Una concejala de un pueblo vecino comentaba como la derrota del PP, en los municipios donde gobernaba, se ha asumido muy mal por sus militantes; pero aún peor, por quienes siendo alcaldes o alcaldesas se han visto relegados a la oposición sin esperarlo. Seguro que ocurre con los alcaldes de otros partidos no reelegidos el día 24 de mayo pero era tal el número de ayuntamientos que gobernaban los populares, que ahora también tienen mayoría entre los alcaldes que no repiten. Nadie que entra en competición tiene asegurado el triunfo aunque, según ellos mismos verbalizan, parece que muchos munícipes populares veían imposible no obtener de nuevo el apoyo de sus conciudadanos.
Quienes así han reaccionado muestran que no eran ganadores consistentes, capaces de aprender tanto en la derrota como en la victoria y que no dejan de serlo aun perdiendo. Para aquellos para los que la victoria electoral era un fin en sí mismo y no la recompensa a un trabajo bien hecho, el triunfo electoral les resultaba imprescindible para la autorrealización personal. Y son muchos los ejemplos que tenemos en la provincia, ex alcaldes que el lunes siguiente a las Municipales han comenzado a machacar a sus sucesores, sin darles los cien días que -aunque solo sean por cortesía- se permite tomar posesión y en los que, por respeto, el saliente debería permanecer en silencio.
Y es que estos demócratas ayer, deberían saber hoy que perder con elegancia no significa que no se haya sido competitivo sino que el pueblo que antes te dio el gobierno ahora te lo retira porque es soberano para hacerlo. Y, por eso, la derrota en ningún caso obliga a no saber estar y a olvidar que hasta en la derrota siempre debe haber dignidad. Nada es más insufrible para los ciudadanos que un mal perdedor, porque quien durante cuatro años ha jurado y perjurado amor a sus vecinos, no puede reprocharles ahora la decisión mayoritaria de reemplazarle. Esa actitud le convierte en un conciudadano, como mínimo, poco democrático y socialmente insoportable al demostrar públicamente, incluso ante quienes le han votado, que no ha sabido asumir la derrota.
Conviene que recuerden que cuando se es candidato a una alcaldía se están aceptando las reglas de la democracia. Nos han inculcado una educación que solo da valor a los ganadores y nos obliga a ser los mejores pero no nos han enseñado a aceptar que no siempre se consiguen los objetivos. Eso no puede conducirles a pensar que si, el día después de las urnas, no atacan inmediatamente al vencedor, ya no sirven para nada y que estarán eternamente derrotados. Solo sufrir un complejo de inferioridad puede justificar esa actitud.
El filósofo cordobés Séneca escribió: “Importa mucho más lo que tú piensas de ti mismo, que lo que los otros opinen de ti”. No es obligatorio que los ex alcaldes hayan leído a Séneca pero actuando así demuestran no ser demócratas convencidos porque no admiten la voluntad ciudadana, ni asumen que haber sido alcalde nunca fue un derecho divino ganado a perpetuidad.
Lo triste es que los que hoy no asumen con gallardía que han sido derrotados, son los mismos que hace cuatro años tampoco supieron ejercer de vencedores respetuosos y exigieron el derecho a ejercer su legitimidad democrática como un cheque en blanco para poder hacer de su capa un sayo en los asuntos municipales, confundiendo el ayuntamiento con su cortijo particular. Y claro, cuatro años después han debido pensar que donde las dan las toman y su reacción defensiva creen que debe ser pasar al ataque.
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