Ejerciendo la profesión médica, vemos como a las personas cada vez nos es más difícil aceptar la muerte solo como el episodio final
de una vida. Por eso no es extraño, que el familiar de un fallecido dude
siempre si hubo o no negligencia profesional, aun tratándose del fallecimiento
de una persona centenaria. Al mirar la existencia humana con naturalidad, vemos
la falacia que supone imaginar que podemos tener bajo nuestro control la vida.
Hago este comentario, después de leer las múltiples
interpretaciones que estos días hemos podido leer y escuchar en los medios,
sobre el fatídico accidente aéreo de los Alpes. Si al año vuelan más de
tres mil millones de pasajeros, son casi treinta y siete millones de vuelos, no
ocurren ni treinta accidentes aéreos por año, y lo comparamos con nuestras
carreteras, la probabilidad de un accidente aéreo resulta insignificante. A
pesar de lo impactante de esta tragedia, el avión sigue siendo
estadísticamente en el modo de transporte más seguro del mundo. Pero
también en esto hay diferencias, porque la mayoría de esos accidentes los
sufren aviones de compañías que operan en países que despectivamente llamamos
del tercer mundo.
Si hay dudas de si existe negligencia en una muerte
natural, en una muerte accidental, o en este caso de un posible accidente
intencionado, esa idea aumenta exponencialmente. Parece que en el reciente
accidente aéreo, todo apunta hacia el copiloto como el causante de la tragedia.
Pero la experiencia debería hacernos saber que mientras la investigación no
esté concluida, el conjunto de causas que han llevado a tan fatídico final aún
se desconocen. Todo apunta a que sea un suicidio del copiloto, pero la
hemeroteca hace que no pase desapercibido, que empieza a ser casi una
costumbre que en estas catástrofes, siempre lo más socorrido es culpar al
piloto muerto. Ejemplos de esto tenemos en España con el tren de Santiago o
el de Chinchilla, con el metro de Valencia, con el accidente de Spanair, y
tantos otros de transportes colectivos.
Aunque siempre hay una causa principal, lo cierto es que siempre
son múltiples las causas que están detrás de esas tragedias, pero encontrar
pronto un culpable que no pueda hablar, evita que se profundice en buscar
las otras causas (porque la puerta blindada, porque una curva cerrada sin
balizar en la vía, porque una revisión rápida de las medidas de seguridad,
etc.) A todos esos “porqués”, solo les responde el transcurso del tiempo y
las investigaciones, por lo tanto, paciencia.
Pero en época de crisis económica, no es extraño
pensar que estos accidentes son consecuencia de que hoy se economiza en todo,
sin importar a las empresas que eso suponga aumentar la inseguridad de los
viajeros. Puede existir una parte de razón si observamos como hace unos
años eran tres pilotos la cifra estándar de cualquier avión de pasajeros,
aparte de mecánico y operadores de telecomunicaciones, y que algo similar ha
ocurrido en los demás medios de transporte público. Es cierto que todo es
parte de un gran negocio, desde la comida, las medicinas, la educación, o
el frio y el calor, y eso también afecta al transporte de viajeros, y que
los ciudadanos nos hemos convertido en una gran vaca a la que se nos ordeña
para sacarnos dinero.
Esa percepción hace que en cualquier tragedia veamos
un afán de beneficio por parte de alguien, y que detrás de la misma siempre
hay recortes económicos. No es reprochable que sea así, cuando quien más
y quien menos, recortamos a diario no revisando el coche antes de un viaje, o
retrasando el cambio de ruedas en mal estado, en estos tiempos de escasez. Pero
esa misma lectura, hace que si se analiza lo que ocurre a una compañía
aérea tras un accidente, el argumento de los recortes pierda valor. Para
una compañía aérea, su beneficio depende en gran medida de su estadística de
accidentes, porque es rara la compañía que tras un accidente no ha quebrado
o ha corrido el riesgo de hacerlo. Pero eso tampoco puede hacernos pensar que
los recortes no influyen en la seguridad.
Curiosamente la seguridad es tan primordial para su
negocio, que el horror a un atentado terrorista ha llevado a colocar
puertas blindadas inaccesibles en la cabina de pilotos, pero sobre todo ha
llevado a variar sus plantillas y dar más importancia a la presencia de
guardias de seguridad que a disponer de más de un piloto por avión, tren, metro
o autobús. Estar en manos de un piloto automático no intranquiliza, pero
sí el no ver vigilantes de seguridad. Por un lado exigimos
seguridad, y por otro, buenos precios para el billete, con lo que estamos
aceptando el juego de los reajustes de costes.
En el accidente de los Alpes, posiblemente estemos ante
un hecho fruto de que una persona ha perdido puntualmente su salud mental y
contra eso no valen ni las revisiones de los aviones, ni las medidas de
seguridad mecánicas y electrónicas. Solo depende de cómo funciona una mente
humana, y ese riesgo existe cuando las vidas están en manos de una persona.
Tampoco es cuestionable que todo está en manos de cuatro poderosos, que
dictan las normas en beneficio propio, pero eso no puede hacernos ver
fantasmas detrás de todos los espejos.
Lo cierto es que cuando ocurren estas tragedias, podemos
elucubrar todo lo que queramos. De un lado, no se debe olvidar que los
enfermos mentales pueden estar no solo al mando de un avión, sino al frente de
una nuclear, de un ejército o en la presidencia de un país. De otro,
tantas guerras vivas en nuestro planeta aunque silenciadas, nos enseñan que "la
gente" nunca hemos sido importantes, aunque si en algún lugar del
mundo lo somos un poco más, es en occidente. Solo somos pobres mortales y
los únicos derechos que nadie puede quitarnos son el de elucubrar y el de
patalear.