El socialista Pérez Galdós
denunció el caciquismo como forma de perpetuar el fascismo, la mala praxis y
las jerarquías en la sociedad. Quizás por eso, a lo largo de la historia ha
sido difícil que desaparezca la sombra de la duda sobre la
imparcialidad de los aparatos de los partidos en los procesos internos. En el
intento por conseguirlo, están las modificaciones estatutarias que casi todos
los partidos han incorporado, y que ahora en el 39 Congreso, el PSOE ha
incorporado en sus estatutos, con una cláusula que impide a los candidatos
ocupar puestos de responsabilidad en el partido, desde el momento en que son
aspirantes a algún cargo a través de primarias. En aras de alcanzar la mayor transparencia
y limpieza en esos procesos, la cláusula obliga a cualquier miembro de una
ejecutiva a abandonar temporalmente el cargo orgánico que ostente, incluso al
Secretario general o al de organización.
Pero, aún con esa nueva norma ya en vigor, y conociendo lo
que son los aparatos (locales, provinciales y regionales) donde las mismas
personas están instaladas desde hace años, la pregunta que me surge es ¿Podrá Sanchez garantizar la limpieza
y transparencia en todos los procesos provinciales y locales que van a
celebrarse? No es raro hacerla, y menos tras los resultados de Valencia y
Extremadura, donde los aparatos regionales anteriores han utilizado todos sus
resortes para no ser desplazados. O lo
previsto que acontezca en Andalucía, donde ni siquiera habrá una candidatura
frente a Diaz. No estoy seguro de que Sánchez
lo consiga, y de lograrlo, no le
resultará fácil.
No se descubre nada nuevo al
afirmar, que los muchos años de ejercicio en
cargos de responsabilidad de algunos, les han permitido crear
muchas tramas clientelares en los alrededores del poder. Si existen en algunas
localidades alrededor de alcaldes con varios
mandatos sucesivos, mucho más acentuado es la
presencia de ese clientelismo,
alrededor de los llamados barones. Su figura ha venido a rellenar el vacío social dejado por la figura ( clásica en nuestra historia reciente) del cacique local,
tan tradicional a finales del siglo XIX y principios del XX. La
figura del personaje notable por el que
pasaba cualquier decisión que pudiese afectar a la comunidad en la que ejercía
su influencia, fue un clásico en esta España nuestra, sobre todo en Andalucía,
Galicia y en Castilla.
La existencia de estos personajes estaba ligada a la
corrupción electoral, bien por usar su capacidad de influencia para un objetivo
político, o por saber emplear su poder
económico. Históricamente fueron individuos
que actuaban como verdaderos dueños de la sociedad. A ellos se vinculaba la
adulteración del voto, la manipulación de los electores y la realización de trampas
en el proceso electoral. Si ellos pactaban la victoria de un partido, todo
valía, inclusive falsear los resultados, para que ese partido consiguiera una
amplia mayoría parlamentaria. Su existencia está muy documentada en el medio
rural, donde era común que los ricos propietarios la ejerciesen sobre los
jornaleros que empleaban, pero también la ejercían abogados, médicos o
funcionarios, pero también está documentada su presencia en las ciudades.
Utilizaban su influencia, para orientar el voto, y luego agradecían esa
obediencia con favores.
Estos personajes tampoco le hacían ascos a falsificar
censos, comprar votos, manipular actas electorales, amenazas veladas a los
lectores, etc. Por eso me pregunto ¿Existe
el riesgo de que en el siglo XXI siga vigente ese clientelismo? En el sentido
clásico no, pero si sigue existiendo un clientelismo político en democracia,
mucho más visible en los procesos internos de los partidos, la materialización
del “yo te doy para que tú me des”. Y con quien más fácil resulta ejercer esa
influencia es con los representantes locales, responsables e pequeños
municipios donde toda ayuda es poca, y donde impera el dicho de “quien a buen
árbol se arrima, buena sombra le cobija”. Quienes ejercen el poder de decisión
en instituciones de ámbito supramunicipal, saben que una subvención o una ayuda
extraordinaria, pueden remover conciencias y convertir al más feroz rival, en
un fiel colaborador. El beneficiado no es individual sino colectivo,
pero el mecanismo utilizado es idéntico al clásico, e invita
a pensar que aún funciona esa especie de patronazgo político. Incluso en muchas
ocasiones, existe afecto personal entre las partes o afinidad de
concepciones religiosas, en lugar de un modelo de sometimiento.
Unamuno opinaba que el caciquismo era la consecuencia de la
falta de cultura y de la falta de amor al trabajo. Hoy existen unas estrategias
concretas de poder, capaces de impedir los cambios en el ámbito local,
provincial e incluso regional, por esa ausencia de
cultura política, y que suelen estar impulsadas por gente que prefiere
dedicarse a la intriga en lugar de al trabajo. Todo depende del volumen
de recursos disponibles que puedan distribuirse, porque este nuevo clientelismo
político aprovecha siempre la desigualdad de poder existente, que en muchos
casos no es intelectual, sino la consecuencia de las estrategias existentes
para acceder a los recursos. El objetivo del superior, es mantener el control
político sin necesidad de un esfuerzo organizativo, aprovechando la falta de conciencia
en el perceptor, de que lo que le otorgan no es suyo, sino público.
No será fácil desplazar a quienes llevan años en las
poltronas, pero el objetivo ha de ser lograr
un cambio en el modelo de partido, no de conseguir que un nuevo aparato partidista
suplante al anterior, pero manteniendo
sus mismos vicios y servidumbres. Si antaño eran los notables quienes ejercían
el control político por su posición social, ahora han sido sustituidos por
políticos profesionales, que actúan como delegados del partido que los ha
nombrado, pero que no sirven al interés general del partido, sino a la facción
de ese partido que les mantiene en sus cargos. Aprovechan esa escasa cultura política de muchos munícipes tan particular, concretada
en la frase tan oída “mi pueblo es lo
primero". Muchos no lo saben, pero el
deseo del dirigente local por favorecer a su pueblo a cualquier precio, le
convierte en cliente del cargo de mayor
nivel. Es legitima su posición como dirigente local, así
podrá arreglar calles o construir polideportivos, aunque no conseguirá
cambiar la mentalidad de sus gobernados.
Por esa cultura de siglos es por
lo que afirmo que no lo tendrá fácil Sánchez para cambiar los aparatos
provinciales. Ya se sabe que quienes se muestran
como los más incondicionales, suelen
ser los primeros en cambiar de bando cuando
llegan los momentos difíciles, sobre todo en provincias con mucho peso de la
ruralidad. El mundo rural tiene muchas necesidades y cubrirlas, para muchos
bien vale cambiar al árbol que más calienta. Ser
pobre le convierte en moneda de cambio