A
medida que se acerca el 20 D, cambian los mensajes, las estrategias y las
alianzas, y parece que lo único que va a permanecer hasta ese día son los
cabezas de cartel de las diferentes formaciones. Lo demás parece carecer de
importancia, ser simplemente accesorio, o como ahora suele decirse, ser algo colateral.
Al
político ya no se le exige un proyecto claro, acorde a su ideología y que
además resulte viable. Lo que hoy parece ser exigible es solamente que el
candidato de espectáculo. Si además es agraciado físicamente mejor, y sino ya
están los asesores de imagen para solucionarlo. Bailan, tocan la guitarra,
escalan montañas, o hacer paracaidismo. Da igual, tienen que aparecer ante la
opinión pública como personas normales (como si las personas normales hicieran
todas estas cosas) y además han de conseguir que se les vea como el más normal
de todos los normales que compiten por ser vistos como normales.
Al
parecer los líderes políticos no son de esta sociedad. Esta sociedad exige
encontrarse en la clínica con buenos sanitarios (a ser posible los mejores), en
la panadería a los mejores panaderos, pero en la política parece no exigir buenos
políticos. Nadie confía en un médico por muy bien que baile, ni en un
arquitecto por muy bien que se le dé el karaoke, por eso resulta chocante que
no se exija a nuestros políticos, que sean no solo buenos políticos, sino los
mejores. Mucho más aún, cuando somos un país absolutamente presidencialista, en
el que los que hay detrás del líder parecen carecer de relevancia.
Se
da tanta importancia al líder de la formación política, que se les endiosa
tanto que acaban confundiéndose con el partido, acabamos confundiéndolos nosotros
también, y olvidamos el modelo de país que representan. Cuando esto ocurre, en
la formación política se pierde el proyecto colectivo, y se entra en el juego
de las adhesiones, que son el paso previo a las sumisiones. Esa situación acaba
rompiendo internamente las organizaciones, sean del signo político que sean, divididas
entre quienes adoran al líder, y quienes no creen en él. Esto provoca que unos
y otros olviden que les une la ideología, porque a estas alturas ha pasado a un
segundo plano.
Da
igual el siglo en el que se analice la situación, no existe una vieja política
y una nueva, sino una política decente y otra indecente. No existe un modelo
antiguo de político y uno nuevo, sino políticos decentes e indecentes. Da igual
si saben bailar o no saben llevar el ritmo. Pero no da igual si son decentes o
no lo son, ni si son coherentes con su ideología o no. Que el político sea
serio no significa que no pueda ser alegre, importa que este comprometido con
su ideología, y que su forma de vivir sea el reflejo de cómo piensa.
Si
a la hora de apoyar a unos u otros, los ciudadanos no somos capaces de separar
el grano de la paja, estaremos fabricando lideres insaciables por conseguir poder,
convencidos de merecer todo aunque no hayan hecho nada por su ideología, y no
les importara ser carentes de humildad y prudencia.
Tendremos lideres ególatras,
solo preocupados por dar espectáculo, pero no comprometidos con un modelo de
país, sino con su modelo personal.
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