Sí, son demasiadas
exigencias. Porque exigir al nuevo gobierno, que en solo 75 días sea capaz de
resolver una agenda de asuntos (sin duda “prioritarios” para mejorar la
calidad democrática de este país nuestro), pero que llevan esperando sin obtener
solución desde hace décadas, resulta ciertamente una exigencia
irracional. Quienes lo exigen, olvidan que muchos de esos temas requieren
una mayoría parlamentaria, o un nivel de consenso que hoy por hoy no
existe. Otras son precisamente aquellas cuestiones, que
marcan las diferencias entre el partido del gobierno y quienes le
apoyaron en la moción de censura. En ambas situaciones, todos esos
asuntos componen un listado que, por una u otra razón, permanecerán en
stand by sin una resolución inmediata.
Pero si existen
otros asuntos de posible resolución, donde la
política de comunicación/propaganda seguida desde
Moncloa, produce precisamente un efecto contrario al pretendido.
Se comete el error de comunicar que la solución a esa cuestión será
“inmediata”; se anuncia a bombo y platillo la inmediata adopción de medidas,
para después dilatar en el tiempo su implementación. Esa forma de actuar,
provoca desilusión entre quienes pensaban que se produciría un cambio
ágil y real con la llegada del nuevo gobierno. Son muchos los asuntos que a lo
largo de estos 75 días han hecho ruido, pero aún no se tocaron las
nueces.
Muchos retrasos son entendibles,
aunque causen frustración momentánea. Pero en algunos casos, la imagen
transmitida más que de retraso es la de un cambio de rumbo, algo difícil de
tragar para el votante, sobre todo si se explica mal el motivo, como ha ocurrido
con la lista de amnistiados fiscales, o con la derogación de la reforma laboral.
Así es difícil seducir a un electorado decepcionado con las siglas,
y eso que Sánchez no ha
caído en el error de una excesiva exposición en los medios, lo que le habría
desgatado más.
Pero la
percepción de la acción política del nuevo gobierno, no solo se debe a cómo se
actúa desde Moncloa, sino que también forma parte de la misma, como actúa
el PSOE en CCAA, provincias y ciudades y pueblos. Y aunque Moncloa esté
ocupada en esos menesteres, su acción puede verse empañada por la actuación
de los gobiernos autonómicos socialistas, en los que algunos de sus
presidentes, parecen más preocupados en mirar que suerte va a correr su ombligo
en los próximos comicios regionales, que en reforzar el gobierno de su
partido en el Estado. En un repaso a la hemeroteca de estos dos últimos
meses, es fácil constatar cómo algunos barones socialistas, la autopropaganda
del “yo cumplo”, se ve aderezada con críticas a la gestión de algunos
asuntos por el presidente del Gobierno (a la vez su Secretario General).
Es lícito discrepar si se discrepa, pero entonces deberían ser
tolerantes con quienes discrepan de ellos.
Y lo que es peor,
los hay que quieren marcar la agenda de Moncloa y Ferraz, curiosamente
los mismos que no querían el retorno de Sánchez a la secretaria General
del PSOE, o que consideraban inoportuna la moción de censura para
desalojar al PP. Pronto han olvidado las resoluciones del 39 Congreso
socialista, sobre todo el impulso al papel de la militancia, por lo que
no es de extrañar que en algunas Comunidades Autónomas no se hayan
celebrado ”primarias”, ni consultado a la militancia determinadas decisiones
de trascendencia. Al no ver cuestionado su liderazgo regional, los barones se
han centrado en la gestión institucional, mientras que las tareas
orgánicas han sido delegadas a un restringido círculo de confianza, lo que
realmente es relegar al partido a un segundo plano.
Y mantener en
segundo plano al partido, es mantener en segundo plano a la
militancia. Parece que
si no se ejerce un cargo, no se es nadie, lo que provoca que haya militantes
sin cargo institucional, que ya reprochan a esos barones el estar más
preocupados porque sean su figura y las de sus acólitos las que estén
posicionadas para un 2019 con varios procesos electorales, que en lograr que lo
esté el conjunto del partido. Primero son ellos, y sus intereses electorales
y si para arañar un voto casposo, no socialista (pero que puede ser un
apoyo a su persona), tienen que denostar la gestión de Sánchez, o ningunear a
´los representantes locales, o crear agravios comparativos entre municipios, no
dudan en hacerlo. Ejemplo de esto son las criticas a asuntos como la exhumación de los restos del dictador o el dialogo con el independentismo, o
tomar como interlocutor a alguien distinto al SG local. Son los sempiternos tics
del viejo partido, que le hacen actuar a sus cargos convencidos de que el
partido son ellos.
