miércoles, 21 de octubre de 2015

PABLO IGLESIAS POSSE


El 18 de octubre de 1850 se produjo el nacimiento de Pablo Iglesias y el 9 de diciembre de 1925 su fallecimiento. Setenta y cinco años de vida de un político que vivió de una manera austera, identificado con la pobreza de la clase trabajadora de aquellos años. En 1890 encabezó la primera manifestación del 1 de mayo en España, para exigir la jornada laboral de 8 horas y el cese del trabajo infantil. En el diario de sesiones del Congreso del 5 de mayo de 1910 pronuncio la siguiente frase "El partido que yo aquí represento aspira a concluir con los antagonismos sociales,... esta aspiración lleva consigo la supresión de la Magistratura, la supresión de la Iglesia, la supresión del Ejército... Este partido está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones".
Que lejos queda esa forma de entender la ideología y de hacer política. Los principios se anteponían a cualquier interés electoralista, y como consecuencia de ello, el ciudadano que le daba su voto sabía perfectamente que estaba apoyando. Que los tiempos y las formas de hacer política cambian es algo innegable, entonces la política rebozaba honestidad, mientras que hoy brilla por su ausencia. El líder no tenía que apelar a la unidad interna del partido, porque el proyecto y su liderazgo ya unían por si solos, y le hacían al partido y a sus líderes cercanos a los votantes.
Hoy, cuando surge una diversidad de planteamientos o dos candidaturas, estamos cansados de escuchar apelaciones a la unidad. Cuando un partido utiliza la unidad como el argumento que da valor a sus decisiones, el tiempo acaba demostrando que quienes apelaban a esa unidad en realidad solo lo hacen por carecer de otros argumentos, cuando no convierten la unidad disfrazada de uniformidad en su gran baza para no perder su parcela de poder dentro de ese partido.
Son esos mismos políticos que cuando el problema no lo tiene dentro, sino en la incapacidad para ofrecer un proyecto ilusionante a sus electores, recurren al llamado voto útil, que resulta más una manera de realzar lo malo del rival, en lugar de la bondad de la oferta electoral propia. No es vencer por la derrota del rival, sino hacerlo por poseer suficientes ideas y argumentos en el propio proyecto, aunque eso conlleve no convencer a todos. Gobernar debe ser trabajar por hacer realidad un proyecto con una ideología y un modelo de sociedad, no un puzle formado a base de encuestas de opinión.
Tras los cuatro años más negativos para la sociedad española desde que vivimos en democracia, contemplar como el PP sigue teniendo una intención de voto superior a la del resto de paridos, y que el PSOE precise de otro partido para llegar a gobernar, debe hacernos admitir que como oposición hemos fracasado y que algo no habremos hecho bien en este tiempo. No admitirlo sería cerrar los ojos, y en ningún caso admitir esa realidad supone caer en el auto flagelamiento. Que el PP ha perdido más de dieciséis puntos de apoyo en las encuestas está bien, pero no ver que aún mantiene una intención de voto superior al PSOE es hacernos trampas al solitario.
Analizar esta situación lo único que sugiere es que no hemos aprendido nada de lo que nos ha ocurrido en otras ocasiones cuando también hemos ejercido como oposición. Nadie ha evitado que como en otras ocasiones, son esos momentos en los que siempre aparece un circulo reducido en el partido, en el que se mueven las mismas personas siempre, y que utilizan la derrota para hacer de ella su gran fortaleza dentro del partido, lo que les permite sobrevivir en la política y de la política.
Aunque en esos momentos se afirma que es cuando más se tiene en cuenta a la militancia de base, lo cierto es que son los momentos en que menos les importan los militantes, para quienes su activa militancia acaba siendo su mayor lastre para que sea reconocido su trabajo. Si en lugar de la derrota llega la victoria electoral, el mérito interno será exclusivo de los dirigentes, que habrán conseguido el objetivo con su mínimo esfuerzo personal, y ellos mismos públicamente aplaudirán el trabajo de esa militancia, más por obligación que por ganas de hacerlo.
No es la época de políticos como Pablo Iglesias, el Abuelo, sino la de los nuevos políticos de la imagen, el marketing, y la frase hecha por el publicista contratado a esos efectos. Es el tiempo de las nuevas fórmulas para ganar elecciones, con candidatos que fabrican su perfil de manera artificial, con frases hechas, y muchas de ellas absurdas que solo muestran su vacío ideológico. Es la época en la que se olvida, que una frase pegadiza o una sonrisa “profiden” no pueden sustituir a un proyecto político.
Vivimos la banalización de la política. El objetivo no puede ser salir lo mejor posible en la foto electoral o confundir cercanía con pasearse por las plazas y mercados para que te reconozcan. Estamos creando votantes y simpatizantes que compiten por ser el que más fotos tiene con más gente importante de su partido, convencidos de que ese es el curriculum que sirve para llegar a puestos de responsabilidad.
Tal vez algunos empezamos a estar antiguos, al seguir convencidos de que esta no es la modernización de la doctrina del socialismo de Pablo Iglesias, sino otra cosa.

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