesario
es revisar una distribución de recursos y de hacer una nueva dotación
presupuestaria para su modernización por ser imprescindible, por obsoletas e
injustas, es en AP. Los profesionales de AP y sus pacientes pueden considerarse,
sin duda, los grandes maltratados por la crisis y por esa falta de
planificación. Todos entendemos que el talón de Aquiles de nuestro sistema de
pensiones está en el envejecimiento de la población. Pero parece costarnos
entender, que ese hecho trasladado a la atención sanitaria, se traduce en la emergencia
del concepto de “cronicidad” cuya atención es la que requiere de mayores
recursos, y que ese problema ha de afrontarse desde la AP, dejando la atención
hospitalaria un segundo escalón, como complemento de una buena atención primaria.
Pero no
todo es la carencia de recursos económicos, En AP, a esa escasez se le suman
otros muchos problemas, muchos de ellos consecuencia de una falta de voluntad política
para su solución: falta de planificación a medio-largo plazo; falta de
profesionales dejando que se marchen los ya formados; necesidad de mejora de
condiciones laborales de los profesionales que hoy tenemos; la imposibilidad de
prescribir desde AP determinadas pruebas diagnosticas, lo que incrementa
demandas en hospitalaria; carencia de tiempo para formación y actualización
obligatoria de esos profesionales; falta de estímulos de reconocimiento y de
motivación profesional; etc. No es un problema de hoy en que la gota ha
rebosado el vaso, sino un error arrastrado durante años: no invertimos en su momento lo
necesario en prevención, hoy tenemos problemas crónicos. Y si ahora tampoco
asumimos, que el aumento de la esperanza de vida de nuestra población supone la
cronificación de muchos de esos problemas de salud, estaremos ante la
pescadilla que se muerde la cola, sin romper el circulo vicioso. Es desde AP
desde donde tenemos que dar una primera respuesta y garantizar la continuidad
asistencial, no pensar que la respuesta solo se encuentra en los servicios de
urgencia hospitalarios, porque eso solo hace que el problema
se vaya agravando cada día.
¿Por qué
hemos llegado hasta aquí? La pregunta
debería ser al contrario ¿Por qué esto no ha pasado hasta ahora? La respuesta
es sencilla: porque los profesionales hemos estado asumiendo lo que no nos
correspondía por profesionalidad y poniendo en el centro de nuestra labor el
bienestar del paciente. Pero todo tiene un limite y ya hemos llegado a él. La
puntilla a la AP, ha sido la implantación de las gerencias integradas, que ha
supuesto una marcha atrás en el modelo que dibujaba nuestra Ley de Bases de
Sanidad. Ha regresado el modelo hospitalo-centrista, haciendo de la AP un
apéndice del hospital de su área correspondiente. Sabiendo que los
recursos se instalan donde está el dinero, hemos permitido que la AP haya
vuelto a ser la hermana pobre. Y de manera extrema en el medio rural, donde los
profesionales de Ap han sido abandonados a su suerte, como lo sigue siendo todo
lo rural en materia de servicios respecto a lo urbano.
Pero no es solo una
discriminación rural-urbana, sino que, a su vez, también son inmensas las
diferencias entre las diferentes CCAA. No existe un equilibrio entre ellas, y no
solo los profesionales se marchan al extranjero, sino que también se movilizan
de una comunidad a otra por la diferencia de condiciones laborales existente
entre ellas. Ahora más que nunca, se necesitan políticas de recursos humanos
comunes entre ellas que garanticen la equidad territorial, porque de ello
depende la igualdad de derechos, tanto de los pacientes como de los
profesionales. Nuestros gobernantes deben saber, que no van a valer paños
calientes en los próximos años. Que no valen ya discursos ni excusas, que hay
que sentar juntos a administraciones y profesionales, para planificar a corto,
medio y largo plazo, lo que vamos a hacer con nuestro Sistema de Salud.
No es momento de culpar
al otro del problema, sino de poner soluciones al mismo. Pero no puede ser que
en pleno Siglo XXI sea de recibo, que no se adecuen el número de estudiantes de
medicina, con el numero de plazas de médicos en formación (MIR), y con el
número de profesionales con el que cubrir las necesidades de futuro. Así como
que se prevean las necesidades de formación y actualización de esos
profesionales en el futuro. Es una incongruencia absoluta, ser el país con más
facultades de medicina, y a la vez afirmar sin sonrojarnos que nos faltan
médicos. Y tampoco puede obviarse de esa planificación, la necesidad de
potenciar la investigación en Atención Primaria, puesto que la actual es
fundamentalmente hospitalaria, como un estimulo a los profesionales. La
solución empieza por invertir en Atención Primaria, por sentir que la
administración tiene confianza en sus profesionales y que esa confianza no sea
solo de boquilla.
Los profesionales
tenemos, en muchas ocasiones, la sensación de ser solo peones en el sistema,
frente a la labor de unos gestores que se consideran situados en un plano de
superioridad. Ellos se consideran los únicos que deben preocuparse por las
grandes decisiones, en especial de los aspectos económicos. Parecen no
considerar, que eso tiene mucho que ver con lo que puede hacer un facultativo/a
o el personal de enfermería en un pequeño núcleo alejado, o con la calidad
asistencial que merecen los pacientes. Parecen priorizar las razones de política
presupuestaria, sobre las asistenciales. Deben entenderlo como cuestiones
inseparables, y que dotando de más recursos la AP, no solo se mejorará el nivel
de salud, sino que además se conseguirá minorar. Nunca sucede al revés.
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