Día de San Valentín, el día en el que el amor se
manifiesta en la cuenta de resultados de los grandes almacenes. Los
enamorados no necesitan de una fecha en el calendario para manifestar sus
sentimientos de afecto, pero la sociedad de consumo que nos gobierna, parece
que sí. Por eso que hoy parece un día algo especial, se puede aprovechar
para reclamar algo de amor entre los dirigentes políticos, sino entre los de
partidos opuestos, si entre los de un mismo partido.
Sabemos que se pueden cambiar las leyes, pero no las
costumbres. Eso necesita de generaciones, y a veces ni el paso de varias
generaciones logra que se geste su cambio. Que se destituya a alguien por
pensar que su liderazgo lleva a una derrota electoral, es algo cuestionable
porque no es la costumbre. Cuantas veces se dijo que con Rubalcaba de
candidato no se ganarían las elecciones y nadie hizo nada para cambiarle.
Cuantos candidatos en regiones y ciudades están en esa situación y nadie les
levanta del asiento. No es una explicación creíble al no estar
acostumbrados.
Solo los locos se aventuran a decir que pasará mañana,
y quizás por eso nadie se atrevió a decir nada de un mal resultado electoral en
Madrid hasta ahora. La diferencia de los casos citados respecto a lo
ocurrido a Tomás Gomez, solo se explica si esos previsiblemente perdedores, son
los perdedores de los alrededores de la dirección. Son de esos a los que se
califican como “de los nuestros, nuestros”.
Lo cierto es que perder una comunidad o un ayuntamiento, carece
del gran significado que algunos ahora parecen darle, al lado de lo
que ya se ha convertido en una costumbre, como es no renovar, y continuar
aplazando sine die lo que cada vez se ve más inaplazable: refundar de
una vez este partido. Pero no nos equivoquemos, no es culpa de los
sucesivos secretarios generales, sino de los militantes por permitir que el
deterioro llegue a los extremos que ha llegado y mayoritariamente seguir en
silencio.
Peor imposible, y la sensación es que cada uno de los
dirigentes está más preocupado por defender su parcela de poder, y eso deja en
un segundo lugar la defensa del conjunto del partido. Por eso cada vez es
más inaplazable abordar una renovación profunda en el partido, de que se
incorporen nuevos compañeros y compañeras, qué aporten ilusiones renovadas a las bases, porque solo eso hará que se terminen el amiguismo y
los reinos de taifas.
Las costumbres se cambian con revoluciones, no con
experimentos. Muchos socialistas empiezan a vislumbrar que hay un profundo
deterioro de las estructuras que articulan el tejido social de una formación
política, y eso les hace atisbar que el porvenir parece oscuro. Algunos ocupan
un puesto convencidos de que su futuro depende de que otros se mantengan.
Eso explica que cualquier intento de cambio para mejorar, lo vean como
parte de la lucha de intereses entre unos y otros, y que puede poner en
riesgo sus propios intereses.
Mientras, desde la calle se nos ve que seguimos sin
responder a las cuestiones políticas y a las demandas ciudadanas, sin presentar
proyectos que les ilusionen. Y sobre todo, cada vez les resulta más difícil
ver cuáles son las diferencias que existen entre el nuestro y los demás
partidos (y eso que existen y son claras), pero nadie parece preocupado en
demostrarlas y de ponerlas en valor. Eso nos hace, a quienes aún creemos que
reconducir la actual situación es posible, tener que aguantar día sí
y día también, escuchar que militamos en un partido clientelista y gobernado
por el egoísmo de unos pocos. Acusación difícil de responder con el
panorama que se transmite.
La solución para evitar una ruptura interna, muchos la ven
en una victoria electoral, que paradójicamente no puede producirse mientras
exista esa posibilidad de ruptura. Seguro que algunos piensan que peor
están otros, y que hoy todos los partidos sufren la desafección de sus bases.
Pero eso solo recuerda aquello de mal de muchos, consuelo de…
Puede ser cierto, que algún partido estará peor, y que todos
los partidos tienen sus problemas. Pero mientras esto ocurre en Ferraz, Soraya,
Margallo, De Guindos, y hasta Rajoy, continúan campando a sus anchas y
sobrepasando todos los límites de la desvergüenza, como ahora al criminalizar a los
griegos por querer arreglar sus problemas, al decirnos que no han subido
nuestras pensiones por culpa de lo que nos debe Grecia.
Tal vez en el socialismo necesitemos que todos los días sean
catorce de febrero, para que los desafectos no aparezcan, y así dedicar
nuestras energías a enseñarle la puerta a estos impresentables que hoy
gobiernan contra los intereses de los ciudadanos.
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