Hace unos días conocíamos el fallecimiento del Dr. Luis
Montes. Esa triste noticia, ha vuelto a situar en primera plana, el siempre
discutido asunto del derecho a una muerte digna, y la necesidad de su
regulación en nuestro país. La mayoría de nosotros recordará al Dr. Montes, por
la persecución injustificada e injustificable, a la que fue sometido por parte
de la Comunidad de Madrid. Menos mal, que como asevera el refranero, el tiempo acaba
por poner a cada cual en el lugar que le corresponde, y aunque con intervención
de la justicia, su nombre quedó rehabilitado, y su figura será un referente
para muchos médicos.
Quienes le conocían personalmente, le describen como un
profesional muy humano, digno, decente, honesto y consecuente con su forma de
entender lo que es la tarea fundamental de un profesional de la salud. Desde
aquella injusta persecución, Montes se dedicó a defender el bien morir, y hoy
muchos profesionales de la salud, reconocemos el impulso que supuso su figura y
su beligerancia para avanzar en ese objetivo. Si en vida consiguió que la
justicia dejara limpio su nombre, tras su muerte, hemos sido muchos los que le
hemos rendido nuestro personal homenaje, seguramente no el que su lucha y su
apuesta a favor de una muerte digna para todos nosotros merecía.
Necesitaríamos muchos profesionales de su calidad humana,
para que nuestro sistema sanitario recuperase la credibilidad perdida ante muchos
ciudadanos, arrebatada por los abusos del poder y la creencia de
algunos en que el cortijo era suyo, y que todo valía para lograr sus
fines. En sus tiempos, el hospital de Leganés era un referente humanista, aunque
por los gobernantes madrileños se considerase un nido de rojos, que no podían
tolerar. Quizás por eso, ante la imposibilidad del descredito profesional, acabaron
recurriendo a la infamia. El tiempo ha venido a mostrar, que quienes contra él
actuaron, buscaban regalar la sanidad pública a empresas privadas, esperando que
luego estas les abriesen sus puertas giratorias.
Hoy el Dr. Montes ya descansa, pero ninguno de quienes
con crueldad le persiguieron, a sabiendas de su inocencia, ha entonado el “mea
culpa”, demostrando así que no conocen lo que significa honradez. El gran
pecado de Montes fue, creer que una muerte dolorosa es tan evitable, como inútil
es permitirla. El ejercicio de la medicina no es mantener la vida a cualquier precio,
sino que su objetivo principal es curar cuando es posible, y ante
imponderables, fundamentalmente conseguir calidad de vida en los pacientes y
evitarles el dolor. Las ideas políticas o religiosas, pertenecen a la privacidad
del individuo, y eso nada tiene que ver con la obligatoriedad de morir
con dolor. Un tratamiento no es de izquierdas ni de derechas.
Es común encontrar quien alega problemas de conciencia, pero
respetar lo que nos dicta nuestra conciencia nunca puede conllevar el
incumplimiento de la ley. Nunca las ideas políticas, pueden estar por
encima de la aplicación de tratamientos paliativos, siempre que estos se
hayan prescrito conforme a protocolos clínicos y de acuerdo con la
legalidad en vigor. Más que los profesionales de la medicina, deberían ser
los familiares de los enfermos quienes exigiesen la aplicación de los cuidados
paliativos y la obligación de su cumplimiento por parte de
los sanitarios, siempre atendiendo a la situación particular de cada
paciente.
Pero fijar donde está el limite, sigue siendo algo
cuestionado, mientras el derecho a una muerte digna siga sin resolverse en España.
Pero visto lo visto, aunque sólo sea por respeto a la memoria del Dr. Luis
Montes, creo que es mejor no regularlo mientras gobierne un partido en cuya
cúpula son mayoría quienes, en lugar de legislar en base a criterios
estrictamente clínico-asistenciales, puedan antes obedecer a una ideología ultra
católica. Regular el derecho a una muerte digna, precisa meditarse con
sosiego, y hacerlo en absoluta libertad.
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