Hace ya algún tiempo, un amigo me comentaba su decisión de
darse de baja del partido de izquierda en el que militó más de treinta años, y
que lo había comunicado a la dirección del mismo en una carta en la que
mostraba su voluntad de colaborar en “la necesaria formación de una mayoría
social que expulse al PP de las instituciones”.
La idea de esa mayoría creo que a todos nos gusta, y más
cuando el objetivo es compartido. Otros, pese a compartir la idea, continuamos
militando en los partidos políticos convencidos de que también desde ellos se
puede lograr esa meta. Sin embargo, cada vez es más notorio que los partidos
tienen problemas para conectar con los ciudadanos, y el proyecto de futuro
de cualquier partido que pretenda permanecer vivo, debe empeñarse en ser más
cercano a los ciudadanos y en que pueda dar respuesta a sus demandas.
Si eso no se hace en los partidos llamados de izquierdas, el
partido será cada vez menos reconocible como de izquierda, y si no se está en
esa posición del espectro político, se estará fuera de lugar, o lo que es lo
mismo, no se tendrá electorado potencial. La mayoría social a la que se hacía
referencia por mi amigo, es el encuentro de toda la izquierda, para ese
desalojo del PP, pero esa idea compartida por muchos a lo largo de muchos
años, nunca ha sido posible.
Buscando razones de ese desencuentro, seguro que una
de ellas es que en la izquierda siempre estamos convencidos del purismo de
las ideas propias y de la contaminación de las ajenas. Ni siquiera hay que
intentar la unidad, basta con pretender un mínimo acercamiento, para ver
que este se interpreta como un intento por comerse al otro, y nunca se
verá como la búsqueda de un proyecto que pueda ser defendible en común.
Los purismos y el narcisismo de los líderes de la
izquierda, siempre acaban primando sobre los intereses y derechos
del conjunto, y sobre todo, sobre las ilusiones de las bases de sus
partidos. En la izquierda siempre existieron demasiadas figuras con buen
discurso, pero pocos se han mostrado capaces de dar su brazo a torcer en favor
del conjunto de la izquierda.
Lo que es innegable es que será difícil encontrar un
momento en nuestra historia próxima futura, en la que la situación
política precise de acuerdos para hacer cambios en el sistema político y para
su regeneración, como la que ahora vivimos. No es solo cuestión de alcanzar
un programa común, sino que debería contarse además con la elección de los
candidatos en listas abiertas, con la limitación de mandatos, y otros muchos matices.
Pero el imprescindible quid de la cuestión, es que todos deberían asumir la
necesidad de hacer renuncias.
De lo contrario, lo que priman son los intereses
personales, y en poco tiempo nos daremos cuenta de que nuestra
revolución tiene más jefes que indios. Pero además la convergencia es mucho
más difícil con un sistema de representación que permanece inamovible, o si se
ha modificado como en Castilla La Mancha, lo ha sido precisamente para restar
pluralidad y encorsetar la representación. En ese sistema los partidos
políticos se dedican a una vigilancia férrea del contrario, y mucho más si
este ocupa el mismo espacio electoral. Si esa forma de entender la política
no cambia hacia el solo objetivo del bien común, deja de ser política para ser
solo un juego de intereses.
Puede que ese sea el motivo por el que hoy, electoralmente
hablando, lo en apariencia más atractivo, ya no son los planteamientos de
partido de izquierdas o de derechas, sino la ambigüedad, o dicho de otro
modo, el no definir el espacio electoral que se pretende ocupar. Cada vez
está más escondido el punto de encuentro.
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