¿Qué es corrupción? La duda entre si un delincuente de
cuello blanco merece ir a la cárcel o recibir una medalla al mérito por emprendedor. La
respuesta a esa duda parece depender no
de las leyes, sino solo de si resultó perdedor o ganador con su actividad, de si
acabó en el infierno de Soto del Real o comprándose un barco de lujo. Decían en los años del franquismo que España era diferente respecto
a otros países, y parece que cuarenta años después, nos empeñamos darles la
razón a quienes así se manifestaban.
Y es que solo así podría entenderse, que nos cuente a los
españolitos de a pie, que le faltan
medios en la justicia, que las leyes son insuficientes, que se absuelve a los
corruptos sin haber devuelto lo robado, o que se alargan los procesos para que
prescriban los delitos. Y sobre todo, el sumun del cinismo de sus
declaraciones, decirnos que “la Justicia
favorece al poder”. Habría que recordarle
que el Fiscal General del Estado es él, por si se ha olvidado, y que quien
gobierna es quien ha hecho los recortes y quien puede dotar al sistema judicial de esos
medios que reclama, el mismo poder que a
él le ha nombrado y con el que a diario se muestra sumiso.
Digo
esto, porque que el fiscal general
denuncie la falta de medios y de
leyes contra la corrupción, solo puede
significar, que cuando despacha con el ministro Gallardón, no deben hablar de
los problemas de la justicia en España, sino de a quien han expulsado
en “supervivientes” o de si el partido de anoche mereció ganarlo uno u otro
equipo. Aunque se ponga a despejar
balones el Fiscal General, la corrupción es hoy el motor del sistema por el que
se nos administra.
España más que diferente, resulta éticamente
impresentable por mucho que nos pese. El gobierno ha propuesto unas medidas anticorrupción que
necesariamente deben quedarse cortas, y
las reformas del Código Penal en esta materia seguirán siendo solo parches mientras se preocupen solo de aumentar
las penas, olvidándose de lo más importante: hacer justicia. Y eso solo puede lograrse agilizando los procesos, no
dictando las sentencias, muy a destiempo y cuando el daño en la mayoría de los
casos es ya es irreparable.
Los ciudadanos
defensores de lo público, vemos cada día
como presuntos delincuentes se van de rositas porque la Administración en el
acto del juicio no ha presentado cargos, por considerar que el presunto
delincuente (cargo público o financiado con dinero público) ha obrado
correctamente y no aprecia perjuicio para el interés público. Desde esa misma Administración, se pasan la vida
denunciando el mal funcionamiento de las cosas, pero nadie pone soluciones
sobre el tapete con los recursos suficientes para aplicarlas.
Debemos
convencernos de que pretender que quienes
legislen contra la corrupción política sean los políticos, es igual que poner
el zorro a guardar gallinas. Cuando según el Tribunal de Cuentas esta
investigados (eso sí, cuatro años tarde) trece partidos y más de veinte
fundaciones, y se sigue aplazando acabar con la corrupción, solo podemos pensar que quien debe hacerlo, no está
interesado en hacerlo. Es así de sencillo y de triste.
Pero lo más grave de esta situación, no es lo que señala el fiscal, sino que los ciudadanos
hemos perdido la esperanza, y cada día es más fácil pensar que no se
puede esperar ningún cambio. Porque no
solo el Fiscal General es parte del poder político, sino que también los
miembros del Tribunal Supremo y del Constitucional son pactados por lo grandes
partidos, sin olvidarnos que la guinda del pastel es el ministro de justicia, hoy
Gallardón, ayer otro porque había otro partido en el gobierno. Este sistema de
designación hace imposible creer en la
independencia del poder judicial.
Que
Floriano diga que el PP ha colaborado con la justicia en la Gurtel o que el
Fiscal nos diga que faltan medios y leyes, no
es creíble para nadie si a la vez sabemos que quien lo nombró fiscal ha sido el
mismo dedo que nombró a Floriano, solo contribuye a que la
desesperanza crezca. Y las declaraciones del Fiscal General del Estado parecen
ser parte de la misma estrategia del Papa
Francisco, decir lo que los ciudadanos queremos oír, para luego acabar no
haciendo nada.
No es pesimismo, porque me gustaría equivocarme.
Es desconfianza en la regeneración de
nuestra democracia que este país necesita, lo que me parece aún peor.
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