viernes, 4 de agosto de 2017

YA NO QUEDABA NADIE QUE DIJERA NADA

No hay que perder la esperanza de que pronto retorne el sentido democrático a una parte de la población, ni de que el español de a pie, se despierte del letargo en que se encuentra. Pero no va a ser tarea fácil, que eso ocurra, y menos con un gobierno presidido por alguien, capaz de negar una evidencia tan enorme como la corrupción de su partido, y parte de esa población le crea. Hay que tener claro, que un gobierno que cohabita con la corrupción, no le hará ascos a cualquier posibilidad de abusar del poder que ejerce, y eso lo dificultará. Estamos otra vez ante dos Españas, la  real y la publicada.

Da igual lo negativo que nos pueda suceder como país, porque no parece que esté ocurriendo aquí, sino en casa del vecino. Tenemos fiscales, que más que fiscales parecen amigos del gobierno. Ministros que, antes de preocuparse de ejercer un bien su responsabilidad, andan preocupados para que no sepamos de sus cuentas opacas en paraísos fiscales. Medios de comunicación, que opinan y no informan, porque son la voz de su amo. Asistimos a intentos de censura en internet o a promulgar una ley mordaza, intentando que los recortes de libertades se asuman como aceptables. El papel de los ciudadanos lo reducen al de marionetas de un teatro, donde los protagonistas no  somos nosotros, sino el gobierno, puesto que aquí impera la ley del más fuerte.

Ya nos pueden apalear a diario  desde Moncloa, que como mucho, llegaremos a sentirnos molestos, pero no haremos nada más. Hoy, lo que en los años setenta se consideraba una forma errónea de afrontar los problemas (escondiendo la cabeza bajo el ala), ahora se ha convertido en la forma natural de abordarlos, dejando que el tiempo transcurra a lo Rajoy. Por eso, nadie debiera extrañarse, si a la más mínima posibilidad. el gobierno aplica el rodillo parlamentario, obstaculiza cualquier iniciativa parlamentaria (o la recurre judicialmente si no consigue frenarla), o mete la mano intentando controlar la justicia, o recorta nuestras libertades, o con dinero público subvenciona a asociaciones ultra católicas, o que mire para otro lado si sus amigos hacen apología del fascismo, etc.

Les da igual porque hace tiempo que en este país se dijo adiós a la división de poderes. Y además les ha soplado a favor el viento de la crisis económica, para imponer la sensación de miedo al desastre, con solo pronunciar las palabras mágicas "inestabilidad política". Siempre, el miedo otorga al que ejerce el poder, toda la libertad de acción para ejercerlo abusivamente. Por eso no es difícil contemplar en nuestros días, como ante un periodista molesto con sus crónicas, se presiona a su empresa para que le despida; que si un profesional de los servicios públicos se queja de las condiciones en las que ejerce su trabajo, se le intente desacreditar personal y profesionalmente; o que si un representante municipal se vuelve crítico y molesto, se le cierre el grifo de las subvenciones a su pueblo, para que se calle.

El miedo siempre consigue callar al contrario, y resulta un arma infalible para precarizar los derechos sociales. La herencia franquista ha dejado la idea, de que el poder no necesita dar explicaciones, que para eso es el poder. Así  se convierte al autoritarismo en un modelo de gestión, y asistimos a que todo se compra y se vende, incluidos los principios, porque hasta nuestra ética se ha tornado comercializable. Todo tiene un precio, aunque cada vez tenga menos valor. En este país nuestro de cada día, ya no se valora el esfuerzo realizado para alcanzar un objetivo, sino el resultado económico final logrado.

Esta es la España en la que los luchadores (los del día a día), por ideales y derechos colectivos, caen en el olvido, mientras se han convertido en héroes domésticos a imitar, a los triunfadores de los shows televisivos. El país donde todos queremos que se investigue la mejor terapia, pero donde nadie se acuerda de que deben tener un salario digno los investigadores. Vivimos una democracia más formal que real, una gran farsa en la que somos manipulados, y en la que hemos dejado de ser exigentes, vaciándola así de valores y de contenido.

Estos meses atrás hemos conocido opiniones de quienes ven aceptable, perdonar el fraude fiscal a una estrella del deporte, mientras, tras asistir a la misa de domingo, son capaces de negarle la asistencia sanitaria al emigrante porque eso supone gastar nuestros recursos. Nos sentimos orgullosos de habernos convertido en los reyes del turismo, a costa de que nuestros agricultores pierdan dinero por trabajar el campo, o que se deslocalicen nuestras producciones. Y lo peor, no solo se llevaron fuera nuestras industrias, sino que con ellas también se trasladó de lugar el poder del parlamento, lo que convierte muchas de sus actuaciones en un fraude a los electores.

Muy a pesar de los ciudadanos, este país ha asumido que lo económico debe estar por encima de lo social y lo ambiental, y eso se demuestra en que las instituciones solo parecen representar a los mercados y sus intereses, en lugar de a los ciudadanos. Pero también el sistema democrático se debilita, por falta de opiniones disidentes dentro de los partidos, que unos más y otros menos, todos se han acomodado a ese nuevo papel. Ahora, los lobos ya no se sienten obligados a ir disfrazados de corderos.

Carecemos de conciencia colectiva, y eso hace que cuando en algún lugar del mundo se vulneran los derechos humanos, creamos que no nos afecta a nosotros.  Solo asumiendo primero esta realidad, estaremos en disposición de entender que nadie puede ni conceder ni quitarnos nuestros derechos, y que es eso lo que nos convertirá en ciudadanos libres y hará nuestra democracia real. Mientras, la calidad democrática parece preocuparnos poco. Así que deberemos acostumbrarnos a que mientras el  dinero se pudre en los bancos,  muchos ciudadanos no tengan que llevar a sus mesas, pero seguirán convencidos de que esto es una democracia.

Muchos parecen creer, que este tipo de problemas no va con nosotros, que la calidad de la democracia es un tema solo de culturetas, mientras no se dan cuenta que la mierda empieza a llegarnos al cuello. Sigamos sin alzar la voz, aun viendo como la corrupción inunda cada rincón de este país. Nadie se atreverá a lanzar la primera piedra, convencidos por las televisiones de que España va bien, que ya hemos salido de la crisis, que baja el paro y se crea empleo de calidad. Nadie exige responsabilidades, si no es él, quien está en la lista de espera para operarse, o al que le suben los impuestos. Entre egoísmo y cinismo.


Viene a colación, un poema que se atribuye a Beltorld Brecht, pero cuya autor fue Martín Niemöller, titulado “Ellos vinieron”. "...Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada".  Nadie dice nada, y mucho menos en agosto, cuando gobierno y oposición están de vacaciones, que es lo que ahora toca.

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