martes, 10 de febrero de 2015

PUNTO DE ENCUENTRO



Hace ya algún tiempo, un amigo me comentaba su decisión de darse de baja del partido de izquierda en el que militó más de treinta años, y que lo había comunicado a la dirección del mismo en una carta en la que mostraba su voluntad de colaborar en “la necesaria formación de una mayoría social que expulse al PP de las instituciones”.

La idea de esa mayoría creo que a todos nos gusta, y más cuando el objetivo es compartido. Otros, pese a compartir la idea, continuamos militando en los partidos políticos convencidos de que también desde ellos se puede lograr esa meta. Sin embargo, cada vez es más notorio que los partidos tienen problemas para conectar con los ciudadanos, y el proyecto de futuro de cualquier partido que pretenda permanecer vivo, debe empeñarse en ser más cercano a los ciudadanos y en que pueda dar respuesta a sus demandas.

Si eso no se hace en los partidos llamados de izquierdas, el partido será cada vez menos reconocible como de izquierda, y si no se está en esa posición del espectro político, se estará fuera de lugar, o lo que es lo mismo, no se tendrá electorado potencial. La mayoría social a la que se hacía referencia por mi amigo, es el encuentro de toda la izquierda, para ese desalojo del PP, pero esa idea compartida por muchos a lo largo de muchos años, nunca ha sido posible.

Buscando razones de ese desencuentro, seguro que una de ellas es que en la izquierda siempre estamos convencidos del purismo de las ideas propias y de la contaminación de las ajenas. Ni siquiera hay que intentar la unidad, basta con pretender un mínimo acercamiento, para ver que este se interpreta como un intento por comerse al otro, y nunca se verá como la búsqueda de un proyecto que pueda ser defendible en común.

Los purismos y el narcisismo de los líderes de la izquierda, siempre acaban primando sobre los intereses y derechos del conjunto, y sobre todo, sobre las ilusiones de las bases de sus partidos. En la izquierda siempre existieron demasiadas figuras con buen discurso, pero pocos se han mostrado capaces de dar su brazo a torcer en favor del conjunto de la izquierda.

Lo que es innegable es que será difícil encontrar un momento en nuestra historia próxima futura, en la que la situación política precise de acuerdos para hacer cambios en el sistema político y para su regeneración, como la que ahora vivimos. No es solo cuestión de alcanzar un programa común, sino que debería contarse además con la elección de los candidatos en listas abiertas, con la limitación de mandatos, y otros muchos matices. Pero el imprescindible quid de la cuestión, es que todos deberían asumir la necesidad de hacer renuncias.

De lo contrario, lo que priman son los intereses personales, y en poco tiempo nos daremos cuenta de que nuestra revolución tiene más jefes que indios. Pero además la convergencia es mucho más difícil con un sistema de representación que permanece inamovible, o si se ha modificado como en Castilla La Mancha, lo ha sido precisamente para restar pluralidad y encorsetar la representación. En ese sistema los partidos políticos se dedican a una vigilancia férrea del contrario, y mucho más si este ocupa el mismo espacio electoral. Si esa forma de entender la política no cambia hacia el solo objetivo del bien común, deja de ser política para ser solo un juego de intereses.

Puede que ese sea el motivo por el que hoy, electoralmente hablando, lo en apariencia más atractivo, ya no son los planteamientos de partido de izquierdas o de derechas, sino la ambigüedad, o dicho de otro modo, el no definir el espacio electoral que se pretende ocupar. Cada vez está más escondido el punto de encuentro.


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