Ahora entiendo las revueltas y manifestaciones que se organizaban cada año en Davos. Y es que leer sobre la
reciente reunión del Foro
Económico Mundial en Davos, debería tener sobre el común
de los mortales, el mismo efecto que produce introducirse los dedos en la garganta: asegurar el vómito. A mí me lo provoca.
Hay que empezar sabiendo que allí se reúnen anualmente las ochenta y cinco personas que juntas acumulan una fortuna igual a la de la mitad de la población del planeta. Como asalariado no puedo entender que a la población del orbe se le llame “humanidad”, porque eso de poseer tanto dinero no puede hacerle a uno parecer muy humano. Y es que, como le ocurre al mayordomo del anuncio con el algodón, las cifras que acumula este grupito selecto tampoco engañan, y les permiten mandar en el mundo. El grupo posee 1,7 trillones de dólares, es decir 3,5 billones de dólares por cabeza (no es un error, las cuentas y la ortografía las he revisado porque no me las creía, y son correctas).
Esas cifras de un reciente informe de Oxfam, contrastan con otra de ese informe: las personas sin empleo en el mundo alcanzan los 202 millones.
Estos privilegiados aumentan cada año sus fortunas, gracias a que en
todos los países que se analicen, los más ricos pagan menos impuestos cada año, entre otros motivos, por la existencia de paraísos fiscales, por la
desregulación financiera, por el secreto bancario, y por las prácticas
empresariales anti competitivas.
Me pregunto, si este acumulo de riqueza en las manos de unos
pocos, no resulta de por sí motivo suficiente para minar el concepto mismo de
democracia y desterrar la idea generalizada entre los
ciudadanos, de que entre todos los sistemas de gobierno, la democracia es el
menos malo. Esa alta
valoración sería aplicable a la verdadera democracia, pero no puede serlo a las
estas democracias del siglo XXI, todas ellas sometidas al capitalismo voraz, y
donde la corrupción es el alimento de sus arterias financieras. Si no vemos la
necesidad de mejorar las democracias occidentales convertidas en el instrumento
de unos pocos adinerados para someter a la mayoría, será porque los seres humanos tenemos una venda en los ojos.
Frente a esa
cruda realidad de ricos y pobres, Oxfam, ha propuesto en Davos algunas medidas destinadas a evitar esta
desigualdad: impuestos progresivos para que quien
más gane más pague; transparencia
de toda la inversión pública en los fondos de las empresas y
de pensiones; priorizar
los recursos públicos para salud, educación y seguridad social; salarios acordes
a las necesidades vitales de los trabajadores; y, como no, erradicar la pobreza extrema en el mundo (alcanzará los 342 millones de personas en 2030).
Sin embargo, como
todos los años, ha sido predicar en el desierto, y tampoco este, los dueños del mundo se han dignado
escuchar esas propuestas, porque ellos no tienen el menor interés en
cambiar ni una sola coma de la actual estructura del capitalismo. A ellos les va fantásticamente bien, aun sabiendo que ese capitalismo es la causa de la
pobreza extrema y de que aumente la desigualdad social. Si les crea cargo de conciencia a alguno, lo soluciona con una donación y
conciencia tranquilizada.
En Europa, la crisis financiera ha servido de justificación
para dos cosas: una, para aplicar la austeridad a los pobres y las clases
medias; otra para que los gobiernos se
hayan volcado apoyando con recursos públicos a las empresas e instituciones
financieras en problemas. Mientras, la miseria y la pobreza aumentan
causadas por la inmunidad y la impunidad con las que los dueños de esas
empresas e instituciones evaden sus impuestos, pero eso no ha preocupado a los
gobiernos.
Si a esa situación de menores impuestos para los más ricos,
se le añade que en países como España, (y en general a
los países europeos del sur afectados por la crisis financiera) la incipiente
redistribución de la riqueza que representaba el estado del bienestar ha sido
sustituida por una
reducción de las inversiones destinadas a servicios públicos, la situación cada
vez se hace socialmente más insostenible, lo que hace
que resulten
provocadoras las sonrisas de oreja a oreja que mostraban Botella, De Guindos y
Soria en este foro de Davos. Ellos han asistido, aunque olvidaran
enviar el curriculum, para algo que a los miembros del PP les priva: lucir palmito y codearse con la flor
y nata de la especulación y la ingeniería financiera. En ningún caso para mejorar
la situación de sus conciudadanos.
Saber quiénes y para qué se reúnen en Davos, permite
entender el funcionamiento del sistema económico mundial, pero no avala el hecho de
que ese sistema perdure desde principios de los ochenta, ante la pasividad de más
de trescientos millones de seres humanos en situación de pobreza extrema. El nuevo Papa hace hermosos discursos preocupado por la pobreza, pero no mueve
un dedo para que esta situación mute.
Y que decir sobre nosotros los españoles. Jacinto
Benavente escribió que “solo los pueblos débiles y flojos, sin libertad y sin
conciencia, son los que se complacen en ser mal gobernados”. No creo que sea nuestro caso, porque no creo que seamos
ni flojos ni débiles, y aunque Wert intente que no tengamos conciencia, y
veamos limitadas nuestras libertades, no creo que nos complazca el gobierno de
Rajoy, ni siquiera a quienes lo votaron.
Puede ocurrir que al ritmo al que crecen el desempleo, el
número de hogares donde no entra ningún ingreso económico, y los cada día
mayores recortes de libertades, se termine la complacencia haciendo que una mañana nos despertemos con el estallido de una revuelta social. Para los
suspicaces, decirles que constato un hecho, que no un deseo. Quizás oliéndose que ese
riesgo es real, el gobierno ha preparado leyes mordaza y de
represión a cualquier tipo de protesta.
Personalmente creo que sería muy triste que
el detonante fuese que llegásemos a sufrir la escasez de comida, porque para un
pueblo como el español que ha vivido cuatro décadas de dictadura, debería ser
suficiente con la escasez de justicia,
y esa ya brilla
por su ausencia hoy.
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