El debate
en las Cortes sobre el derecho a decidir la celebración de un referéndum en
Cataluña (no era un debate para decidir ya sobre su independencia), tiene gran
importancia para todos los ciudadanos, pero se
ha convertido en un debate descafeinado, porque el anuncio de las
posiciones de los grupos políticos ha hecho que
su resultado se conociera de antemano.
Pero eso no puede llevar a calificarlo de debate estéril o
inútil, aunque no resuelva el problema. Ni debemos pensar que no tendrá
consecuencias, porque las tendrá y serán muchas. Quizás la más perceptible,
es que el contenido de ese debate, por el
posicionamiento del gobierno, ha supuesto un impulso gigantesco a favor del
independentismo catalán.
Salvo un
ciego por voluntad propia, todos vemos que la
España de hoy no es la de hace treinta años cuando se redactó la Constitución, y
aunque hoy la mayoría gobernante haya negado la autorización solicitada, será muy difícil que con el tiempo no llegue el día en
que se podrán pronunciar libremente mediante una consulta apoyada en la propia
Constitución, esa que hoy parece el principal obstáculo. El
tiempo, más tarde o más temprano, se llevará por delante el actual ordenamiento
territorial de nuestro país y las absurdas prohibiciones que nuestro marco jurídico
conlleva.
Siempre
me sentí ciudadano el mundo, y nunca me
gustaron las fronteras, por eso creo sinceramente que los españoles y catalanes
juntos, podemos hacer frente mucho mejor a los retos que serán muchos en el futuro
inmediato, pero dicho esto, en nombre de la
libertad y el respeto a los demás debemos defender el derecho que tenemos todos
los ciudadanos, a pronunciarnos libremente sobre cualquier cuestión,
incluida la independencia de un territorio.
En democracia, la ley siempre debe someterse a la voluntad del pueblo, y si una ley no
satisface esos deseos debe ser modificada por ese pueblo. La postura inmovilista y férrea del PP de Rajoy, aunque
la disimulen diciendo a Cataluña que proponga un cambio constitucional, hace
pensar que reniegan de los orígenes de su
partido, formado por muchos que votaron contra la Constitución, y que ahora
niegan la posibilidad de modificar esa Constitución para dar
cabida a nuevas demandas, hoy de Cataluña y mañana de cualquier territorio.
Pero
sobre todo, ha llamado la atención por lo
patético que llega a resultar, escuchar a Rajoy hablando de dialogo, cuando
él no dialoga ni con los suyos, y su
obstinación anti catalanista le llevo a recurrir un Estatut, aprobado en
referéndum por el pueblo catalán, que hubiese evitado llegar a donde hoy nos encontramos. El
discurso más nacionalista que se ha
escuchado en el debate ha sido el de Rajoy, propio de un ultranacionalista
español, y con cada palabra, y cada aplauso de sus fieles, solo consigue que
más catalanes se sientan independentistas.
Me ha
gustado la frase de Rubalcaba “No nos
gusta que se obligue a optar entre ser español o catalán”, porque a
mí tampoco me gusta que se me obligue, ni a esto ni a nada. Pero creo que Rubalcaba se quedó corto y debió apostar por no
solo por un estado federal, sino además laico y republicano, (aprovechando
que el Pisuerga pasa por Valladolid) frente al inmovilismo del PP.
No
entiendo algunos comentarios en los
informativos de desprecio al planteamiento catalán, incluso
tachando de xenófoba su actitud para con el resto de españoles. Curiosamente el
CIS publicaba hace un año una encuesta que mostraba como los ciudadanos de diversas CCAA creían necesario para considerar a alguien de su
territorio que hubiera nacido en él y muy pocos consideraban suficiente que
alguien se sintiese de allí. En cambio en Cataluña se consideraba suficiente
que alguien se sintiese catalán, para
considerarlo catalán. Habrá que preguntarse si no somos más xenófobos los
demás que los catalanes.
Muchos pensaran
que el problema es que un supuesto referéndum sería favorable a la
independencia, pero el miedo no es al
posible resultado, sino el referendum en sí. Digo esto, porque realizar una consulta supondría que dar al pueblo la
capacidad de decidir, y puede que a partir de ese momento los ciudadanos quisiéramos decidir también sobre otras
cuestiones importantes, y eso choca con los intereses de los partidos
políticos. No deja de ser sorprendente qué un
gobierno elegido por el pueblo tenga pánico a que el pueblo decida.
Llevando
al último extremo el argumento de que la
decisión corresponde a todos los españoles y no solo a los catalanes, me
permito hacer una propuesta: que decida el pueblo español celebrando una
consulta en todo el estado, para decidir si se aprueba celebrar el referendum
autonómico solicitado sobre la independencia de Cataluña. Ya sé que
a algunos les sonará a disparate esta propuesta, pero en realidad sería dejar que sea todo el pueblo español
el que decida, vamos, aquello que se llama la democracia en su máxima
expresión.
El inmovilismo sólo trae retroceso y al
final el tiempo decidirá lo que ayer la
mayoría parlamentaria no fue capaz de afrontar. No aceptar que las cosas
en política pueden cambiar es una postura fascista, propia de los orígenes
franquistas de nuestra democracia. Dicen
que la dictadura perfecta es aquella en la que los ciudadanos estamos
convencidos de vivir en una democracia.
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