Hoy
25 de noviembre se celebra el Día Internacional para la Erradicación de la
Violencia contra la Mujer, calificada por las Naciones Unidas como “una
pandemia” que azota a todo el mundo. Partidos de derechas y de izquierdas,
hablan en este día de este grave problema en singular. Parecen olvidar que
todas las violencias tienen el mismo origen, pero además no parece necesario
que se hagan distinciones entre violencia sexual y violencia física,
porque aunque pueden ser diferentes, forman parte de un todo como lo es la
violencia injustificable contra la mujer.
Deberíamos
darnos cuenta de que esta es solo la punta de un iceberg, constituido por
muchas violencias, entre ellas la de género, pero partes de la violencia
implícita a nuestro modelo de sociedad, una violencia muda que llegamos a
percibir como si de algo normal se tratase. Si se analizan los datos de
violencia general, el hombre es mucho más violento y proclive al riesgo que la
mujer, en todos los aspectos de la vida. La mujer es víctima, casi siempre indefensa,
de esa mayor violencia del hombre en general, pero específicamente de un
machismo brutal, precisamente por ser mujer.
La
desigualdad de género está presente en todos los ámbitos de esta sociedad, y
son incontestables los datos: una de cada tres mujeres en el mundo sufre la
violencia, y en Europa (orgullosa de ser cuna de civilizaciones), la mitad de
las mujeres sufren abusos. Las políticas puestas en marcha en los diferentes
países europeos, y especialmente en España para erradicarla, quizás han
conseguido que disminuya la gravedad de la violencia en el conjunto de casos
conocidos, pero las estadísticas demuestran que el número de agresiones sigue
en aumento. Si de verdad se quiere diseñar una política efectiva para hacer
frente a esta lacra, ese dato ha de tenerse en cuenta.
No
digo que no resulte necesaria una actuación concreta frente a la violencia
sobre la mujer, pero algo no se debe estar haciendo bien, porque con un enfoque
solo sobre esa problemática, no estamos consiguiendo los resultados
apetecibles. Con la solución carcelaria para el maltratador está claro que no
es suficiente, y el asunto no se aborda en la escuela, todo lo contrario,
proliferan los colegios separados por sexos. Puede que pensar que solo la mujer
es subsidiaria de una violencia singular del hombre, sea un error de
diagnóstico, y no asumamos que la violencia ejercida sobre las mujeres sea
parte de la que existe en esta sociedad imperfecta que hemos construido entre
todos.
La
línea de trabajo, a mi entender, debería ser impulsar políticas de igualdad con
el objetivo de alcanzar la igualdad de géneros. De alcanzarse, mejorarían las
actuales estadísticas acercándolas a la erradicación de la denominada
violencia de género. Pero parece olvidarse que alcanzar una sociedad
igualitaria requiere de una estrategia que busque no solo desterrar la
violencia de género, que también, sino rebajar el nivel general de violencia
existente en nuestras sociedades. Si hacemos un mal el diagnóstico, acabaremos
haciendo un mal tratamiento.
Resulta
poco cuestionable, que si se rebajase el umbral de lo que hoy resulta violencia
socialmente admisible, y nuestra tolerancia con la violencia fuese cero, no
sería necesario disponer de un teléfono de atención a cada tipo de violencia,
sino que la propia sociedad en su conjunto haría aflorar todas las violencias
con las que convivimos. Esas violencias en nuestros días son muchas: la oculta
en el hogar, la existente en las relaciones familiares, la palpable en el
sometimiento a la disciplina militar, o la hoy tan sufrida de los fanatismos
religiosos, sin olvidar la que existe en la competencia laboral que en épocas
de elevado desempleo, también se palpa.
Basar
las estrategias solo en impulsar mecanismos compensatorios para uno de los
géneros, en lugar de marcarse como objetivo la igualdad de hombres y mujeres,
es querer ver solo una parte del problema. Las políticas de solución a una
parte de un todo con muchos componentes, pueden convertirse en un boomerang que
se lanza y vuelve en contra de sus impulsores. Las políticas para
erradicar la violencia deben tener carácter transversal desde la infancia
y contribuir a rebajar la violencia general. La violencia de género también,
pero no solo esa forma de violencia.
En
época de elecciones, todos los partidos deberían comprometer en sus programas,
medidas igualitarias (que verbalizan pero no acaban de aplicarse por ley), como
sería la obligatoriedad de listas electorales cremallera, la paridad de
sexos en instituciones de gobierno, en las direcciones de las grandes empresas,
y en todas las instituciones que verbalizan estar comprometidas con la igualdad
pero no se lo aplican ellas mismas. Esas medidas de igualdad surtirían
resultados a medio y largo plazo, pero más sólidos que los que producen legislaciones
adoptadas desde una óptica solo represiva.
Las
estadísticas sobre delincuencia en nuestro país acreditan, que las
mujeres son más respetuosas con las leyes que los hombres. Las políticas de
igualdad incorporadas a la lucha contra la corrupción política, también harían
que las Gurtel, las Punicas, los Palau o los ERES, fuesen menos numerosos, si
al frente de las instituciones estuviesen mujeres. Eso sí, sabiendo que las
excepciones son necesarias para que exista la regla.
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