Las peticiones francesas de
contar con apoyo de los estados de la UE en su pelea contra ISIS, puede
encontrar una respuesta condicionada a decisiones puramente electoralistas. En
aquellos en que las elecciones estén cerca, como en España, la decisión de prestarle
o no ese apoyo con tropas, se dilatará de cualquier manera para no adoptar una
postura clara antes de celebrar las elecciones el 20 D. Si las encuestas
muestran a los votantes contrarios a ese apoyo, veremos a un gobierno prudente,
mientras si son favorables, ese mismo gobierno encontrará de nuevo pruebas de
que el EI posee armas de destrucción masiva.
Lo cuenten como lo cuenten, lo
ocurrido en Francia no es una guerra sino un acto terrorista, como el que
sufrimos en Madrid o en Nueva York o en Londres. ¿Una guerra contra quién? El
gobierno francés tiene que transmitir a sus ciudadanos que va a responder al
ataque sufrido, pero eso no convierte los atentados en una guerra. Antes de
aceptar como justificado un bombardeo indiscriminado, deberíamos saber que en
la ciudad de Raqqa no solo hay islamistas fanáticos. También allí mal vive un
cuarto de millón de personas que sufren en carne propia el terror de los
fanáticos del EI. Bombardear es lo fácil, lo difícil es separar el grano de la
paja.
Atacar a una ciudad entera no
puede ser justificable, si estamos siendo atacados por fanáticos capaces de
inmolarse, que pertenecen a organizaciones creadas por estados occidentales
para sus juegos de poder, y ahora financiadas por millonarios fanáticos que
viven tranquilamente en Arabia Saudí o Qatar. Los mismos que apoyan esos
bombardeos son incapaces de criticar la actitud tolerante de esos países, ni a
quienes compran petróleo a EI facilitando con ello su financiación. Que dirían
esos mismos que callan ante esto, si los países implicados fuesen Venezuela,
Bolivia o Cuba. Su silencio es la prueba de que el cinismo ha alcanzado el
poder económico y el político.
Tampoco en Francia, aunque puede
ser más justificable, han dado muestras de prudencia al hablar de armas
químicas o biológicas. Solo la ceguera del poder puede justificar esas
declaraciones sin medir el daño que pueden causar entre los propios ciudadanos
por el miedo que crean. Sin rubor se muestran dispuestos a gastar recursos en
una guerra, mientras dejan en el olvido
que en esta Europa no solo hay millones de parados, sino guetos que por su
situación marginal seguirán siendo semillero de fanáticos. Los terroristas
responsables de estos atentados se han criado en esos suburbios, y uno se
pregunta necesariamente si no tras esas declaraciones no hay cálculos
electoralistas.
Parece que occidente no quiere
asumir que la exportación de nuestro modelo de democracia a los países árabes
ha resultado un absoluto fracaso. Pero
lo que si podemos comprobar es que desde que se anunciaron estrategias de
guerra sobre el territorio controlado por ISIS, las acciones de las grandes
empresas armamentísticas se han disparado. La guerra es una solución, pero solo
para los accionistas de esas empresas, a quienes no les importa involucrar al
resto del mundo si con ello siguen sus beneficios.
Un Rajoy que de pronto ha
descubierto las ruedas de prensa tras cuatro años escondido, junto a un Rivera
haciéndose el duro, han encontrado ambiente electoral favorable en la situación
de desconcierto que viven los ciudadanos, pueden llevarnos a un parlamento con
mucha presencia de la derecha española, la antigua y la moderna, nos pueden
colocar después del 21 D ante decisiones que no deseamos muchos, pero que a
esas corporaciones armamentistas les harán el caldo gordo. El electoralismo de
ambos, con el apoyo del poder económico, puede hacer que no sea necesario un
nuevo trío de las Azores, y puede bastarnos un dúo en la Carrera de San
Jerónimo, para acabar metiendo la nariz donde ya sabemos que huele muy mal.
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