martes, 24 de abril de 2018

EL DERECHO A UNA MUERTE DIGNA


Hace unos días conocíamos el fallecimiento del Dr. Luis Montes. Esa triste noticia, ha vuelto a situar en primera plana, el siempre discutido asunto del derecho a una muerte digna, y la necesidad de su regulación en nuestro país. La mayoría de nosotros recordará al Dr. Montes, por la persecución injustificada e injustificable, a la que fue sometido por parte de la Comunidad de Madrid. Menos mal, que como asevera el refranero, el tiempo acaba por poner a cada cual en el lugar que le corresponde, y aunque con intervención de la justicia, su nombre quedó rehabilitado, y su figura será un referente para muchos médicos.

Quienes le conocían personalmente, le describen como un profesional muy humano, digno, decente, honesto y consecuente con su forma de entender lo que es la tarea fundamental de un profesional de la salud. Desde aquella injusta persecución, Montes se dedicó a defender el bien morir, y hoy muchos profesionales de la salud, reconocemos el impulso que supuso su figura y su beligerancia para avanzar en ese objetivo. Si en vida consiguió que la justicia dejara limpio su nombre, tras su muerte, hemos sido muchos los que le hemos rendido nuestro personal homenaje, seguramente no el que su lucha y su apuesta a favor de una muerte digna para todos nosotros merecía.

Necesitaríamos muchos profesionales de su calidad humana, para que nuestro sistema sanitario recuperase la credibilidad perdida ante muchos ciudadanos, arrebatada por los abusos del poder y la creencia de algunos en que el cortijo era suyo, y que todo valía para lograr sus fines. En sus tiempos, el hospital de Leganés era un referente humanista, aunque por los gobernantes madrileños se considerase un nido de rojos, que no podían tolerar. Quizás por eso, ante la imposibilidad del descredito profesional, acabaron recurriendo a la infamia. El tiempo ha venido a mostrar, que quienes contra él actuaron, buscaban regalar la sanidad pública a empresas privadas, esperando que luego estas les abriesen sus puertas giratorias.

Hoy el Dr. Montes ya descansa, pero ninguno de quienes con crueldad le persiguieron, a sabiendas de su inocencia, ha entonado el “mea culpa”, demostrando así que no conocen lo que significa honradez. El gran pecado de Montes fue, creer que una muerte dolorosa es tan evitable, como inútil es permitirla. El ejercicio de la medicina no es mantener la vida a cualquier precio, sino que su objetivo principal es curar cuando es posible, y ante imponderables, fundamentalmente conseguir calidad de vida en los pacientes y evitarles el dolor. Las ideas políticas o religiosas, pertenecen a la privacidad del individuo, y eso nada tiene que ver con la obligatoriedad de morir con dolor. Un tratamiento no es de izquierdas ni de derechas.

Es común encontrar quien alega problemas de conciencia, pero respetar lo que nos dicta nuestra conciencia nunca puede conllevar el incumplimiento de la ley. Nunca las ideas políticas, pueden estar por encima de la aplicación de tratamientos paliativos, siempre que estos se hayan prescrito conforme a protocolos clínicos y de acuerdo con la legalidad en vigor. Más que los profesionales de la medicina, deberían ser los familiares de los enfermos quienes exigiesen la aplicación de los cuidados paliativos y la obligación de su cumplimiento por parte de los sanitarios, siempre atendiendo a la situación particular de cada paciente.

Pero fijar donde está el limite, sigue siendo algo cuestionado, mientras el derecho a una muerte digna siga sin resolverse en España. Pero visto lo visto, aunque sólo sea por respeto a la memoria del Dr. Luis Montes, creo que es mejor no regularlo mientras gobierne un partido en cuya cúpula son mayoría quienes, en lugar de legislar en base a criterios estrictamente clínico-asistenciales, puedan antes obedecer a una ideología ultra católica. Regular el derecho a una muerte digna, precisa meditarse con sosiego, y hacerlo en absoluta libertad.

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