martes, 11 de febrero de 2014

Votar para elegir, no para quitar a quien nos represente.

En una democracia de baja calidad como la española, no votamos cada cuatro años pare elegir a quienes nos representen en Europa, el Estado, la Comunidad o el Ayuntamiento, sino que lo hacemos para intentar quitar a quien en los últimos cuatro años nos ha representado. Puede que detrás de esta actitud se encuentre el carácter mediterráneo, más próximo a la crítica que al halago, pero lo que es indudable es que el poder desgasta a quien lo ejerce, y la gestión realizada también cuenta. Eso es aplicable a la totalidad de nuestros representantes públicos, e incluso a nuestros presidentes del gobierno.
El ejercicio del poder aísla poco a poco al electo del elector, y ese distanciamiento le hace perder de vista, la perspectiva con la que el votante visualiza sus problemas y los de la comunidad. Ese aislamiento provoca que las decisiones del electo las tome en base a la información que les transmite el círculo de personas que les rodean, y no sobre la opinión de los ciudadanos que le eligieron para que les gobierne.

Este es un problema común a todos los partidos, puesto que quienes rodean al alcalde, diputado o presidente, son por lo general miembros de su mismo partido, en muchas ocasiones los que no consiguieron ser electos o lo fueron en un estatus político inferior. Su estatus de proximidad al centro de decisión les convierte en instrumentos del ejercicio de un poder que las urnas no les otorgaron a ellos, sino al presidente o alcalde al que asesoran o con quien colaboran. Son esa guardia pretoriana que solo le permite al electo escuchar palabras amables y halagos, aun siendo ellos conscientes de que gobernar implica desde la crítica constructiva hasta el exabrupto falaz al gobernante, junto a las frases amables.
El resultado es la desconexión del cargo público con la calle, que inevitablemente lleva el divorcio con sus electores, y que hace que la percepción que tiene el elector de los errores (que inevitablemente se cometen), vea multiplicada su importancia. Es el momento de la ruptura, de la perdida de la sintonía existente en los primeros años de mandato, y el inicio de la etapa del desgaste. La caída y el descredito ante los ciudadanos, desde ese momento resulta imparable.
Pero el desgaste del cargo público tiene otros dos componentes muy perceptibles por el ciudadano: la negación de la evidencia, y la falta de autocrítica o de capacidad para reconocer los propios errores. Cualquier alcalde que niegue la subida de impuestos disfrazándola de ajuste contable, o incapaz de reconocer que se equivocó en determinada decisión, sabe que arriesga su reelección. Y no solo alcaldes, porque si miramos a los expresidentes de gobierno, encontraremos esos dos denominadores comunes en su no reelección (o la de su partido). Así, Suarez negó que la UCD se estuviera descomponiendo; Gonzalez negó los GAL; Aznar negó los atentados islamistas del 11M; y Zapatero negó la crisis. Y el segundo elemento también les es común: en el gobierno no ejercieron la  autocrítica, o si lo hicieron, no resulto creíble para los ciudadanos.
Manifestar la negación de un problema, requiere que previamente alguien ponga el problema sobre la mesa, y en todos los casos citados, la postura adoptada mientras eran presidentes fue la del avestruz que esconde la cabeza bajo el ala para ignorar lo que acontece en su entorno, aunque con el tiempo alguno admitió el error cometido, pero otros no lo harán.
Pero como el agua pasada no mueve al molino, hoy la cuestión no es lo ocurrido, sino si Rajoy tendrá un segundo mandato. Lo deseable, por su ataque a los derechos ciudadanos y su mala gestión socioeconómica, coincide con lo probable, y es que esa reelección no ocurra. Muchos pensarán que como a sus predecesores, a Rajoy le correspondería repetir un segundo mandato, sin embargo los hechos están en su contra, si se le aplica lo expuesto anteriormente con objetividad.
Como antes lo estuvieron los otros presidentes, Rajoy se ha rodeado en el gobierno de sus más fieles. El requisito imprescindible para formar parte de ese selecto círculo que rodea el poder de Rajoy, también es la lealtad personal, mucho más que la capacidad de sus miembros para hacer política con mayúsculas. La consigna seguida es clara: no importará despreciar la realidad, si con ello se mantienen prietas las filas en el gobierno y en el partido. La ley del aborto es un ejemplo de este cierre de filas.
También Rajoy sigue la misma senda de quienes le precedieron en la Moncloa,  practica la negación, y niega por tierra, mar y aire la existencia del caso Gürtel, ahora ya caso PP, pese a que la mayoría de los españoles, incluidos muchos de sus votantes, estén  convencidos de que él sabía de su existencia antes de llegar a la Moncloa, y de que incluso él también ha cobrado. La soberbia le impide admitir la menor critica a su gestión, y mucho menos se atisba, que pueda plantearse la autocrítica.

Todo igual que sus predecesores, pero con una diferencia: su desgaste se está produciendo mucho más deprisa, y pese a que ese desgaste se refleja a diario en las encuestas de opinión, se obstina en no enmendarla. Es su particular estilo y manera de huida hacia adelante, y como a sus predecesores (de ahí mi vaticinio), la negación de la evidencia se lo llevará por delante, mucho antes.
Para quienes no le votamos, el deseo es que ese momento llegue pronto. Pero habrá que decir, que el deseo es que sea así, siempre y cuando le suceda un presidente que venga a gobernar para todos los ciudadanos, porque solo así, puede que recuperemos la confianza en la necesidad de la política, y que cada cuatro años acudamos a elegir lo mejor para este país, y no para quitar presidentes o alcaldes como hacemos ahora. Decía Ovidio, que hablar de democracia y callar al pueblo es una farsa, y eso ha venido ocurriendo en mayor o menor medida en los cortos años de nuestra democracia.
Que ese cambio sea posible, no puede depender de los aparatos de los partidos, porque estos se encuentran cómodos en este modelo de democracia de segunda división. Cambiará si lo imponemos los ciudadanos siendo críticos con este modelo imperante ahora. ¿Cómo hacerlo posible? participando en la política,  desde fuera o desde dentro de los partidos.
Por experiencia sé, que si es desde dentro de los partidos, solo es posible el cambio manteniéndose en la crítica constructiva, y haciendo de la política vocación, no medrando para alcanzar un cargo como salida profesional.
Ojala lo veamos. Si es posible, a no mucho tardar.

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