Y bajando otro
peldaño en este análisis, tampoco parece halagüeña la situación que se vive
en las provincias, donde se prometió “cambio en el fondo y en las
formas”, lo que por ahora nadie ve. El “nuevo PSOE” que se anunciaba con el
retorno de Sánchez a Ferraz, debe viajar en el vagón de un Cercanías, desde
luego es seguro que no viene en AVE. Esa promesa de que todo cambiará, para ver
que luego todo siga igual, ya tiene sabor añejo, y está irritando a muchos
militantes. Algunos referentes del cambio prometido en las provincias,
han salido de su puesto en el partido para ocupar cargos de responsabilidad
institucional en puestos intermedios. Eso en algunas provincias ha
provocado una sensación de orfandad de los hasta ahora referentes del
cambio vinculado a Sánchez. La consecuencia ha sido la recuperación del
poder provincial (si es que alguna vez la perdieron) por parte de
quienes fueron contrarios a Sánchez y al nuevo modelo de partido.
Y también en las
provincias se han olvidado las resoluciones del 39 Congreso, al mantenerse lo
institucional por delante de lo orgánico. Es como si obligatoriamente el
lugar de la militancia deba continuar siendo arriba del anfiteatro, mientras
que los palcos siguen reservados para el uso exclusivo de los cargos
institucionales. Esos cargos institucionales que se hacen tan visibles en
fotos con motivo de las festividades locales (en algún caso emulando a las
pasarelas de moda),
pero resultando invisibles
en reuniones de trabajo con los militantes de base. Nada es generalizable,
pero la imagen que se da a la ciudadanía es la del político encabezando el
desfile con el traje de domingo, y no la del representante publico discreto,
cercano y sencillo que escucha los problemas del ciudadano de a
pie.
Pero no todos
los defensores de ese nuevo PSOE se han marchado de la provincia. Los
hay que permanecen y ocupan un puesto como miembros de las Comisiones
Ejecutivas provinciales. Pero ellos son los primeros en admitir, que su
presencia en ese órgano de dirección, no ha garantizado que los cambios
propuestos en los programas de los congresos provinciales, se hayan hecho
visibles. Admiten que lo urgente impide hacer lo importante, y que
esos programas duermen el sueño de los justos olvidados en un cajón. Puede
que internamente alguien haya alzado la voz exigiendo su cumplimiento, pero
no hay noticias de que ninguno de ellos se haya atrevido a dar un golpe sobre
la mesa de la Ejecutiva reclamando los cambios internos a los que se
comprometieron.
Quizás esa
inacción de esos miembros de la ejecutiva, se deba a que la mayoría de
ellos ejercen a su vez, alguna responsabilidad institucional en su
municipio. Quizá eso explique, que algunos de ellos comenten, que si no
actúan es por temor a que su posicionamiento tenga una repercusión negativa
sobre su ayuntamiento. Otros dicen no hacerlo “para no señalarse”. Pero la
gran mayoría admite que callan porque “no es momento de debates, ni de
discrepancias internas”. Estas justificaciones vienen a constatar que
continua imperando un viejo principio interno del socialismo: “el debate
interno nunca toca, y quien se mueve no sale en la foto”. Sea con unos
argumentos u otros, la realidad es: que las agrupaciones locales siguen
careciendo de actividad como antes del 39 Congreso; que la acción política recae
en los alcaldes y en los grupos municipales, tanto en el gobierno como en la
oposición, y no en el partido; que el partido como tal, se encuentra como
ausente, casi invisible en muchas localidades.
A quienes más
afecta esta situación, es a la inmensa mayoría de los
militantes, que ni
son miembros de las
ejecutivas, ni tienen miedo a la repercusión negativa que alzar su voz tenga en
su municipio, ni pretenden hacer carrera política. A ellos lo que les
preocupa, es que su partido sea un instrumento de transformación social. Esa
militancia se confiesa harta de comprobar que el cambio es “más de lo
mismo”, y afirma resignada, que cuando lleguen las municipales o las
autonómicas, todo seguirá igual que hasta ahora, decidiendo los de siempre, y
acordándose de los militantes solo para que llenen el mitin peguen carteles o
repartan papeletas. Los militantes de base siguen siendo los grandes
olvidados, porque para ellos todo sigue igual, pese a que el 39 Congreso
remarcase que el verdadero poder del partido reside en su militancia.
Admitiendo que puede
que en un partido
político, no siempre sea el momento oportuno para la discrepancia, desde
luego lo que no puede ser en un partido de izquierda es siempre tiempo de
callar.
En esta situación,
el riesgo de acabar arrojando por la borda la ilusión generada con el retorno
de Sánchez, con los cambios orgánicos provinciales, y con la recuperación del
gobierno del Estado, es muy alto. Por si no son conscientes, no habrá
otra oportunidad, pero parece que quien debería verlo, o no lo ve, o no lo
quiere ver. Lo cierto es que haciendo del cambio prometido un simulacro de
cambio, será difícil (por no decir imposible) recuperar a un electorado
que precisamente se alejó, hastiado y desilusionado con el fondo y la
forma de entender el socialismo, tan distante de cómo lo entienden las bases
socialistas.
Todo
lo anterior, hace poco creíble que el cambio sea real, y al votante defraudado
le cuesta confiar de nuevo ¿Y los militantes que se marcharon? En este escenario
de continuismo, ni se lo plantean. Huele a desilusión y los únicos capaces de
demostrar que no todo esté perdido, son los militantes de base.