La noche del jueves
al viernes 8 de mayo ha comenzado oficialmente la campaña electoral.
Afirmarlo es falsear la realidad porque estas dos semanas solo vienen a
culminar un proceso continuo y continuado durante años, un bombardeo de
mensajes y frases hechas, que hace que los electores lleguemos a
estos días saturados de política en minúsculas. Todos esos
mensajes se puede resumir en dos “tipo” en boca de cualquier candidato: unos
con su “yo soy mejor que el otro”, y otros con el más frecuente de “ese
es peor que yo”.
Tradicionalmente la campaña electoral ha consistido en concentrar en catorce días todos
los esfuerzos de una formación política y su candidato en comunicar sus
ideas clave, esas que creen van a ser capaces de decantar al electorado
hacia sus planteamientos. Según los manuales, deben ser pocas y concisas,
para evitar la dispersión de mensajes y que hagan al elector no olvidarlas
fácilmente. Hoy esos mensajes han sido tan reiterados que muchos suenan
a “más de lo mismo”, y han producido lo contrario a lo que se pretendía.
Pero hay campañas y
campañas, y no es lo mismo para una Comunidad Autónoma que para otra, ni la
de una gran urbe es como la de una capital de provincias. Y desde luego, en
nada se parecen estas a las de los
núcleos rurales, donde además la tipología de campaña estará
condicionada por el tamaño poblacional. Los
contenidos variarán en función del interés por centrar los debates en los temas
locales, o en los regionales, o aprovechar la situación nacional para
apoyar algún planteamiento. Cada vez aparecen más difusos los criterios
ideológicos (con ellos se busca el apoyo del voto fiel) y más reforzados
los programáticos (buscando el apoyo a nuevas ideas de continuidad o de
cambio), pero sobre todo en estos tiempos tienen primacía las campañas que buscan destacar la imagen personal del candidato
propio o restar méritos a la imagen del ajeno. Estamos en la era de las
imágenes aunque el discurso sea vacío, vale con las dotes de orador y aspecto
físico agraciado.
Quienes ya ejercen el poder y optan a la reelección,
suelen recurrir a pedir la continuidad para completar la obra emprendida o
utilizan la amenaza de la inestabilidad por un posible cambio. Quienes no lo ejercen insistirán en la
necesidad de un cambio, que siempre se acompañara del matiz de cambio
tranquilo.
Un candidato experto en un área específica intentará situar el debate en esa materia, y
cada vez con más frecuencia se recurre a los temas económicos como
principales, pero generalmente se peca de exceso de esta temática,
muchas veces incomprensible para muchos electores, que si valoran más
la confianza o la simpatía o rechazo que les produce la figura de un
candidato. La imagen que se crean los electores sobre los candidatos es lo
que más influirá en su decisión de apoyarles o rechazarlos, y suele ser
determinante en el resultado, de ahí que pierda n interés las ideas y gane la
imagen.
Esa imagen
del candidato es mucho más influyente cuanto menos interés tenga el elector
en la política, que curiosamente es además un elector que decidirá su
voto más tarde, y se inclinará por apoyar
a aquellos con imagen centrista antes que a los que su imagen les sitúa en
los extremos. De ahí que cada vez más veamos cómo se personalizan las elecciones
en una persona, como se busca que el candidato tenga la mayor popularidad
posible, y como todo gira alrededor de mejorar la imagen personal del
mismo. Mejorar la imagen del candidato supone, básicamente, reforzar sus puntos
fuertes y atenuar sus puntos débiles.
Así que tenemos por
delante dos semanas en que escucharemos de todo, flores de unos, exabruptos
de otros, promesas incumplibles, despistes
y lagunas formativas impropios de quienes deberían superar en
preparación a sus electores, y sobre todo la repetición machacona del “y
tú más” o del “no he venido aquí a hablar del otro”. Los partidos
con posibilidades de representación optaran por lo que creen que más puede
convenir a sus intereses: el PP se centrará en la recuperación económica, el
PSOE en la necesidad de recuperar los derechos perdidos por los recortes del
PP, y los nuevos partidos en la necesidad de que entre aire nuevo a las
instituciones que calificaran de rancias en sus formas, no sin razón.
Lo que es cierto es
que durante estos catorce días, veremos el triunfo de los
mercados, no solo de los económicos que también, sino de un mercadeo
político en el que nos trataran no como usuarios sino como potenciales clientes
de una gran mercería en la que unos candidatos venderán ilusión, y otros nos
tomaran por ilusos. Y aunque al final salgamos de ella convencidos de haber
adquirido lo adecuado a nuestro interés, cuando pase el día de las urnas, no
será importante conservar la factura de la compra realizada, y de que
aunque creamos haber vencido a la manipulación informativa de la caja tonta y
de los medios sumisos al interés de sus propietarios, y estemos convencidos de
haber apoyado la mejor opción, nos daremos cuenta de que nuestras
reclamaciones ante alguno de esos partidos, habrá que presentarlas ante el
maestro armero.
Estos años de
democracia, y especialmente los últimos, han demostrado que tratándose de
compromisos electorales, lo de que somos un Estado de Derecho es solo una
frase hecha, y que en la democracia española los ciudadanos carecemos de
oficina de reclamaciones.
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