Este recién iniciado 2015, será conocido en
el futuro como el año de las Elecciones. En él celebraremos, Andaluzas,
Municipales en toda España y Autonómicas en la mayoría de CCAA en
el mes de mayo; en Septiembre acaban de anunciarse Autonómicas en Cataluña;
y para noviembre está prevista la celebración de Elecciones Generales. ¿Se
puede pedir más para ejercer la capacidad de decidir?
Estos años hemos asistido a un alejamiento de los
ciudadanos del sistema político y de la clase política. Parece claro que la
crisis global que nos ha afectado y nos afecta a las economías occidentales,
está detrás de ese alejamiento, pero más por lo mal que se ha gestionado la
crisis, que por la crisis en sí misma. Hemos contemplado una banca española
contaminada, que pese a ser rescatada con nuestro dinero, continua sin
facilitar crédito, una insufrible realidad social con cinco millones de
parados, y una corrupción galopante que ha desbordado la capacidad
de aguante de los ciudadanos. Todas y cada una de esas realidades, resultan motivo
suficiente para que el votante haya perdido la confianza en el sistema.
Hasta ahora, los partidos creían que vivíamos en
un país “anestesiado” y resignado a una realidad que no le gustaba
pero que soportaba día a día. Los partidos, y fundamentalmente el mayoritario
de la izquierda, en lugar de rebelarse y trabajar por cambiar esa situación, ha
permanecido impasible consciente del deterioro progresivo. En este país
hemos aceptado como tolerable el hecho de que gente vaya a votar "lo
menos malo".
Los partidos políticos desde la transición, se
han permitido durante años vivir de espaldas a la sociedad, no importándoles la
creciente abstención en las urnas. De repente, parece que esa actitud
abstencionista ha cambiado y les ha cogido con el pie cambiado. Los ciudadanos han
decidido tomar conciencia de que no importa que alguien esté cuidando de ti
durante años, porque eso no significa que no vaya a hacerte daño más tarde.
Mientras que pensar era gratis, callar nos ha salido carísimo.
Hemos oído a los ricos hablar de austeridad,
a la monarquía hablar de justicia y a la iglesia hacerlo de sexo,
mientras el resto de ciudadanos permanecía en silencio. Algunas voces se
han ido levantando de forma progresiva, hasta que han sido tantas las
alarmas a las que se ha hecho caso omiso, que ahora para los ciudadanos ya
no valen excusas ni maquillajes.
Cambiar
el modelo democrático nadie dice que sea fácil, pero nadie puede negar que el
nuestro es demasiado imperfecto, y por tanto mejorable. Hay cuestiones en
cuya resolución el modelo representativo actual es suficientemente democrático,
pero hay otras en las que habría que apostar por una mayor participación
ciudadana, en lugar de someterse siempre a lo que los representantes
deciden, en asuntos que no formaban parte de su compromiso electoral. Esta es
seguramente una de las causas del desencanto hacia los políticos.
La
otra causa, y seguramente la fundamental, es la corrupción.
De pronto da la impresión,
de que en este país no hay un solo político decente, y nada más lejos de la
realidad. Hay
mucha gente muy honrada en todos los ámbitos de la política, de los que parece
que nadie se acuerda que existen, puesto que el mensaje que se recibe
es que "todos" los políticos son unos corruptos”, cuando los
corruptos son una minoría minoritaria. Poner en valor el ejercicio de la
política solo puede hacerse separando la paja del grano, y los comicios
electorales es el momento en el que los ciudadanos podemos ejercer esa tarea.
Deberíamos preguntarnos sobre ¿Quién y qué hay
detrás de todo el desprestigio de los políticos? Los medios de comunicación nos
están vendiendo que político y corrupto son sinónimos, y merecería la pena
pensar cual es el motivo de su interés en que los ciudadanos cada vez
estemos más indignados y recelemos de la política. Quizás al gran capital le
interesa tener el camino libre para poder hacer y deshacer a su antojo sin
que nadie pueda oponerse a sus deseos, y por eso cuanto menor participación,
mejor para sus fines y más fáciles de alcanzar sus objetivos especulativos.
Decía Albert Einstein, que “La vida es muy peligrosa. No por las personas
que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”, y parece
que los españoles hemos empezado a darnos cuenta de que eso es cierto.
Cada vez somos más los convencidos de que la
democracia representativa debe ir acompañada de una mayor dosis de democracia
participativa. Se pueden mejorar los mecanismos democráticos del Estado con
la voluntad política de hacerlo, pero esa voluntad será más fácil si son los
ciudadanos quienes lo exigen. No significa decidir todo mediante
referéndum, pero si consultar sobre cuestiones que por su repercusión social se
vea aconsejable. Pero sobre todo estamos convencidos de que no deben ser
decididos desde los centros de poder.
Es cierto que muchas de las decisiones políticas
que nos afectan a nuestro día a día se toman en Europa, pero eso no puede
ser excusa para no votar. La gente no solo debe ejercer el voto, sino que debe
exigir que se cumpla lo que se le promete en los programas. Los últimos
años de gobierno, haciendo lo contrario de aquello que fue apoyado en las
urnas, es una lección difícil de olvidar para el ciudadano de a pie.
Las encuestas vaticinan muy diferentes resultados
según quien las ha encargado, pero apuntan el adiós al bipartidismo, y a
unos futuros Consistorios y Parlamentos, mucho más plurales y diversificados en
su composición. Y sobre todo, auguran una recuperación de la participación.
Ahora que tanto parece preocupar Grecia a los europeos, viene bien recordar a
Ovidio, uno de sus insignes poetas, que afirmaba que “hablar de democracia y
callar al pueblo es una farsa”, y eso es lo que ha venido ocurriendo en
mayor o menor medida en los cortos años de nuestra democracia.
En política, repetir
hasta la náusea la consigna de que no hay alternativa, como se está haciendo,
no es propio de una democracia sino de una dictadura, porque en democracia
siempre hay alternativa. Por eso, la aparición de los movimientos sociales
participando en la política, de nuevos partidos políticos, y de que muy
diversas opciones, ha propiciado que ese cambio de actitud entre los ciudadanos
españoles sea posible. Pero solo cambiará si lo imponemos los
ciudadanos, siendo críticos con el modelo imperante, y participando en la
política, desde fuera o desde dentro de los partidos.
Según afirmaba George Orwell, “En tiempos de
engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”.
Ejerzamos de revolucionarios con nuestro voto, porque este año 2015 está
repleto de oportunidades para hacerlo.
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